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Una golondrina no hace verano, reza el cliché. Pero si todas piensan lo mismo: que le da igual al tiempo y al clima el aleteo de una sola, pasaríamos de la primavera al verano sin transiciones. Uy, estas metáforas suenan a Desde el jardín, al discurso que encumbra al protagonista de esa novela cuyo nombre de por sí es una broma: Chance. Por fortuna, no habrán de causar gloria a quien esto escribe ni a sus tres o dos lectores. Digo por fortuna porque en tiempos de influencers (antes líderes de opinión) cualquiera sale a llamar a votar, desde los tiktokeros que sólo sus seguidores veneran, hasta un Eugenio Derbez o un Enrique Krauze.

Los operativos mediáticos de movilización del voto han incluido que una periodista como Anabel Hernández publique su libro donde sostiene que AMLO recibió dinero en sus manitas del cartel de Sinaloa, hasta los 900 intelectuales que se declararon a favor de Claudia Sheinbaum. Desde las imaginarias promesas, comercios, arreglos, declinaciones y demás en esta semana clave para garantizar ventajas que no habrá, pues al menos en Morelos el escenario será complicado, de votación cerrada, de finales de fotografía, tal vez; hasta la realidad que no habremos de conocer, esa verdad contante, cantante, sonante, del 2 de junio.

Escribo sobre este tema antes de una veda electoral y con conocimiento de causa de lo que el INE ha trabajado, ha padecido. Como Consejera Electoral Distrital que atiende al principio de máxima publicidad es mi responsabilidad decir que por nosotros no quedará, que la gente de mandos medios hacia abajo sí desquita el sueldo, que no nos pagan una millonada como le han hecho creer a la ciudadanía, que el INE no es un lecho de rosas para trabajar, quiero decir, sin desafíos, sin exigencias muy duras, y que no debe desaparecer ante la falsedad de narrativas poderosas que, vulnerándolo, golpean a la democracia que tanto defienden, pero que están dispuestos a destruir si lo desean. La gente debe saber que los procesos se están llevando a cabo, que hay gente esforzándose como nunca: vocales, técnicos, supervisores, capacitadores electorales de chaleco rosa a quienes muchas veces se les cierran las puertas de los domicilios y deben hacer varias visitas a ciudadanos insaculados, personas incansables que recorren a pie las intricadas colonias de nuestro estado, de una Cuernavaca de subidas y bajadas laberínticas con fraccionamientos cerrados, muy nerviosos, ante la delincuencia que no amaina.

Sólo ayer, al bajarme de rápido para comprar mi café de cada día, descubrí que había dejado el celular dentro del carro. Corrí a la calle donde me estacioné. Por fortuna ahí estaba el sagrado dispositivo sin el cual ya nadie puede vivir ni trabajar. Cerré la puerta y un señor con un Mercedes que estacionaba con valet enfrente me suplicó que hiciera lo mismo: “No sabe cuánto están robando a todas horas, mejor guarde su coche aquí dentro. Está la cosa terrible. En esta calle todos los días se roban un carro”. A regañadientes moví mi vehículo. Dos horas más tarde, al entrar en un Oxxo para hacer un pago, escuché a la cajera decir que ella prefiere, ya a ciertas horas, no tomar ruta. “Pues pago un taxi, ni modo, porque ya van tres veces que me tocan asaltos rumbo a mi casa”. En la comida de ayer con amigas, una comentó que ciertas partes del boulevard Cuauhnáhuac están tomadas, “te quitan el carro a punta de pistola sin importar la hora que sea”.

Algunas comensales comentaron que hay que irse de Morelos a otra entidad. Otras respondieron que a cuál, si casi en todos lados la gente vive “como viven todos en México”. La frase me conturbó, ¿cómo vivimos todos? Adivinen. El miedo es lo de menos y lo que suma porque hay un estado de sitio que la delincuencia y el crimen organizado desde 2006 fueron diseñando poco a poco, un proyecto macabro en el cual nuestra aparente rendición se dio rápido y ni cómo culpar a la población cuyo único escudo ha sido el voto. Instrumental, pacífica, realmente, es todo lo que tenemos, lo que sí podemos hacer. Más allá del voto no hay alternativas legales, civilizadas, aunque la democracia sea imperfecta. Por eso habrá que tachar esas boletas sin dejarse presionar porque se trata de un asunto secreto, libre, cuya coacción o compra es un delito.

La paz a la que ansiamos y merecemos cuenta con esa pequeña orilla: la de saber que elegimos a nuestros representantes, a las mujeres que por primera vez en la historia compiten de tú a tú para mandar en este país convertido desde Tijuana hasta Cancún en un paisaje forense con 5 mil nuevas fosas descubiertas. Ninguna, ni Xóchitl ni Claudia, es una bruja con poderes celestiales o pacto omnipotente con el Diablo. Aunque los opositores de un bando y otro así lo crean. No. Esta nación posee la desgracia de la vecindad con el país más adicto del mundo en un contexto global de crisis hídricas y desafíos medioambientales cuyos domos de calor son avisos de enorme gravedad.

Si es cierto que “volverán las oscuras golondrinas…”, deseo que regresen con todo para asombrar al fantasma de Bécquer, para devolvernos una pequeña calma, la de hacer un verano histórico en cuya memoria conste que, ocurra lo que ocurra, lo decidimos todas, todos, todes.