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En el cierre de campañas en un proceso electoral marcado por la violencia, se perpetró otro asesinato: el candidato suplente a la presidencia municipal de Cuautla por la coalición “Dignidad y Seguridad por Morelos, Vamos Todos”, Ricardo Arizmendi Reynoso, quien también era líder de comerciantes de Cuautla, fue muerto a balazos en su comercio a plena luz del sol. El ataque fue realizado por dos sujetos en un ataque directo.
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Lo que antes era un hecho excepcional, ahora se ve como parte de los riesgos que debe enfrentar quien se anime a lanzarse a la arena política; requisito que al parecer no tenían claro las doscientas aspirantes que renunciaron a sus candidaturas en Zacatecas a finales del mes pasado, las 515 que hicieron lo mismo en Chiapas hace una semana o 32 aspirantes en Tamaulipas, todas por miedo a la violencia.
El mes pasado, el despacho Integralia consultores publicó su “segunda actualización” a su reporte de violencia política con datos que van del 1 de septiembre de 2023 al 1 de abril de 2024, que concluyó con un dato escalofriante: en promedio, cada 1.8 días un candidato a un cargo de elección popular, alguno de sus familiares, funcionarios o exfuncionarios públicos, políticos o expolíticos fue asesinados, amenazados o agredido con arma de fuego en nuestro país en este proceso electoral.
De acuerdo a este despacho, para inicios de abril el actual proceso ya era “el más violento de la historia moderna de México”, y ya se habían registrado 161 asesinatos, 100 amenazas y 85 atentados relacionados con el ejercicio electoral.
Como antecedentes, podemos recordar que según el Observatorio de Violencia Política y Social de México, durante el proceso electoral de 2020-2021 se registraron más de 200 actos de violencia política entre 102 asesinatos de políticos y candidatos; también con respecto al en el 20-21, el informe de Etellekt Consultores sobre violencia política en el proceso electoral identificó que ésta ya se había extendido a las 32 entidades federativas y había afectado directamente a por lo menos 570 municipios.
La profundidad de este flagelo no admite explicaciones simplistas que intentan identificarlo como un fenómeno coyuntural o episódico, los que saben señalan que es parte de un problema estructural de nuestra nación y de nuestro estado en el que están presentes el crimen organizado, que busca controlar territorios y ejercer poder sobre las autoridades locales para facilitar sus actividades; la corrupción y la debilidad institucional -la corrupción endémica hace que el crimen se infiltre en las propias instituciones que lo deberían combatir- y la impunidad, verdadero motor de la violencia y el crimen.
Es un problema serio que nos afecta a todos, no solo a las familias que quedan irremediablemente afectadas por los cobardes ataques como el que le quitó la vida a Ricardo Arizmendi y a toda la sociedad que no se acostumbra -y nunca debemos hacerlo- a vivir en la zozobra y el temor; también vulnera nuestro derecho a votar por quien nos plazca eliminando las alternativas que a ellos -o a un grupo determinado- simplemente no les gustó. Tampoco podemos responsabilizar de los ilícitos a los sobrevivientes o a quienes no hayan sido amenazados, que más bien pudieran ser incluso otras víctimas, presentes o futuras.
La violencia política en este proceso electoral marca una prioridad para los próximos gobernantes: la violencia y sus responsables directos, en algún momento, también podrían apuntar el cañón de sus armas contra ellos.