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¿Fue un error quemar haciendas en lugar de trabajarlas?, don Francisco Gutiérrez Aragón, responde (Segunda parte).

-Encuentro con la historia-

Continúo con la conversación que sostuve hace unos días con don Francisco Gutiérrez Aragón originario de Jonacatepec. así le escucho decir: “La Hacienda de Santa Ana Tenango con el tiempo creció y de ¡qué manera!, aquel sencillo trapiche del siglo XVI llegó a ser en 1871, la fábrica de azúcar más grande del país con una producción mayor al millón de toneladas anuales de azúcar. Hazaña que se logró introduciendo las innovaciones tecnológicas de la época que coadyuvó a que Morelos, no México, sino nuestro estado haya sido señalado como el productor número uno del dulce en el mundo.

“En aquel entonces trabajar en las oficinas de esa Hacienda como lo hicieron mi abuelo y de alguna manera mi padre, pese a su juventud, era todo un reto. Tan solo Santa Ana Tenango tenía una extensión de unas 70 mil hectáreas, equivalentes aproximadamente a la cuarta parte de Morelos ¡imagínese esa dimensión! y era propiedad de una sola familia, sus dueños eran tan poderosos, que no había más gobierno que la voz del hacendado.”

– ¿Cree Ud. don Francisco que los zapatistas que obviamente tuvieron razones más que evidentes para su alzamiento, cometieron el error de quemar haciendas en lugar de trabajarlas?

“Mire Ud. Lya, cuando se tratan temas ya alejados del tiempo, es importante analizarlos a la luz del propio contexto que se vivió durante el alzamiento revolucionario. Para el campesino las haciendas eran enemigos que había que destruir para que nunca más se erigieran de nuevo porque indudablemente para que produjeran las inmensas cantidades de azúcar, literalmente sus capataces los hacían que rindieran al máximo en el trabajo”.

– ¿Cree Creed que los hacendados en su ambición por las cuantiosas ganancias del azúcar que salía al mundo por el puerto de Veracruz entre otras rutas, perdieron el corazón en el camino?

“Sí, desde luego, aunque creo que al menos varios de ellos ni se enteraban de cómo operaban sus haciendas, les interesaba el rendimiento. Es más, muchos vivían en París o en la Cd. de México y otros lugares. Para eso tenían todo un equipo de trabajadores de primera que se encargaban de que nada entorpeciera la salida del azúcar rumbo al mercado nacional e internacional. Así es que cuando las tropas zapatistas llegaban a una hacienda abandonada, que generalmente ya había sido saqueada, a ellos no les importaban cortinajes y todos esos enseres de lujo tan alejados de sus vidas cotidianas, las quemaban y ya.

-Ahora bien, cambiando de tema don Francisco, ¿qué influencia recibió su familia y cómo afectó o benefició a hijos y nietos el trato de su padre y su abuelo con hacendados tan poderosos?

“Creo que fue muy benéfico. La cultura que, sobre todo, por la edad, mi abuelo percibió del destacado historiador, escritor, bibliógrafo, filólogo y editor don Joaquín García Icazbalceta, propietario en su tiempo de Santa Ana Tenango en parte de la segunda mitad del siglo pasado, le inculcó el deseo de prepararse más y más y de trasmitírselo a su hijo, mi padre Francisco Gutiérrez Hormigo que alcanzó todavía a vislumbrar lo que fue esa hacienda y esa gente.

“Mire red la tendencia –siguió Gutiérrez Aragón–, a la docencia la lleva mi familia en la sangre, desde mi abuela paterna Esther Hormigo Guzmán, hija de mi bisabuelo Sergio Hormigo, que fue profesor, director y propietario de tres escuelas entre los siglos XIX y principios del XX, que además de ser maestro, fue periodista, la gaceta que él editaba era El Diario del Hogar y al platicárselo a don Valentín López González+, fue como su nombre quedó inscrito en el monumento al periodista, aquí en Cuernavaca. En aquel entonces, uno de sus alumnos más brillantes fue Otilio Montaño que destacó tanto como alumno que mi bisabuelo lo guio para que siguiera sus estudios hasta convertirlo en maestro.

“Y con el tiempo, Montaño le fue de mucha utilidad a Zapata. Fue un gran personaje, escuchaba las ideas de don Emiliano y les daba forma, así salió el Plan de Ayala que en un 90 por ciento son ideas de Zapata acomodadas con orden por el gran maestro que era Montaño. Incluso a veces le decía Zapata: – “No me lo pongas así, está muy enredado y quiero que el pueblo lo entienda”-. A lo que respondía Montaño: “Pero tal vez, no lo van a entender los políticos”. Y Zapata le insistía: “Yo no escribo para los políticos, yo escribo para el pueblo”. Todo esto me lo platicó mi padre que lo supo cuando trabajó con ellos brevemente cuando entraron Zapata y Villa a la Ciudad de México.

“Cuando Zapata toma Jonacatepec a inicios de 1914, parte de sus tropas llegaron a saquear la tienda de abarrotes, la mejor surtida del pueblo, que era de uno de mis bisabuelos José Hermenegildo Aragón y mire lo que es la vida, mi abuela Esther por la otra familia, que quedó viuda muy joven y decía mi papá que era muy bonita, aunque su esposo laboró en la Hacienda de Tenango, como fue hija del maestro de Otilio Montaño, éste la protegió. Sabía que vivía frente a la tienda de don Hermenegildo y prohibió que le hicieran ningún daño a doña Esther. Incluso mientras estuvieron los zapatistas en mi pueblo, mi abuela jamás sufrió ningún descalabro. Pero mire qué curioso, por un lado, destruyen el negocio de mi bisabuelo y por el otro, defienden el de mi otra abuela que al ver lo difícil de la situación, prefirió irse con sus tres hijos a la Cd. de México. En esos primeros años de la revolución las pasiones estaban desatadas y eran tiempos de odios. Seguimos en la próxima.

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Don Francisco Gutiérrez Aragón, de pie, mira a lo lejos sus recuerdos tan presentes en su vida. En los barrotes de la ventana, se aprecian los balazos revolucionarios. Foto proporcionada por su hija la escritora Silvia Elena Gutiérrez.