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Vámonos de copas a Madrid

Jorge “El Biólogo” Hernández*

Por ser un conocedor de esos mundos, era imperdonable no compartir con ustedes, tabernarios irredentos, este tesoro literario. El libro que se comenta lleva por título: Tabernas y tapas en Madrid. Y como si fuera refuerzo, se lee el subtítulo, en letras más pequeñas: Guía de tabernas madrileñas con historia.

Su autor, Carlos Osorio, hizo un trabajo espléndido de documentación, por el cariño que muestra al hablarnos de esos lugares emblemáticos de Madrid, a los cuales dedica 180 páginas. Os invito, como dicen por allá, a ir en busca de algunas de las 165 tabernas que nos muestra el autor de forma magníficamente ilustrada con fotografías, historias y pasajes.

De esa tradición de convivir en sitios que son mucho más que “un lugar donde se bebe y se come”, como subraya nuestro autor, va un bocado que ofrece este libro de la historia centenaria de las tabernas madrileñas. Reproduzco solamente algunos aromas para darle sabor a esta crónica.

A comienzos del siglo XVI, Madrid contaba con un centenar de tabernas, que se convirtieron en cuatrocientas al terminar el siglo, nos ilustra Osorio y nos contagia de su humor escribiendo: eran tantas que circulaba por ahí está copla:

En Madrid, cuidad bravía

Que, entre antiguas y modernas,

Tiene trescientas tabernas

Y una sola librería.

Sin embargo, las tabernas convocaban a los grandes escritores; el libro da cuenta de algunas crónicas y versos sarcásticos, les comparto estos dos: “se sabe que, en 1580, Cervantes peló la pava con Ana de Villafranca en una taberna de la calle Tudescos”. Es decir, que don Miguel ligaba en las tabernas. Y he aquí unos mordaces ripios, donde Góngora satirizó las aficiones taberniles de Quevedo y Lope de Vega:

“Hacen hoy amistad nueva

Más por Baco que por Febo,

Don Francisco de Que bebo

Y Feliz Lope de Beba”.

¡Qué gran cosa!, los señores del siglo de oro se daban sus vueltas por las tabernas.

Bueno pues, compañeros de marcha, sigámoslos. La primera taberna que aparece en este libro es la de Antonio Sánchez, fundada en la calle Mesón de Paredes 13, junto a Tirso de Molina, adquirida por don Antonio Sánchez Ruiz en el año de 1884. Ese lugar era frecuentado por toreros, que quedaron plasmados en grabados que hoy decoran sus paredes, y hoy continúa con la maravillosa costumbre de servir alguna cosa para comer: callos a la madrileña, cocido, caracoles, montados de solomillo o de boquerones.

En la siguiente página, casi sin dar aviso, el madrileño autor nos lleva al encuentro de La Casa Labra, en la calle Tetuán 12, lugar que durante una comida en su segundo piso, el 2 de mayo de 1879, se tomó la decisión, hoy histórica para España, de fundar el Partido Socialista Obrero Español. Pero esa taberna también tiene su historia literaria: Pío Baroja la conocía bien por estar cerca de su casa, tanto que la menciona en dos de sus novelas, en Mala hierba y Aurora roja.

Otros personajes famosos preferían ir a tomar copas y comer a Casa Paco, por el rumbo de Cuchilleros. Nada más, compañeros taberneros, tomemos nota de quiénes se presentaban en su barra; en ella bebieron Hemingway, Ava Gardner, Orson Welles, Charlton Heston y Marcello Mastroianni. ¿Alguien no desea en esa barra, brindar por ellos?

Las anchoas de Santoyo, los huevos y pollos camperos, los chipirones, las rabas y los mejillones de la Taberna Carmencita del barrio de Cueca atrajeron a Benito Pérez Galdós y a Benavente y, más tarde esos sabores convocaron a la generación del 27. Nos dice nuestro autor y trotador de las calles que la cumbre de la poesía se dejó alimentar por Carmencita. Aquí estuvieron Federico García Lorca, Neruda, Alberti y Miguel Hernández, quien se sentaba a escribir en una mesa que hasta hace poco estaba junto a la puerta. Yo iré a sentarme en otra mesa pensando que es la misma donde el poeta de Orihuela escribía.

Del riquísimo caudal de las tabernas descritas en el libro, hice una selección arbitraria y por ello injusta, para hacer mi propio camino tabernario. En primer lugar, he decidido ir a comer un bacalao Rosell, un revuelto de erizo y una ensalada de ventresca a las Bodegas Rosell. Es fácil llegar, pues queda cerca del metro Atocha.

El recorrido que hice de esta guía de tabernas con historia fue en realidad conducido por mi memoria, ya que al ser dibujadas con tanta claridad por la pluma de Carlos Osorio, me llevaron a cada ocasión en que bebí y comí en varias de ellas, con amigos. En La Venecia he estado tres veces, las dos primeras con Ciro Murayama cuando él estudiaba un posgrado en Madrid, y la tercera en un reciente abril, acompañado de Laura, Úrsula, Pau Costa, Maribel y Javi, quien esa noche eligió esa antigua taberna fundada en 1920, y que recibe su nombre del cacito cilíndrico que se usa para escanciar el vino fino. Fuimos por el placer de brindar con unos finos y amontillados, y comer unas tapas entre las que destacaron las aceitunas y la mojama, esa delicia que se elabora con un proceso de curado en salazón de atún.

Otros recuerdos fueron refrescados al leer los nombres y la descripción detallada de algunas de estas tascas. Una fue Los Gabrieles, que decoraba todas sus paredes con mosaicos en los que se representaban escenas taurinas, y desgraciadamente ya desparecida. Fue donde muchas veces bebió sus copas Manolete, sí, el mismísimo Maestro de Córdoba.

Al leer el nombre de otro bar, el Docamar, a mi mente vino el recuerdo de las cañas y, sobre todo, de las mejores patatas bravas. Este, afortunadamente, sigue en pie, y ahí la poesía de mi amigo y poeta Miguel Sánchez apareció después de varias cervezas, seguramente por sentirse en la taberna con más abolengo del barrio Quintana, donde él nació.

Queridos lectores, hagamos una pausa y tomemos fuerza para continuar, en la próxima entrega, caminando por estos fantásticos rumbos tabernarios.

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso de la cotidianidad.

Texto, Carta

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Imagen cortesía del autor