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Hace 6 Años

 

Cuando David le pidió matrimonio a Luisa, la primera en enterarse, por supuesto, fue Teresa.

Luisa y Teresa se habían conocido en el patio del colegio cuando apenas eran niñas. Teresa, recién llegada a mitad del ciclo escolar, se sentía completamente fuera de lugar en esa escuela que le parecía gigante y ajena. Hija de padres recientemente divorciados, la vida de Teresa, sus rutinas, su hogar e incluso su madre, quien ahora pasaba los días entre lágrimas, todo había experimentado un cambio radical de la noche a la mañana. La vida de Teresa se había llenado de tristeza e incertidumbres.

Pero una mañana, durante el recreo, una pregunta cambiaría la vida de ambas:

—¿Quieres jugar? —preguntó Luisa a Teresa, quien estaba sola en una esquina.

Desde ese instante, sus vidas se entrelazaron y ellas se volvieron inseparables. Compartieron risas escandalosas durante la infancia y se confiaron sus miedos y sueños durante la adolescencia. Juntas desafiaron con valentía los embates de la vida adulta, desde los primeros amores, los desamores, las noches de fiestas, las borracheras y desenfreno, hasta las responsabilidades universitarias y las decisiones de vida que marcarían sus destinos para siempre.

Con el paso del tiempo, llegaron los hijos, los bautizos y una amistad que había empezado en un patio de colegio se había transformado en una gran familia. Pero todo cambió hace seis años.

Una discusión trivial distanció a Luisa y Teresa. No hubo peleas, insultos ni traiciones, simplemente, por primera vez en sus vidas, parecía imposible para ambas comprender el punto de vista de la otra. Dejaron de hablarse por días y, sin darse cuenta, el silencio se instaló permanentemente entre ellas. Luisa no conoce al segundo hijo de Teresa, solo lo ha visto en fotos en Facebook y ocasionalmente le da «Me gusta» a sus publicaciones.

David y Carlos son hermanos. Carlos es el mayor y siempre fue un ejemplo para David. Su madre, Estela, siempre estuvo orgullosa de lo buenos que eran sus hijos y de lo mucho que se querían y cuidaban mutuamente. La vida no había sido fácil para ellos; su padre había muerto cuando David tenía 10 años y Carlos 15. Pero en lugar de que el dolor los destrozara, los tres se unieron y salieron adelante. David amaba y respetaba a su hermano casi como a una figura paterna. Cuando David tuvo a su primer hijo, sabía que su hermano Carlos sería el padrino de bautizo. Carlos y su esposa, aunque no querían tener hijos, se llenaron de alegría cuando David les pidió ser los padrinos. Carlos, como cualquier tío que se precie, enseñó a su sobrino a decir malas palabras y le permitía comer papas fritas y beber Coca-Cola cuando sus padres no estaban. Los domingos por la tarde, ambas familias, la de David y Carlos, disfrutaban de ir a comer a casa de su madre, Estela, y preparar tacos de carne asada y cecina de Yecaplixtla. Esas comidas familiares se habían convertido en una tradición de su vida adulta. Pero todo cambió hace seis años, cuando en medio de una discusión acalorada entre Carlos y David, este se levantó de la mesa y salió de la casa de su madre antes del postre, llevándose a su hijo y su mujer. Carlos no ha vuelto a ver a su sobrino desde hace seis años. Y eso es lo que más le duele.

Estela lleva toda la vida viviendo en el mismo barrio, siempre había sido una vecina cordial, querida y admirada por sacar adelante sola a sus dos hijos después de que su marido falleciera en un accidente de coche hace más de 20 años. Nunca se volvió a casar, trabajó duro y se ganó el respeto de sus vecinos. Su vida estaba dedicada a trabajar, a cuidar de sus hijos e ir a misa los domingos religiosamente. Siempre había sido una persona jovial, hasta que una tarde de domingo todo pareció cambiar en su corazón. De repente dejó de sonreír. Justo durante esos días, uno de sus vecinos colocó en la fachada de su casa un cartel apoyando a un candidato político. Estela salió de su casa histérica y le gritó a su vecino que quitara esa pancarta, que todos esos políticos eran una basura cortados por la misma tijera y que si él apoyaba a ese candidato, seguramente era un ignorante, ladrón y corrupto como ellos. Desde ese día, Estela ya no fue querida ni respetada entre sus vecinos, quienes piensan que es una vieja desquiciada. Y se han dedicado a hacerle la vida imposible.

Como dice el proverbio, «divide y vencerás». Hace seis años, las ideas políticas dividieron amistades de toda la vida, separaron familias y, lamentablemente, México no experimentó ningún cambio positivo; por el contrario, el país se sumió en más crimen, más desapariciones y más pobreza. Hoy, ya no podemos permitir que esta división continúe carcomiendo nuestros lazos. No importa quién haya llegado a la presidencia, si fue tu candidato o el mío. Es momento de unirnos con firmeza y exigir en conjunto a nuestros líderes que cesen de saquear al pueblo, que rompan sus vínculos con el crimen organizado y, por primera vez, cumplan con su deber. Independientemente del color político, es hora de reclamar que nos devuelvan a nuestro México, ese que alguien día fue libre, seguro y digno para todos.