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Las revueltas de la barranca

(Primera parte)

 

Se estima que en Cuernavaca existen alrededor de 263 barrancas. Algunas son más visibles que otras, pero a veces las evocamos como si fueran fantasmas. Pocos saben que aportan una cantidad significativa de recursos ecosistémicos a la ciudad: microclimas, flora (podemos encontrar 8 de los 10 tipos de vegetación reconocidos en México), especies de fauna endémica y una geografía única conformada por barranquillas, lomas, montes, declives, depresiones, hendiduras, cauces, cuerpos de agua. Enunciamos el nombre de las barrancas constantemente, sabemos que son importantes, pero a veces no entendemos por qué o no hemos constatado su valor. Realmente existe un profundo desconocimiento sobre estas formaciones geológicas que configuran una parte de la identidad de quienes habitamos este territorio. No sabemos sus nombres, no sabemos dónde están, no las visitamos, ni las recorremos. Las barrancas eran centrales y ahora son márgenes que nos separan.

Es más común asociar a las barrancas como sitios de desagüe o focos de contaminación o zonas marginales de la ciudad: usualmente se les relaciona a conceptos negativos como inseguridad, mal olor y basura. Son sitios de desechos, los hoteles o las zonas residenciales usan sus riachuelos como alcantarillas, también mucha gente los usa como tiraderos para animales muertos e incluso el crimen organizado usa las barrancas para dejar cuerpos humanos, víctimas de crímenes violentos. Las barrancas no tienen un sentido de camposanto, sino de vertedero de violencia e inmundicia.

A pesar de eso nos gusta observar las barrancas a la lejanía. Dichosos los que pueden construir una casa con vista a la vegetación –como una vista, un adorno que se termina en el mosquitero–. Al amanecer, el horizonte visible, mecido por el viento, parece un océano de verdor inigualable formado por el follaje de los árboles, a veces el dosel es tan espeso que el verde se vuelve negro y parece cerrarse como una ola oscura en mitad del día. No es azaroso que los primeros despachos de bienes raíces hayan elegido terrenos circundantes para ofrecer a los foráneos la idea de una vista sin igual, al margen del frenesí citadino. Las barrancas ofrecían la posibilidad de habitar un paraíso privado. En esas épocas nacieron seguramente lugares otrora emblemáticos como Buenavista, Chulavista, Altavista y Bellavista, hoy despojos y tiraderos de cara al fin del mundo.

Incluso bajo las condiciones actuales de explotación y desentendimiento, las barrancas resisten, como oasis, ocultas a simple vista, en muchos rincones de nuestra ciudad. Por debajo, se extienden y mantienen sus vínculos, como fantasmas tentaculares. También resisten ahí otras formas de arquitectura, una de límites difusos y también ahí residen palabrexs de la muerte que cantan a todo aquello que está a punto de desaparecer, en sus lindes se manifiestan distintas relaciones y diálogos entre diferentes especies, entre humanos y no humanos y máquinas y seres de otras épocas que han sido, que son y que serán. Ahí, están a punto de iniciar las revueltas de la barranca.