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Sigamos de copas por Madrid

Jorge “El Biólogo” Hernández*


La semana pasada nos habíamos quedado tomando unas cañas y comiendo las mejores patatas bravas de Madrid, en el barrio de Quintana. Retomemos nuestro recorrido. Vamos a Casa Lhardy, cuyas puertas abren en la Carrera de San Jerónimo 8, donde Laura y yo comimos como príncipes, celebrando el ser padres de Marina hace 26 años.

En ese recorrido por mi memoria recuerdo con claridad, a pesar del tiempo, la terraza en donde dos o tres años antes de esa comida, estuve sentado con Rafael Cordera, Fallo, disfrutando el pollo, preparado a la brasas y hierbas, la especialidad de Casa Mingo, acompañado para beber de sidra gallega, ese lugar queda aún por el rumbo del Paseo de la Florida.

También, aparece en el recorrido de páginas otro gran lugar que, con tristeza, me entero de que ya no existe. En Casa Patas de la calle Cañizares gocé todas las veces que estuve en sus mesas de esa música de extraterrestres llamada flamenco. ¡Olé! en tu memoria, Casa Patas.

En la calle Barbieri 12 de Chueca, en Casa Salvador, fundada en 1941, disfrutamos de grandes tapas: buñuelos de bacalao, morcilla de Burgos y albóndigas. No estaba solo, íbamos Laura y yo acompañados de tres madrileños: el Poeta Miguel Sánchez, su esposa Nines y Alberto Agudo, que es un gourmet y eligió ese sitio frecuentado en épocas pasadas por maestros del toreo y figuras deslumbradas del cine universal.

Al abrir la página 91, de ese gran libro en el que Carlos Osorio nos lleva de la mano por las tabernas históricas de Madrid reconocí la fotografía de Casa Ricardo. En esa “entrañable taberna castiza” como la define el autor, me senté feliz a tomar unos vinos y comer con grandes amigos hace apenas unos meses. En esa tasca fundada en 1935, de la calle Fernando el Católico, no olvidaré jamás el rabo de toro que comí hasta el último bocado.

Antes de dejar en paz a mi memoria e ir en busca de los nombres e imágenes que regala ese gran documento, me encuentro con la imagen en sus páginas de la puerta de La Alhambra, de la calle Victoria, donde apenas el año pasado tomé unas copas y tapeé con amigos algo de pulpo, pimientos del Padrón, croquetas de jamón y calamares fritos. Esa taberna es tan andaluza y taurina que los aficionados a la fiesta brava continúan comprando, como hace décadas, sus entradas para las corridas de toros.

De las decenas de tascas de las que nuestro autor se regodea con placer y conocimiento, tomé nota de sus nombres, que por sí solos invitan a entrar en ellas. Vean si no lo merecen al leerlos: Albur, Once: Vinos el 11, La Oreja de Oro, El Paleto, EL Abuelo, San Mamés, Tienda de Vinos “El Comunista” y, por último, la menciono como homenaje a Portales, mi colonia mexicana: La Palmera.

Otro gran acierto de Carlos Osorio es que cierra su libro con la sugerencia de hacer un recorrido por ocho rutas de tabernas, y hasta incluye un plano, por aquello de no perderse en el intento, con señalamientos en un mapa, donde unos pequeños círculos rojos indican la ubicación de cada lugar. En sus propias palabras, nos propone “conocer Madrid de taberna en taberna y callejear por sus barrios”, y seguirlo por algunas rutas tabernarias.

Cito tal y como aparecen las ocho rutas propuestas en las páginas finales. Ruta 1: Del barrio de Cuatro Caminos al de Bilbao; Ruta 2: De Quevedo a Argüelles; Ruta 3 de las Comenderas a Maravillas; Ruta 4: De Alonso Martínez a Las Cortes; Ruta 5: De la Plaza de Santa Ana a la Plaza Mayor; Ruta 6: De la Plaza Mayor a la Puerta de Toledo; y por último, Ruta 8: El Barrio del Retiro.

Al hacer la suma de cada uno de esos círculos rojos en los mapas de esos barrios, vean ustedes bien, amigos de la vagancia callejera, que el total son 108 tabernas. Un recorrido por estas rutas merecería hacerlo, ya sea entregando la estafeta a otras generaciones o bien, como dicen los deportistas de la lucha libre, en relevos australianos.

Termino esta reseña con una promesa: ir en busca de Carlos Osorio para que en una de sus tabernas conversemos y, en reciprocidad y agradecimiento, le cuente algunas historias de las cantinas que quedan de acá de este lado del mar, nuestras “tabernas mexicanas”. Empezaría, sin dudarlo, por describirle el Salón Madrid, el que abría sus puertas en una esquina de la Plaza de Santo Domingo, de la Cuidad de México, casi enfrente de la antigua Escuela de Medicina de la Universidad Nacional. Le contaré cómo, de forma magnífica, esa cantina estaba presidida por un mural de la fuente de Cibeles de Madrid. …y así en esa charla comenzar una nueva aventura.

Como colofón de estas vagancias madrileñas, quiero invitarlos a dos tabernas del barrio Pacífico-Retiro en la Plaza del Conde de Casal. Por ese rumbo he sido hospedado por Úrsula, Pau y sus hijas en numerosas ocasiones, en mis visitas a esa ciudad. Vengan, cómplices tabernarios, a ser recibidos en El Casal de Pepa, para empezar. Allí, nos darán la bienvenida con una tortilla de patatas preparada por Paco, un fantástico extremeño nacido en un pueblo que se llama, ni más ni menos, Bienvenida.

La otra taberna de “mi barrio” abre sus puertas muy cerca de casa, como a tres cuadras de la Plaza en la calle Sánchez Barcáztegui número 36. Ahí se encuentra la Bodega Estebaranz, donde no hay que perderse la ensaladilla rusa y los chopitos, es decir, unos pequeños calamares rebozados, y los huevos rotos con jamón ibérico, todo ello acompañado de un tinto de la Rioja alta. Salud a todos. Nos vemos en Madrid.




*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad.


Foto: Cortesía del autor