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MEXICANOS, ¡¡¡ UBIQUÉMONOS !!!

 

En mi entrega anterior, señalaba tres situaciones, de las muchas que hay que analizar, a propósito de las campañas electorales celebradas en México, esto es, la importancia relativa de los resultados electorales, los planes de gobierno insustanciados, y la Babel de la información que enfrentamos. Alerté que consideraba relevantes dichos temas, independientemente de los resultados que surgieran de las elecciones del dos de junio.

Mi intención es tratar más en detalle cada uno de estos temas en las siguientes entregas, empezando hoy por el que se refiere a que los resultados de las elecciones para el Poder Ejecutivo Federal y el Congreso de la Unión no se pueden valorar en su integralidad, en razón de que, durante las campañas, quienes buscaban el voto popular no le dieron mayor importancia a la situación que guarda el actual entorno internacional, y específicamente nuestra relación con los Estados Unidos.

Como lo constatamos, las campañas políticas carecieron de la imaginación y creatividad necesarias, en forma y fondo, para asegurar una auténtica comunicación entre candidatos y sociedad, así como para que los votantes pudiéramos entender bien la diferencia de las visiones y propuestas de los diversos contendientes. Se planteó que había dos proyectos de nación en competencia, como si los proyectos de nación se pudieran diseñar e instrumentar en seis años. Se habló de manera muy general, sin visión sistémica del origen y solución de los problemas de México, como si nuestro país no tuviera vínculos con el resto del mundo, especialmente con Estados Unidos, con el que hemos interactuado, para bien y para mal, a lo largo de casi dos siglos.

Hay que aceptar que la situación de nuestro país es especialmente complicada, por tener como vecino a un poder hegemónico mundial que ya está experimentando su declive, y como es natural, hará lo todo lo que pueda y quiera para mantener el poder mundial que hasta ahora ha tenido.

El poder económico, político y cultural de los Estados Unidos de América fue el resultado de muchos factores, principalmente, de su visión pragmática en el ejercicio del poder, reflejado en sus relaciones internacionales. Recordemos la frase que se le atribuye a John Quincy Adams, sexto presidente de Estados Unidos (1825-1829): “Estados Unidos no tiene amistades permanentes, sino intereses permanentes”, parafraseada por John Foster Dulles, quien fuera secretario de Estado (1953-1959), del presidente D.D. Eisenhower, señalando que “Estados Unidos no tiene amigos, tiene intereses”.

Al concluir la segunda guerra mundial, ese pragmatismo los llevó a crear instituciones internacionales controladas por ellos, a desarrollar y consolidar su industria bélica, a constituir su moneda como valor de reserva y de comercio internacional, y a extender por diversos medios su industria cultural para promover sus valores y su visión del mundo, en un entorno de guerra fría.

En cuanto a las relaciones de México y Estados Unidos, se puede afirmar que han estado marcadas por el pragmatismo de ellos, y la estupidez nuestra. Se robaron la mitad del territorio como resultado de la guerra México-Estados Unidos (1846-1848), y nos invadieron en 1914 y 1916; y con todo, México ha sido factor importante en la creación del “american way of life”, principalmente por la mano de obra mexicana mal pagada, e intencionalmente mantenida como ilegal, para tenerla controlada y explotada.

Más recientemente, la instrumentación indiscriminada en nuestro país del llamado modelo neoliberal provocó el debilitamiento y privatización de bienes nacionales que son condición de nuestra soberanía, lo cual desató la migración de millones de mexicanos al vecino país, y también permitió el incremento del narcotráfico y del polifacético crimen organizado.

En ese contexto histórico, se refrendó el dos de junio pasado el deseo mayoritario de darle continuidad a lo planteado por el actual gobierno mexicano, calificado como un proyecto de nación alternativo, orientado a revertir los daños causados durante la etapa neoliberal. Pero ¿existe la suficiente claridad entre nosotros, sobre lo que constituye y posibilita un auténtico proyecto alternativo de nación, más allá de algunos cambios legales y de política pública?

Por lo pronto, el nuevo gobierno habrá de elaborar su Plan Nacional de Desarrollo (2024-2030), tomando en cuenta la enorme dependencia económica que existe entre México y Estados Unidos; y aquí está el punto crítico, considerando el terremoto geopolítico que ya empezó, en el que se habrá de transitar de un mundo unipolar, a un mundo multipolar, con reglas distintas de las que hasta ahora han permitido el poder hegemónico de los Estados Unidos.

Este contexto se agrava con los síntomas de decadencia política, social y cultural interna que muestra nuestro país vecino, el cual sin duda nos presionará para que hagamos todo lo que considere necesario para impedir su debilitamiento y preservar sus intereses. Entonces, ¿qué significará en la práctica el llamado “segundo piso” de la cuarta transformación? ¿cómo se asegurará nuestra soberanía, en el marco de las relaciones asimétricas y dependientes que tenemos con ese país, y lo propio con el también decadente vecino canadiense, socios nuestros en el T-MEC?

Más vale que los ganadores y perdedores de las pasadas elecciones nos ubiquemos bien, para en lo posible configurar nuestro futuro inmediato, en todo aquello que depende de nosotros. El nuevo gobierno deberá cumplir el mandato mayoritario, sin concesiones, y lo que quede o surja como nueva oposición, deberá definir qué papel habrá de jugar.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.