loader image

En la entrega pasada escribía sobre algunas cuestiones que resultan banales a la luz de todo sensato juicio. Decir o anotar que algo que debería de sacudirnos resulta catalogado como banal ya debería de constituir un escándalo por sí mismo. Aunque pareciera que el umbral de la tolerancia y la indiferencia en la sociedad no tiene límites, por lo menos en periodos específicos de la historia y determinados sucesos.

Señalábamos también que ser indiferente ante la impunidad, por ejemplo, tiene altos costos en la sociedad: para la democracia mexicana es un lastre que ha impedido la plena impartición de la justicia y, lo que es peor aún, se ha quedado como una práctica en el imaginario social e individual. Muchos de los funcionarios en todos los niveles de la burocracia que participan de “mordidas”, sobornos, que suelen recurrir a viejas prácticas de nepotismo (que significa designar a amigos y familiares a ciertos cargos para los que no cuentan con el mérito, experiencia laboral o capacidad) todavía pululan en diversas instituciones. Esto sucede desde luego porque hay una estructura que les da soporte, que legitima estas prácticas solo porque “así funciona la política”. El reclamo o la crítica desde la posesión de una conciencia resultaría una consecuencia natural hacia esas prácticas.

Sin embargo, este microescenario sirve también de ejemplo para un análisis mayor. No alcanzan estas breves líneas para una crítica pormenorizada, pero sí para mencionar que el mal, visto como lo no lícito u honesto, tiene una multiplicidad de formas que pueden encarnarse en infinidad de situaciones a niveles también microscópicos. En prácticas políticas, en relaciones sociales diversas, en el ejercicio laboral, etc.

Para San Agustín de Hipona, en su obra, Del libre albedrío, la respuesta a lo que es el mal proviene de la propia humanidad. De manera que quedan, al menos para él, al margen los planteamientos maniqueos y neoplatónicos. El primero de ellos sostiene que la condición dual del mundo y de las cosas es siempre una lucha de opuestos: el bien contra el mal. En el caso del segundo, del neoplatonismo, asigna la susceptibilidad de corromperse, es decir, al mal, en el último peldaño refiriéndose a la materia. Ahí donde el alma puede deformarse por causa del mal es bajo su condición material, según Plotino.

No obstante, de acuerdo con la concepción de San Agustín, que a su vez proviene de una perspectiva cristiana para la que el mal es ausencia del bien y, en ese sentido, no tiene sustancia -entonces no es en sí mismo-, el mal puede anidarse en cada uno de nosotros cuando somos susceptibles al temor, a la venganza, a la ira, a las injurias, avaricia, lujuria y una larga lista. La salida para el filósofo de Hipona sería la voluntad, la determinación hacia el bien y la disciplina, pero nunca deja de observar que hay una lucha interminable entre las pasiones y el alma; disputa que a su vez se resolvería, ya sea de un lado o del otro, con la intervención del libre albedrío.

Señalar que el mal no es una sustancia, que no tiene una existencia en sí misma equivale también a pensar que, entonces, a tono con los movimientos de una conciencia universal que se expande y que para cada movimiento necesita de una interacción de opuestos, el mal es una condición transitoria bajo la cual la humanidad atraviesa el caos, pero también del libre albedrío. Pondremos en suspenso si esto obedece a una finalidad en sí misma, pero sí concederemos que existe una conciencia que se expande, que crece con cada golpe pero también con cada acción afirmativa hacia el bien.

Para concluir y traer el tema a la discusión inicial, diremos que el movimiento de la conciencia se expande cada vez que actuamos, que decidimos bajo el llamado libre albedrío, con un no a la impunidad, no a la corrupción o a las injurias, no a la venganza. Pero también, y no menos importante, cuando no dejamos pasar por alto vejaciones de las que somos testigos porque, tal y como se refiere en La Divina Comedia: “Los confines más oscuros del infierno están reservados para aquellos que eligen mantenerse neutrales en tiempos de crisis moral”.

*Red Mexicana de Mujeres Filósofas