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« Carpinterito del llano

que trabajas con esmero

enséñale a mis hermanos

el arte de los lauderos

para llenarles las manos

a los músicos sinceros».

Son jarocho

De tierras lejanas llegan noticias funestas. Me escribe mi amigo Antoine Serrano, desde la serena oquedad donde vive desde que nació, en el bosque Trois Pignons, cuya extensión de 22.000 hectáreas está bordeada por tres ríos (el Sena al este, el École al oeste y el Loing al sur).

El mensaje que me envió Antoine es breve y desolador: “Hola Raul. Por aquí todo mal, yo bien. Estamos en vísperas de elecciones legislativas y hay tensión, nerviosismo, incomprensión y malhumor. Probablemente, el partido neo-fascista, xenófobo y ultrareaccionario de Marine Le Pen gane. Parafraseando al viejo Marx: un fantasma, un monstruo recorre, amenaza Europa, es el fascismo, el racismo. No sólo es Francia. Pasa también en Holanda, Dinamarca, Austria, Italia, Argentina, y puedes agregar mas”. Ora si que el neo-fascismo sí tiene quien lo vote, le contesté, parafraseando al desdichado coronel de ese inquietante relato que escribió Gabriel García, donde las buenas noticias siempre están por llegar, pero nunca llegan.

Todo lo que Antoine sabe o sospecha de la vida, le ha sido dado a través de sus conversaciones con la naturaleza. Bromista como él solo, dice que sus soliloquios con los pájaros carpinteros han sido determinantes para darse una idea del mundo en que vive. Así, ha logrado intuir lo que se siente cuando se vuela alto, o el valor de construir la casa propia. Pero, también, esa vivencia en Trois Pignons lo ha convertido en testigo de momentos donde la sobrevivencia se traduce en la muerte de otros.

“La naturaleza es cruel”, le decía a Antoine su padre. Pero él nunca se lo creyó así. Cruel es el ser humano, porque tiene la conciencia de lo que hace y lo hace guiado por la ambición, la búsqueda de poder, el dominio sobre sus congéneres, o la sórdida insensibilidad.

En la naturaleza no hay partidos políticos, reflexionaba Antoine con los pájaros carpinteros, y ellos le contestaban con esa mezcla de silencio y traqueteo de sus picos sobre la madera de los álamos, expresando así la certeza de lo que significa no perder la brújula. Las costumbres de esos ingenieros de la carpintería son básicas: su tarea principal consiste en golpear la madera con su pico entre 15 y 16 veces por segundo, al menos unas 12 mil veces al día. Su alimento para esas rutinas consiste de unas mil hormigas o 900 larvas de otros insectos. Este esfuerzo febril los convierte en unos eficaces creadores del equilibrio ecológico: ayudan a dispersar las semillas de los árboles, controlan plagas y un 70 por ciento de los huecos que hacen en los árboles se convierten en nidos de mamíferos, réptiles o pájaros. Todo esto sin haber fundado una sociedad de partidos políticos.

Durante mucho tiempo, los científicos que han estudiado el comportamiento de los pájaros carpinteros, se han preguntado cómo es posible que su incesante labor no les dañe el cerebro. Otra respuesta posible, que no requiere de ciencia para comprobarla, es la elocuente certeza de que los pájaros carpinteros han logrado mantener intacto su cerebro porque no se dedican a la política, y en ellos sobrevive el instinto de seguir contribuyendo al equilibrio ecológico. Es verdad que todavía existen políticos que actúan como pájaros carpinteros, pero al igual que estas aves también están en peligro de extinción.

Imagen cortesía del autor