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La alegría en psicoanálisis es revolucionaria

 

Me viene al recuerdo una frase del Che Guevara: «Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad». La he recordado últimamente porque quiero parafrasearla, y traerla al contexto del psicoanálisis.

Pero quiero hacerlo para escribir del trabajo analítico que uno hace en diván, en cada proceso individual, no para hablar sobre la teoría. Porque la teoría de inmediato problematizaría esta frase del Che, criticando, por ejemplo, al revolucionario, citando otra muy famosa frase de Lacan: «…la aspiración revolucionaria no tiene otra oportunidad que desembocar, siempre, en el discurso del amo. La experiencia ha dado pruebas de ello. A lo que ustedes aspiran como revolucionarios, es a un amo».

También, desde la teoría podríamos cuestionar al amor, y decir, por ejemplo, que amar es, esencialmente, querer ser amado, ya que todo amor sólo se ubica —siguiendo a Freud— en el terreno del narcisismo. Y, desde luego, también podríamos cuestionar qué es eso a lo que el Che llama verdadero y auténtico. ¿Bajo cuáles criterios puede esto ser así?

Pero no se trata aquí de desmenuzar esa frase del guerrillero argentino hasta reducirla a su mínima expresión (ya que es probable que nada sobreviva al escrutinio crítico de la teoría, o quizá, mejor dicho: del teórico). La traigo a colación por una razón: he pensado últimamente en los criterios que dan cuenta de si estamos haciendo, o no, un “buen” trabajo analítico.

Como señaló Manuel Hernández: «Los analizantes suelen ubicar un parámetro decisivo de la pertinencia de su análisis en la ponderación de qué tanto han cambiado. Es que, lo sepa o no, alguien que se analiza lo hace para cambiar, no necesariamente para ser otro, pero sí para cambiar algo que no marcha. […] Se trata de cambios mínimos, inobservables en un instante específico, pero que al ser continuos a lo largo del tiempo pueden ser gigantescos».

Además, recuerdo también un seminario de psicoanálisis, en el que Ivonne Guzmán Bargagli, nos dijo, más o menos, lo siguiente: «Cuando has tenido una experiencia genuina con el psicoanálisis no vuelves a ser el mismo. No eres ni mejor ni peor, sólo eres distinto. Si no ves al mundo de una manera distinta, entonces no estás teniendo un buen trabajo analítico».

Y es que creo que, en lo que a mí respecta, he encontrado un parámetro decisivo que me permite ponderar la pertinencia de mi propio análisis. Y es por eso que he recordado al Che en su frase que estoy a punto de parafrasear: «Déjeme decirle, a riesgo de parecer cursi, que un buen trabajo analítico puede ponderarse en la medida en que uno se sienta más feliz, consigo mismo y con la vida».

Por supuesto que sería pertinente que me recostara en el diván a analizar por qué estoy trayendo ejemplos y analogías revolucionarias (tal vez Lacan tenía razón). Pero ese no es el punto. En resumen, parafraseando al Che, yo diría, a riesgo de parecer cursi, que un buen trabajo analítico puede ponderarse en la medida en que uno se sienta más feliz, consigo mismo y con la vida.

*Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Contacto: freudconcafe@gmail.com