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¿Quiénes eran las hechiceras, las brujas? Y por qué fueron cazadas, torturadas, ejecutadas y exterminadas, al amparo de la “palabra divina” que las sentenciaba a muerte: “A la hechicera no la dejarás con vida” (Éxodo 22:18). Qué clase de “gran otro” encarnaron las brujas como para construir un sistema que garantizara su detección y exterminio…

La muerte para las hechiceras y posteriormente para las brujas, a través de la avasalladora persecución que vivieron, no tomaría fuerza sino hasta el final de la Edad Media y el inicio del Renacimiento en Europa, y hasta ya entrado el siglo XVIII en América. Entiéndase claramente: la hechicera, la bruja, era una mujer; no un hombre; de modo que ese gran otro que ponía en entredicho la estructura social era una mujer.

Pero ¿quiénes eran las brujas? En El dios de los brujos, Margaret A. Murray explica que la idea moderna de la bruja tiene su fundamento en registros de los siglos XVII y XVIII, cuando la iglesia cristiana se dedicaba a aplastar los restos del paganismo, esa religión que existió desde muchos siglos antes, caracterizada, entre otras cosas, por ser politeísta y con una fuerte relación con la naturaleza.

Las brujas, continúa Margaret Murray, fueron aquellas mujeres a quienes se acudía para aliviar los dolores del parto, para atenderlos e incluso para realizar cesáreas con éxito para la madre y la hija. Esto iba contra la voluntad de dios, porque la mujer había sido maldecida desde Eva (y toda su estirpe). Así que, dice Murray, la religión y la ciencia médica se unieron contra las brujas.

Hay una lógica en ese pensamiento, que no una verdad: Si las mujeres eran consideradas inferiores intelectualmente, destinadas al espacio de lo doméstico, y además habían sido maldecidas por su creador, cómo era posible que tuvieran conocimientos para procurar la salud, sin haber asistido a las instituciones académicas para saberlo. Debía ser el demonio quien les susurraba al oído esa sabiduría, como había ocurrido ya en el Edén.

Las brujas, curanderas, parteras, hechiceras eran mujeres sabias, poseedoras de conocimientos ancestrales sobre medicina, herbolaria y prácticas espirituales. Estos saberes, lejos de ser aceptados y valorados, fueron sistemáticamente perseguidos y reprimidos por el sistema patriarcal, que las veía como una amenaza a su estructura de poder.

En un momento histórico en el que la “ciencia” aún no había desarrollado sus métodos y descubrimientos, estas mujeres tenían un rol roles cruciales en el cuidado de la salud y el bienestar de sus comunidades. Conocían los efectos curativos de las plantas, sabían cómo asistir en partos y tratar enfermedades comunes. Su conocimiento empírico, transmitido de generación en generación, les otorgaba una autoridad que competía con la emergente práctica médica formal dominada por hombres.

Además de su dominio sobre la medicina natural, las brujas a menudo actuaban como consejeras y líderes espirituales. En sociedades rurales, sus habilidades para interpretar sueños, predecir el clima o influir en la suerte eran valoradas y temidas. Esta combinación de saberes prácticos y espirituales les confería un poder simbólico que trascendía lo mundano, posicionándolas como figuras centrales en la vida comunitaria.

Para entender cómo los saberes de las brujas fueron considerados una amenaza al sistema patriarcal necesitamos pensar en su contexto histórico. La estructura social estaba firmemente arraigada en el patriarcado, donde los hombres dominaban las esferas política, económica y religiosa. Las mujeres, relegadas a roles domésticos y subordinados, tenían pocas oportunidades de ejercer poder fuera del ámbito privado. Las brujas, con su conocimiento y autoridad, representaban una excepción peligrosa a esta norma. Su habilidad para sanar, guiar y ejercer influencia espiritual socavaba la estructura jerárquica masculina. Además, su autonomía y la transmisión de conocimientos fuera del control de las instituciones patriarcales, como la iglesia y la academia, eran vistas como subversivas. La capacidad de las brujas para influir en su entorno y en las personas desafiaba directamente la noción de la dependencia femenina y la superioridad masculina.

Tampoco es casualidad que la representación de la bruja presentara constantemente mujeres mayores, aquellas que ya no podían ser objetos de reproducción: mujeres entradas en la menopausia que, al ya no menstruar, acumulaban bilis negra, ese ingrediente de la melancolía y el influjo de Saturno.

El miedo y la desconfianza hacia las brujas se intensificaron en momentos de crisis social y económica. Las epidemias, las hambrunas y las tensiones religiosas exacerbaban la búsqueda de chivos expiatorios, y las brujas, con su independencia y saberes misteriosos, se convirtieron en blancos fáciles. Los juicios por brujería, conocidos como “autos de fe”, alcanzaron su punto álgido entre los siglos XV y XVII.

Recientemente, la idea de la bruja y otras representaciones “monstruosas” de la mujer han sido retomadas por el arte del siglo XX. Yolanda Beteta explica que “algunas artistas denuncian la deslegitimación que han padecido y padecen las mujeres apropiándose precisamente de las representaciones «monstruosas» de la naturaleza femenina para convertirlas en «iconos feministas». Son artistas que han dado forma a un nuevo feminismo visual basado en el concepto de subversión, es decir, toman los modelos clásicos de deslegitimación femenina para deconstruirlos y convertirlos en iconos del feminismo. La iconografía de las brujas, amazonas, vampiras, sirenas, arpías, esfinges, etc., se deconstruye y subvierte para convertirla en el paradigma de aquello que sus creadores pretendían combatir”.

*Comunicador de ciencia / Instagram: @Cacturante

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