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El deslumbramiento ante la sal

 

Sus primeros y definitorios pasos hacia la escultura se lo debe a la sal. Sin embargo, la pasión de mi hermano Martín por ese arte plástico viene de antes, de mucho antes. Del recuerdo de sus tíos, Pedro y Rafael Coronel, de haber conocido de la mano de su padre al abuelo de su prima, el pintor guatemalteco Carlos Mérida, por supuesto de los libros de arte que cayeron en sus manos, y de su cultura europea adquirida en los recorridos por los grandes museos, cuando vivió años como estudiante de posgrado en Francia.

Sus primeras figuras las imaginó frente a los bloques de las salinas de Guerrero Negro, que lo deslumbraron por su belleza y por esas extensiones casi infinitas, donde era imposible para cualquier mirada humana abarcar los cientos de kilómetros cuadrados que cubren la superficie de ese territorio blanco, ubicado en medio del mar y el desierto de Baja California. Fue en ese paisaje del que no daba crédito, que el doctor en ingeniería química Martín Hernández Luna dibujó en su mente sus primeros trazos.

La perfección geométrica de esos cristales blancos lo sorprendieron por la forma, casi mágica, en que la naturaleza los ha moldeado. Como en ningún lugar del mundo, adquieren esas grandes dimensiones debido al clima isotérmico de la península, cuya variación térmica es casi inexistente entre el día y la noche. Más admirado estaba al saber que la organización perfecta de las moléculas del cloruro de sodio, son la que, al repetirse por trillones, forman esos cristales que pueden medir hasta doce centímetros, sin perder su volumen delineado por las leyes fisicoquímicas de la madre natura.

Del encuentro con esas formas cristalinas nació su opera prima. Fue un cuadro blanco de alto relieve elaborado solamente de cristales de sal, que daba la bienvenida a la Sala de Química del Museo Universum de la Universidad Nacional Autónoma de México (que fue inaugurado hace ya 25 años y cuya filosofía era conjuntar el arte y la ciencia).

Seguro Martín anticipó las palabras del poeta Luis Miguel Aguilar, que tiempo atrás, como en un juego, escribió, “la sal es una roca que se come”. Mi hermano debió pensar: si se come, porque no se podrá esculpir. Sin abandonar esa idea, produjo decenas de obras, sólo a base de ese compuesto que los antiguos mediterráneos llamaban Halita. Al recorrer esas obras en mi memoria, soy ahora el que evoca a mi amigo poeta y recuerdo un gran monólogo de su creación: “Y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada?”.

Para preservar e impedir que la sal se envaneciera, Martín llevó sus formas a otros materiales; cambio la sal por el bronce-esa ancestral aleación de cobre, zinc y otros metales- pero sin dejar de ser fiel a las formas de esos magníficos paralelepípedos cristalinos.

Las esculturas elaborados sobres esos metales no sólo se expresan en sus formas y dimensiones, sino que el color, las tonalidades descubiertas y trabajadas con su expertis, son las que logran expresar el verdadero arte de sus obras.

Los rojos, naranjas, verdes, ocres, guindas, fucsias en esos volúmenes tridimensionales, que recuerdan los bloques de sal, se convierten en una unidad indivisible, producida por otro binomio: el de un inventor-artista, conocido cariñosamente en su familia como Pino.

Martín no sólo ha tallado sus piezas, sino que ha creado sus pátinas a partir de la ciencia, es decir, sus obras no están pintadas, su color es producto de un proceso químico inventado por él mismo, y que por razones de celo profesional no confiesa en su totalidad. Su conocimiento de las reacciones químicas, el de que la oxidación que por siglos había producido en los metales esculpidos por los chinos, los egipcios, los griegos sus tonos, hoy clásicos en esas figuras milenarias, lo llevó a descubrir un proceso catalítico que le permite obtener esos tonos brillantes, y absolutamente originales en los colores de sus esculturas, todas ellas nacieron orgullosamente en su casa- estudio de Cuernavaca.

Al verlas nos recuerda lo que el pintor Whittier, solo se limitó a decir en dos palabras “Art happens” (El arte sucede), “lo cual es equivalente a admitir que el hecho estético es, por esencia, inexplicable”, como escribió Borges [1]. Así es como mi hermano llegó por tres vías, la ciencia, la historia y su imaginación, a producir esas obras singulares que cautivan a quien las mira. Todas ellas, sin excepción, están firmadas en su base, quiero pensar, como un homenaje a la maestra María del Carmen, sólo las signa con su apellido materno: Luna.

De esas figuras, un buen día puso a danzar en sus manos sobre el bronce a unas bailarinas y a hombres sostenidos en un solo pie, eso sí, sin perder sus patinas coloridas. Desde entonces su obsesión, ha sido atentar contra la inmovilidad y poner ante la vista de cualquier observador el cuerpo humano en movimiento. Mi hermano Martín sigue actualmente en esa lucha interminable de crear, es decir de trasformar, como afirma en una de sus novelas la escritora húngara Vigdis Hjorth: “la obra artística no se encuentra en su relación con la llamada realidad, sino en el efecto que tiene en el espectador”. Eso fue justo lo que sentí hace unos días, cuando lo vi y lo escuché hablándole a una de sus obras. La pieza es un hombre de aproximadamente un metro setenta centímetros, que está a punto de correr o bailar. No me atreví a preguntar nada sobre lo que veía, pero si me asombré ante la impresión que ofrece esa obrar plástica por su movimiento. Ese hombre inacabado, su molde, incluso antes de ser concluido en su molde, vertebrado por un esqueleto oculto de polietileno, es ayudado a sostenerse por unos cables que eviten su desbalance, o quizá impiden su huida, para parecer a punto de iniciar la carrera. No dudo que verlo correr sería el deseo de mi hermano el escultor, quien seguirá luchando contra la quietud de sus obras para lograr ante los ojos del espectador, sus piezas moldeadas, revelen la magia del arte en movimiento.

[1] Jorge Luis Borges, prólogo a su traducción de Hojas de Hierba de Walt Whitman de editorial Lumen, 1969.

*Bailarín tropical, apasionado de viajes, bares y cantinas que desea que estas Vagancias semanales sean una bocanada de oxígeno, un remanso divertido de la cotidianidad.

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