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Vico Díaz era un niño cuando la música que su padre cantaba y tocaba con su guitarra, sentado en la sala de su casa, misteriosa e inconscientemente comenzó a habitar su ser. Como un murmullo que se obstinaba en decirle algo, aunque él pareciera no darse cuenta, los boleros se entremezclaban con las canciones de los Beatles y del bossa nova, sembrando su savia.

Vico Díaz era un adolescente cuando un buen día la curiosidad le hizo abrir el estuche donde su padre guardaba esa guitarra, como si respondiera a un llamado que el destino le ofrecía. Primero fue el espíritu del juego, guiado por la intuición y cierta ingenuidad, lo que impulsó su gusto por abrir ese estuche, como una invocación para iniciar su caminar por ese mundo vasto de la música.

Vico Díaz tenía un abuelo que amaba la música clásica. De niño y adolescente, pasaba temporadas en su casa, donde Mozart, Bach, Beethoven y Brahms se escuchaban a todo volumen. Vico lo veía sentado en su reposet, con los ojos cerrados y un tanto meditativo, en una especie de trance que su familia no entendía. No faltaba la tía que al verlo así apagara la música, provocando que de inmediato abriera los ojos y dijera: “¿por qué la paraste?” Eso se le quedó muy grabado a Vico, y le hizo entender que la música se puede escuchar de una manera meditativa y profunda.

Vico Díaz tenía 14 años cuando descubrió que lo que más le llamaba la atención de la guitarra eran sus cuatro primeras cuerdas, las graves. Su padre, al ver como pulsaba el instrumento, le dijo: “a ti te gusta tocar el bajo, ¿verdad?” Como Vico no entendió lo que le quería decir, su padre le habló de Paul McCartney y le puso ejemplos de cómo este beatle tocaba el bajo. Fue la intuición lo que atrajo a Vico hacia las notas graves.

Vico Díaz, en esa temprana adolescencia, encontró en sus compañeros de un coro de iglesia el estimulo que fortaleció sus convicciones. Allí fue donde se dio cuenta de lo que la vida le estaba dando. “Tu tienes un gran oído y lo haces todo muy fácil”. La música fluía en su ser de una manera natural. Un don que él convirtió primero en un juego, cantando y tocando con su padre, sus tías y sus tíos.

Vico Díaz tenía 16 años cuando su familia hizo una coperacha para comprarle su primer bajo eléctrico, un washburn rojo, en una tienda de Guadalajara. En su memoria guarda ese momento de inmensa tristeza, cuando en su segundo ensayo trató de afinarlo y le reventó una cuerda: “sentí que había roto algo muy valioso para mi”.

Vico Díaz vivía la plenitud de su adolescencia cuando le entregó su amor al bajo, dejando del lado su gusto por el futbol. Un amigo de su padre le dio las primeras clases. Luego fueron sus amigos quienes lo acercaron al funk, al rock y al jazz. Fue el encuentro con la música de John Patitucci lo que le llevó a conocer el contrabajo, y de ahí a interesarse por entrar a la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara, donde aprendió a tocarlo y tomó clases de solfeo.

Vico Díaz encontró en esa escuela de música a quienes se convirtieron en sus amigos entrañables: Zindu Cano, Kevin García. Allí también estudiaba otro de sus grandes amigos, Salvador Ojeda, de quien aprendió la pasión por el jazz y el camino que lo llevó a buscar una beca en Berklee College of Music, de Boston, para estudiar durante cuatro años composición de jazz y contrabajo. Esa vivencia le hizo encontrar la certeza de que esa intuición y esa inconciencia que lo acercó a la música contenía un don que la vida tenía para él.

Vico Díaz tenía 23 años cuando regresó a México y se reencontró con Zindu Cano y Kevin García, que ya para entonces habían fundado su grupo Ampersan, y lo invitaron a unirse, convocándolo a nuevas búsquedas musicales: “Tú tienes que tocar la leona”, le dijo Kevin, y en un fandango en Cuernavaca conoció ese instrumento de la tradición del son jarocho, y al día siguiente a Pavel Toledano, un formidable laudero, de quien obtuvo su primera leona.

Vico Díaz, en su encuentro con la leona, tuvo la revelación de que allí estaba no solo su presente sino su futuro. Esa primera vez que la tuvo en sus manos, se sintió como un niño que se asombra ante la posibilidad del juego que le imponía su sonido. Así comenzó también una mayor cercanía con la música tradicional mexicana.

Vico Díaz, hacía el año 2016, tuvo una epifanía e hizo de la leona su más entrañable querencia. La convirtió en “su” leona: le quitó los trastes y le pidió a su amigo laudero Leonardo Reyes que le adaptara unas clavijas de chelo. Tocó con ella jazz, funk, rock, son jarocho, con la profunda convicción de la universalidad de la leona, hasta encontrarse con esas alturas que evocan el mundo clásico de Bach, Koussevitzky, Jean Daniel Braun, y Vivaldi.

Vico Díaz es un músico revolucionario.

https://vicodiaz1.bandcamp.com/album/art-of-the-leona

https://www.vicodiaz.com/

Un hombre con una guitarra en las manos

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Vico Díaz. Foto: Cortesía del autor