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Norberto Elías enmarca una tipología de la otredad y una relación de desigualdad entre dos sujetos de estudio, se trata de los conceptos de los forasteros y los establecidos (En inglés, los outsiders y los established), los primeros son un grupo de personas, a veces vistos como monstruos (Izaola e Imanol 2015, p. 120), que cargan con un estigma de el otro impuesto por parte de los establecidos, esto es permitido gracias al poder que brinda el conocimiento del lugar y el haber estado en un espacio antes. Por una parte, los establecidos tienen privilegios y los forasteros son deshumanizados por un estigma (Alcalde Campos, 2011, p. 377). Por otra, el discurso de la estigmatización de los otros legitima la cohesión al interior del grupo discriminante (Alcalde Campos, 2011, p. 377).

Este fenómeno de exclusión para la integración se da en casi todas las sociedades del planeta. Al arribo de la globalización y de las sociedades veloces y conectadas del siglo XXI, se ha replanteado la forma en la que se describe la otredad. Más que como un monstruo, se le ha ignorado o criminalizado en aras de la obtención de su fuerza de trabajo y del rechazo de su cultura. Así con la caída de las torres gemelas ocurre un replanteamiento del inmigrante, de la integración y de la ciudadanía. Tanto los derechos civiles, como los derechos político-individuales y sociales han sido negados para el migrante, que pretenden llamar “terrorista, narcotraficante, pandillero”.

En general se han negado los derechos de aquellos que no pertenecer a la nación y en particular, los derechos sociales, respecto a la ciudadanía no son opción más que para ciertas personas que elige el Estado para su supervivencia y reproducción. Así, la cultura política, base sobre la que se funda la dimensión simbólica de ciudadanía, hace referencia a los conocimientos que permiten la evaluación de la vida política (Tovar Pimentel, 2012, p. 67). Hecho que se asocia a la construcción social del espacio, pues no sólo se necesita la ciudadanía para ejercer de forma plena los derechos, es fundamental un reconocimiento cultural, una apropiación por parte del forastero y una aceptación por parte del establecido.

Los espacios, no son sólo lugares o pedazos de tierra, el espacio es “una totalidad […] compuesta por varias estructuras que juntas simbolizan un espacio […]” (Pardo Montaño, 2022, p. 34) y contienen por lo menos cuatro componentes: el sociocultural, el político, el físico y el económico (Pardo Montaño, 2022, p. 38). En dicho territorio el migrante jugará dos papeles, el de la adaptación o el de la asimilación (Pardo Montaño, 2022, p. 39). Por una parte, autores como Alejandro Portes, Patricia Fernández Kelly y William Haller apuntan a la existencia de la asimilación segmentada por medio de la “aculturación” del individuo (Portes, Fernández y Haller, 2006, pp. 10-11). Mientras que otros autores hacen mención del melting pot en Estados Unidos para hacer referencia a este país como “el crisol elegido por dios para que todas las divisiones y conflictos étnicos de la humanidad desaparezcan al <<fundirse>> todos en un solo grupo, símbolo de la fraternidad universal” (Bajo Santos, 2007, p. 824).

Por otra parte, la adaptación es más compleja y contiene en ella varios crisoles de ser y de perecer. Las formas de ser son “las relaciones y prácticas existentes en la realidad en la que participan los individuos más que las identidades asociadas a dichos actos” (Levitt y Glick Shiller, 2004, p. 67), por ejemplo, comer tortillas; en contraste, las formas de pertenecer son “las prácticas que apunta actualizar una identidad que demuestra una conducta consciente con un grupo específico. Estas acciones no son simbólicas sino son prácticas concretas y visibles que señalan pertenencia” (Levitt y Glick Shiller, 2004, p. 68) como ejemplo puede encontrarse portar símbolos religiosos.

Este elemento dicotómico sobre la adaptación o asimilación es un amplio debate que podría abordarse desde otras perspectivas multiculturales, interculturales e incluso transculturales; sin embargo, es necesario romper y reconocer que existen barreras de intolerancia o, mejor dicho, de faltas de respeto, que están vulnerando al migrante. Una de ellas es la del racismo como una forma de vulnerabilidad estructural, la piel como fenómeno de identificación del otro.

En el caso mexicano, la discriminación positiva y negativa se promueve a lo largo de la historia, por una parte, el exterminio de poblaciones indígenas, por otra, los facilitadores que atraen a población europea. Todo esto promovido por las políticas migratorias, que en algunos momentos se han excusado con medidas “sanitarias” o incluso con el argumento de que ciertas poblaciones “no son aptas para el clima local” (FitzGerald y Cook-Martín, 2015, p. 47).

Aunque esto hace mucho ruido, sobre todo respecto a la constitución del Estado-nación, es necesario recalcar que el racismo y la discriminación están indisolublemente constituidos al Estado-nación, y sólo, posiblemente un discurso postnacional puede cuestionar dicho acuerdo. Sin embargo, también se recalca que la labor del Estado nunca ha sido la de garantizar el derecho de los individuos, sino el derecho de su propia nación ideal; por eso ahora se debate el Estado con las minorías internas y externas (Pérez Vejo, 2015, p. 120). Estas actividades juegan un papel primordial y pueden beneficiar al migrante o vulnerarlo.

Es necesario dividir la noción de vulnerabilidad en dos categorías: la vulnerabilidad estructural y la vulnerabilidad cultural. La primera hace referencia a una dimensión objetiva la cual remite a las condiciones de vida objetivas reales de los inmigrantes, condiciones resultantes de la discriminación. Estas pueden traducirse en leyes, folletines o formatos que distingan a la población por su color de piel para hacer una revisión de lo que es nacional o lo que no lo es. Por otra parte, el sustento de estas acciones se encuentra en la vulnerabilidad cultural y se refiere a una dimensión subjetiva la cual implica una justificación ideológica de la condición subordinada en la que se encuentran los migrantes, aunado a ello existen retóricas que criminalizan al migrante y lo discriminan por su condición, dando paso a discursos xenófobos, racistas, antiinmigrantes que generalmente están llenos de prejuicios (Pérez Vejo, 2015, pp. 60-62). Las categorías conceptuales de vulnerabilidad permiten entender que la carencia de poder se puede traducir como impunidad y violación de derechos humanos. Así la dimensión subjetiva o cultural es la justificación ideológica de la existencia de condiciones que vulneran al migrante (Bustamante, 2014, p. 303).

Aunque es primordial el papel que aún juega el Estado por medio de sus políticas públicas y migratorias, también la cultura juega un papel fundamental e incluso predominante; cuando las políticas migratorias giran en torno a ser más humanas con el migrante los servidores públicos y la población suele expresar su xenofobia, racismo y discriminación con el migrante la dimensión cultural es necesaria.

*Momoxca, internacionalista, escritor y migrantólogo.