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Las defensoras del territorio Magui y Juana son excelentes conversadoras. Sus relatos sobre los ataques de la minera Penmont de Peñoles los oí en junio pasado en el campamento del ejido El Bajío, en el Desierto Sonorense. Recontaron la situación de zozobra vivida por lustros. La necesidad de hacer guardias constantes, atentas a la entrada en camionetas de hombres malos y los disparos. En 2018 los mercenarios asesinaron a Raúl Ibarra de la Paz y se llevaron a Nohemí Elizabeth López. Ellas contaron que cuando sus esposos fueron encarcelados en 2021, por la falsa acusación de despojo y la connivencia del Ministerio Público de Caborca, Magui interpuso su cuerpo entre un policía y Erasmo para que no lo golpearan más. Juana volvió a las plantaciones agrícolas comerciales como jornalera pues Bartolo estuvo encarcelado muchos meses.

No obstante la brutalidad de la minera y las policías, también hablan con orgullo de la vida que crece en el desierto. Fue declarada Área Natural Voluntariamente Destinada a la Conservación en junio de 2023. El núcleo agrario de El Bajío es garante de poco más de dos mil hectáreas del ejido para cuidar una unidad ecológica en la que el berrendo y al sahuaro son emblemas del peligro de extinción de especies en el Desierto de Sonorense. Conocen los hábitos de decenas de animales y las propiedades medicinales y alimenticias de la variedad inconmensurable de plantas y flores.

Pero El Bajío tiene una herida, en medio de la belleza del desierto se abre un tajo de 189 hectáreas, la mina Dipolos, una lesión grave en la tierra que dejó muerta esa porción. A unos metros del campamento de El Bajío está la tepetatera en la que Penmont depositó toneladas de tierra estéril. Se trata de una plataforma de cerca de 40 metros de altura y unos tres kilómetros cuadrados. Aún están las mangueras que contuvieron la solución de cianuro y que filtraron hacia una alberca de agua azulada la solución líquida con metales -patio de lixiviación- que abarca varias hectáreas. En 2008 Penmont planeó que la tepetatera tendría 133 hectáreas de superficie en tanto que el patio de lixiviación alcanzaría 59 hectáreas. Magui nos cuentan que encontraron restos de animales muertos que bajaban a tomar agua. Hoy se mira como una alberca gigante semiderruida con aguas venenosas.

El Bajío está a diez kilómetros de la mina La Herradura, la principal productora de oro de Peñoles. En aquel año, el consorcio extendió la mina a través de su subsidiaria Penmont, se amplió a la mala en los terrenos ejidales de El Bajío y abrió ese tajo a cielo abierto. Había calculado que podía agrandar sus terrenos mediante el despojo a los ejidos vecinos y destruir más cerros. Se topó con que el núcleo agrario de El Bajío no se lo permitiría. Aún hoy, se resisten a restituir el oro que se llevaron y a hacer pública su derrota jurídica y social. Hace una década que engañan a sus accionistas. No les dicen que la mina de Dipolos no les pertenece por una resolución judicial irrecusable.

Poco más de 2000 mil hectáreas de El Bajío destinadas a la conservación colindan con 9,136 hectáreas concesionadas a Peñoles, en ellas construyó un barranco de 865 hectáreas, es la mina La Herradura. Esta cercanía entre un área natural protegida voluntariamente y la extracción de oro a cielo abierto pone en riesgo la vida de la unidad ecológica del desierto. Los polvos de las explosiones diarias de la Herradura cubren las plantas que consumen los berrendos, el ruido de las trituradoras ahuyenta a todo ser vivo. El consumo de agua que la minera ha succionado de los pozos durante décadas impide la recarga en otros pozos y en las zonas superficiales. Aún está por estudiarse el efecto de los vapores de la separación de los metales en todo ser vivo que se encuentre cerca.

El desierto Sonorense ocupa la mayor parte del territorio de ese estado, de Baja California y el sur de Arizona. El Gran Desierto de Altar y al Reserva de la Biósfera El Pinacate son una partecita de un desierto que tiene agua. Cuenta con las mayores precipitaciones al año de una zona de este tipo. Fue una unidad biocultural milenaria, el territorio de las culturas del desierto, seminómadas que lo transitaron por ciclos durante 20 mil años, alimentándose de una zona llena de vida que les permitió crear culturas complejas. Estos pueblos sí lograron mantener un equilibrio ecológico hasta que fueron desplazados, masacrados y confinados a territorios mucho más pequeños por los colonos norteamericanos y mexicanos. Una pinza binacional de terror que los redujo a “tribus salvajes”. (Continuará)

Un avión en una playa

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Pileta de lixiviación de la mina Dipolos / Imagen cortesía de la autora