loader image

 

La libertad del psicoanálisis

 

Hace poco, en una charla informal con mi mejor amiga, nos preguntamos para qué nos psicoanalizamos. ¿Para qué invertir tanto tiempo, esfuerzo, dinero, energía y atención en un trabajo tan complejo, largo, y muchas veces incómodo? Como era de esperarse, no creo que hayamos llegado a una respuesta definitiva, pero ella dijo algo muy importante que me ha tendido dando vueltas la cabeza desde entonces.

Palabras más, palabras menos, dijo que lo que más le gustaba del psicoanálisis era que, a diferencia de otro tipo de psicoterapias, el psicoanálisis no espera nada del analizante. Como alguna vez explicó Silvia Artasanchez: «el analista no tiene el poder, no dirige al analizante, ni quiere nada para éste (como que sea exitoso, que sea feliz, que esté contento, ni mucho menos que se identifique con él)». El psicoanálisis no obliga, ni fuerza, ni demanda, ni espera siquiera, que el analizante se transforme en esto o aquello, o que haga o deje de hacer esto, o esto otro.

Ya lo explicaba muy bien Octave Mannoni, al acudir al mito de Procusto: un forajido que ofrecía asilo a los viajeros extraviados. «Los acostaba en una cama de hierro y, si eran más largos que el lecho, él cortaba el excedente. Si eran más cortitos, los alargaba a la fuerza». Mannoni dice que Procusto es el santo patrono de quienes aplican test, o cuentan con que alguna rehabilitación dará frutos. Yo creo que esto también aplica para los psicólogos, promotores de la salud mental, y en general, cualquier personaje que ostente el poder psi denunciado y definido por Foucault.

«Con todo, la meta que se propone el psicoanálisis es algo distinta: anhela que los analizados, en lugar de convertirse en seguidores de la norma, se transformen en ellos mismos».

Pero no hay que olvidar que, tal como nos advirtió Paul B. Preciado: «la libertad es uno de los valores más prominentes de nuestras sociedades de control». En todo caso, ¿cuál será la libertad que se gana en un psicoanálisis? Me gusta pensarla que es tal y como la describe Preciado: «…si por libertad entendemos salir, vislumbrar un horizonte, construir un proyecto, tener la posibilidad de, aunque sólo sea por breves momentos, experimentar la comunidad radical de todo lo vivo, de toda la energía, de toda la materia, más allá de las taxonomías jerárquicas que la historia de la humanidad ha inventado».

Es una fortuna que no seamos los únicos que nos preguntamos esto. Por suerte, otras personas se han formulado las mismas preguntas, o al menos preguntas muy similares. Bruno Bonoris, por ejemplo, tuvo la gentileza de enlistar lo que, para él, son algunas de las cosas que se logran en un buen psicoanálisis. Recordando que «la libertad no te la da nadie, [sino que] se fabrica», quiero despedirme hoy, citando las diez cosas que propone Bonoris como aquellas que darían cuenta de que alguien está haciendo un buen trabajo analítico:

  1. Aprender a reírse de uno mismo.
  2. Comprender el carácter lúdico (y ficcional) de toda escena.
  3. Ganar plasticidad en los modos de estar.
  4. Advertir con mayor claridad lo que uno quiere y lo que no, lo que ama y lo que odia.
  5. Expresar esto sin sentir tanta culpa, vergüenza o pudor.
  6. Poder perder sin perderse (del todo).
  7. Amar con condiciones, pero con riesgos.
  8. Ceder la ilusión de control. Llevar para que nos lleven. Tolerar mejor las fuerzas incontrolables del azar.
  9. Abandonar los ideales indeseados y abrazar aquellos que nos vivifican.
  10. Creer en el inconsciente… que nadie se salva solo.

*Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Contacto: freudconcafe@gmail.com