loader image

 

INTERFAZ

 

Cuando Iván acudió a la recepción oficial luciendo su acostumbrado traje sastre negro, pero estrenando una corbata de seda italiana de adquisición reciente -se podría pensar que la compró justamente con motivo de la celebración anual- faltaban unos minutos antes de que diera inicio el protocolo redactado en letra cursiva en su invitación oficial cosmopolita. Los idiomas y él tomaron distintos caminos desde la etapa escolar, especialmente al tratarse de entablar conversaciones con extraños. Toda la soltura que cultivaba en su ejercicio profesional como abogado, se desmoronaba al escuchar hablar en otros idiomas de los que ni siquiera podía identificar el origen. En la fila del bufet quiso entablar una plática con la señora que lo precedía, pero al no haber reacción de su parte hizo un nuevo intento de acercamiento utilizando la lengua de Shakespeare, rogando no tener que recurrir a las de Dante, Molière o Goethe por conocer únicamente las palabras de cortesía. Iván logró abrir una conversación con Rosalía nacida y educada en Australia, hasta alcanzar una mesa para disfrutar de los platillos hindúes. Su sintaxis y léxico acabados, escribió frases en Google Translator para seguir con la conversación que se tornaba menos general en cuanto a los temas abordados. Sin embargo, el tiempo de pregunta respuesta por escrito no dejaba de ser tedioso así que probó otro método instalando una aplicación de interpretación y poniéndola a prueba. Al principio el sistema no detectó el idioma de interlocución y provocó la risa de Rosalía, estupefacta recibiendo palabras en indonesio en vez de inglés. Terminando el postre habían logrado, interfaz comunicacional mediante, entablar una plática digna de interés lingüístico, aunque con un dejo de mecanicidad, situación parásita en la cual Rosalía, acostumbrada a una mayor fluidez en su trabajo de locutora de radio, empezaba a sentir disgusto. De pronto, se instaló el silencio entre ellos, un momento suscitado por un corte repentino de la señal internet. Contra todas las expectativas formuladas en un discurso interno, el incidente les resultó favorable. No experimentaron lo mismo tanto anfitriones como invitados y personal de servicio, puesto que la perdida de conexión inalámbrica se debía a la ausencia de luz en toda la zona, así que pidieron refuerzo de alumbramiento para que pudiera permanecer el convivio por unas horas más. Lo que sucedió a continuación fue que Iván y Rosalía se descubrieron el uno al otro sin mediación tecnológica después del desconcierto provocado por perdida de comunicación asistida. El lenguaje no verbal, dibujos y símbolos pintados en las servilletas de papel ofrecidas por los meseros, lograron establecer humanidad en la conversación silenciosa marcada por risas en ocasiones.

De pronto, la aplicación se reconectó sin intervención humana al regresar la luz eléctrica, pero ni Iván ni Rosalía se percataron del hecho, sus celulares estando guardados en sus respectivas fundas. Agradecieron a los huéspedes su invitación y salieron ambos hacia un rumbo desconocido.

Se supo a través de sus redes sociales que Iván, después de haber cursado varios niveles de inglés de manera intensiva –con la ayuda indudable de Rosalía – abrió un despacho internacional en Australia y en Indonesia. La elección del segundo país quedando sin muchas explicaciones para muchos amigos de Iván y menos aún de los de Rosalía. Habrá una gran recepción para celebrar su enlace, en un ambiente cosmopolita con la contratación de intérpretes para evitar el uso de las aplicaciones que suelen provocar malentendidos, aunque por suerte no fue el caso en esta historia.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM