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A / Germán Dehesa

Dos años más joven que yo, estudió en mi secundaria y mi preparatoria, el Instituto y el Centro Universitario México, ambos maristas. Nos conocimos cuando Germán comenzó a noviar con Conchita Christlieb, muy amiga de una de mis hermanas, y más tarde su primera esposa. Germán y yo enseñamos en aquella prepa literatura mexicana, asistimos a la Facultad de Filosofía y Letras, de la UNAM, comenzamos a escribir, nos hicimos maestros en la UNAM, y fuimos miembros del consejo directivo de IBBY-México todo esto casi al mismo tiempo, como si jugáramos a estar en los mismos lugares, con los mismos intereses, pero nunca juntos, sino más bien relevándonos.

Nos ayudamos siempre que pudimos. Mientras estuve en el Fondo de Cultura Económica, en Literatura del INBA, en Rincones de Lectura, de la SEP, le conseguí libros para bibliotecas y grupos de lectura que le pedían auxilio. Cada vez que le hice llegar uno de mis libros, o que le pedí ayuda para apoyar un proyecto, Germán lo comentó por escrito, o en la radio o en la televisión.

Entre todo eso que hicimos hay algo que quiero destacar. Uno y otro nos esforzamos por hacer lectores a nuestros alumnos. Innumerables veces, Germán y yo hablamos y escribimos sobre la urgencia de formar lectores. Dice Germán –entresaco sus palabras de una entrevista de Círculo de Lectores:

El problema básico son los lectores. ¿Para qué más autores, más libros, más esfuerzos por reunir bibliotecas si no hay quien lea, quien se acerque a los libros?

Lo nuestro tiene que ser la formación de lectores y la única manera de formar al lector es mostrándole que leer es la segunda forma de recreo que tiene el ser humano. La primera se cumple entre hombre y mujer y no voy a dar detalles. La otra es la lectura.

Tú olvídate, tú métete a un libro como quien se mete a una fiesta. Si en la página 70 no te interesa, no sabes ni de qué se trata, tienes todo el derecho de largarte; no todos nacimos para los mismos libros.

El buen lector siempre terminará leyendo poesía. Los poetas son las cumbres. En México, donde la palabra es tan violentamente prostituida, sobre todo por los políticos, es necesario generar anticuerpos. Y esos anticuerpos son los poetas. Son los que devuelven a las palabras su pureza original; las alivian y las vuelven otra vez mágicas. Por eso hay que leerlos, disfrutarlos.

Somos lo que leemos.

B/ Cómo fue que Tarzán se formó como lector

Primera de cuatro o cinco partes

Amigos queridos, lectoras y lectores de este Memorial:

Permítanme traer a su consideración una historia que me ha acompañado desde la cuna –estoy seguro de que así ha sido porque era predilecta de mi padre, que fue cuentero y lector eminente. Es una historia que mucho tiene que ver con un tema que debe preocuparnos porque nuestro futuro –el de Morelos y el del país y el del planeta– depende de qué tan capaces seamos de resolverlo: cómo podemos formar lectores que entiendan lo que leen y que, al terminar su educación básica, sean capaces de escribir con claridad y corrección.

Porque hacerse lector no es lo mismo que simplemente saber leer y escribir, que meramente estar alfabetizado. Alguien que está formado como lector es alguien que lee y escribe por voluntad propia, por el placer de leer y de escribir, que es no solamente un placer de los sentidos –tan satanizados en nuestras escuelas, en nuestra sociedad– sino también un placer del intelecto, de la inteligencia, de la capacidad de razonar. No se trata de un método ortodoxo –es más bien algo extravagante y bastante selvático– pero vale la pena revisarlo.

Esta historia da principio, según narra su autor, Edgar Rice Burroughs, “una luminosa mañana de mayo de 1888”; esto es, para relacionarlo con nuestro entorno, un mes antes de que naciera Ramón López Velarde. Ese día, un joven matrimonio de aristócratas ingleses, formado por John Clayton y Alice Rutherford, zarpó de Dover, en el extremo sur de Inglaterra, para cumplir con la delicada misión de esclarecer las actividades de una potencia europea que estaba secuestrando hombres entre los súbditos negros de la corona inglesa en una colonia africana, para venderlos como esclavos.

Un mes más tarde, en Freetown, la capital de Sierra Leona, la pareja fletó un pequeño velero para que los llevara a su destino, en las costas de lo que el autor llama el África Occidental Británica. El viaje comenzó a complicarse entonces y unas semanas después, tras un motín, naturalmente sangriento, Lord y Lady Greystoke –ése era el título de nobleza que tenía la pareja– fueron abandonados con sus pertenencias en una costa desierta.

La continuamos la semana que viene. Ésta fue la primera de cuatro o cinco partes.

*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.