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La pandemia por Covid 19 materializó aquella frase de Groucho Marx erróneamente atribuida a la Mafalda de Quino: “Paren el mundo, porque me bajo”. Pausamos en el planeta entero para no morir, o morir un poco menos. Y en esa gran pausa, nos cuestionamos (por tiempo limitado) todo. ¿Volveremos a la normalidad? ¿Será que este cisma nos haga replantear la forma en que producimos y nos relacionamos con la naturaleza? Las respuestas ya las sabemos ahora.

Pero no voy a hablar de la capacidad humana de adaptarnos siempre a lo peor, sino de las reflexiones que me trajo la pandemia en relación con mi camino en la música. Y es que mi corazón siempre ha estado dividido entre la política y el arte. Quienes conocen mi camino y pensamiento saben que con política me refiero a la búsqueda de alternativas para hacer de nuestro entorno un lugar mejor. En la incertidumbre de no saber qué pasaría con el rumbo colectivo y con el propio, de pensar que cambiaría todo a mi alrededor como lo conocía hasta ese momento, me pregunté ¿qué es lo mejor que sé hacer y me hace feliz?

Canciones

Y aunque ahora ya no vivo esa dicotomía, ahí empecé a identificarme como cancionista, sí, de oficio, de algo que me sale bien y de lo que podría vivir. Me he nombrado música, cantante y compositora, pero el término que mejor me representa es el de cancionista.

 

El término “cancionista” floreció en Argentina a principios del siglo XX para nombrar a las cantantes que se iniciaban en el tango, pero poco a poco se fue trasladando a otros géneros musicales. Hoy cancionista define a una persona que compone y/o canta canciones. Desde adolescente me acompañaron cancionistas como Violeta Parra o Mercedes Sosa, y de ahí, el viaje continúa. El poder de la canción, la palabra envuelta en una agitada danza de emociones es lo más cercano a la magia.

Y es que en la diversidad de pensamiento que permite nombrar las cosas que suceden a nuestro alrededor, hay posibilidades infinitas. La canción es un Universo que explora a través del lenguaje vivo, muchas realidades. Cuando escucho una canción que me gusta, pienso, “wow, qué manera de nombrarlo y qué manera de cantarlo, ¿cómo se le ocurrió?”

Recordemos que en 2016 la Academia Sueca otorgó a Bob Dylan el Premio Nobel de Literatura por la poesía en sus letras, el hecho sorprendió y/o molestó a muchos, por primera vez se otorgaba este galardón a un compositor de canciones.

Soy fan de los ensayos frente al espejo de Carmen María en “Tanto para nada”, de los desencantos de Paola Decanini en “La Esquinita”, del tendedero de blusas blancas de Laura Itandehui en “Yo no necesito de mucho” o de los llamados a gritos de Deby Medrez en “Perdida”, atesoro la forma en que cada cancionista nos cuenta y nos canta su versión de la historia, de esos mismos pasajes y emociones que todas las personas hemos transitado.

Ella lleva en los ojos al mar,

Y lo deja olvidado por las noches,

Si la vida le viene igual

Anda sola y se mueve por los rincones negros de la ciudad

Para que nadie pueda verla.

Mala – La Garfield

¿Cuál es su canción favorita de la semana?

*Cancionista y comunicadora

Imagen que contiene piano

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