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A / El nombre de Tarzán

Abandonados por los marineros amotinados en las costas del África Occidental, Lord y Lady Greystoke se organizaron para sobrevivir. Unos meses después recibieron a su primogénito. En aquella jungla poblada de fieras, especialmente temible era una horda de grandes antropoides que rondaba por las cercanías.

Los trabajos que los dos aristócratas debieron pasar fueron ímprobos. Sin embargo, se nos cuenta, “En su tiempo libre Clayton leía, con frecuencia en voz alta para su esposa [y para su hijo, en la cuna], alguno de sus libros.” Muchos de esos volúmenes estaban destinados a niños, pues el joven matrimonio había previsto que su hijo tendría edad bastante para usarlos antes de que retornaran a Inglaterra. “Otras veces Clayton escribía en su diario, que había siempre llevado en francés.”

Queda claro que estamos entre gente ilustrada y previsora; para ellos la lectura debía comenzar desde la cuna y aun desde antes, desde el vientre materno. Por eso tuvieron la precaución de llevar libros no solamente para ellos sino para el hijo que aún no había nacido, y por eso la lectura –en silencio y en voz alta–, al igual que la escritura, formaban parte importante de la vida de todos los días, de su vida familiar.

Una tarde, Lord Greystoke fue atacado por uno de aquellos enormes antropoides que tanto los atemorizaban. Alice reaccionó valientemente y, aunque nunca antes había manejado un fusil, mató al animal de un balazo. En su agonía, sin embargo, la bestia herida se lanzó contra la joven y la impresión fue desquiciante: Lady Greystoke quedó trastornada.

A partir de aquel día, creyó estar viviendo de regreso en Inglaterra. Cuando su hijo cumplió un año, la joven falleció mientras dormía. Al lado de su esposa muerta, John escribió las que serían las últimas palabras en su diario: “Mi hijito está llorando de hambre. ¡Ay, Alice, Alice, ¿qué voy a hacer?” En ese momento unos antropoides invadieron la cabaña y Kerchak, el jefe de la horda, despedazó al odiado intruso que tanto daño les había causado con su fusil. Kala, una hembra que traía en los brazos a su bebé, muerto en una caída, dejó en la cuna el cuerpo de su hijo y tomó a ese extraño cachorro lampiño que lloraba en su cuna. Más tarde, los antropoides lo llamaron Piel Blanca o, dicho en su lengua, según nos lo revela Edgar Rice Burroughs, Tarzán.

B/ Fascinación

Cuando Piel Blanca tenía diez años, un día se vio reflejado en un estanque, con sus compañeros. Fue espantoso: su piel lampiña, su raquítica nariz, sus dientes diminutos, el espacio blanco en los ojos… nadie más feo. Pero, gracias a su ingenio, aprendió a hacer cuerdas y nudos, a lazar… pudo compensar su menor fuerza; ganarse el respeto de sus compañeros.

La cabaña de sus padres lo fascinaba. Un día logró entrar. Los esqueletos no lo impresionaron. ¡Había tantas cosas que no conocía! Encontró un cuchillo de cacería y descubrió que podía sacar astillas de la madera. Halló los libros de sus padres. Ésa era su herencia: el cuchillo y los libros. Un alfabeto para niños atrajo su atención. “Había muchos antropoides con caras semejantes a la suya, y más adelante, al llegar a la M, halló algunos monos como los que veía todos los días en las frondas de su bosque.”

El lenguaje de los antropoides tenía pocas palabras. Tarzán no podía reconocer lo que veía. “Los navíos y los trenes, las vacas y los caballos carecían de significado. Y nada era tan intrigante como esas extrañas figuritas que aparecían por abajo y entre las ilustraciones: insectos que tenían patas, pero no ojos ni boca. Acababa de tropezar con las letras.” En el libro halló a Tantor, el elefante, y a su vieja enemiga, Sabor, la leona, y a Histah, la serpiente. Nada había encontrado, en sus diez años de vida, que le gustara tanto. No advirtió que comenzaba a oscurecer hasta que ya no vio las figuras. Tomó el cuchillo, para presumirlo, y salió a la jungla.

Apenas había dado unos pasos, una figura enorme se le atravesó; era Bolgani, el gorila, enemigo mortal de su tribu. Su corazón comenzó a redoblar. Escapar era imposible, así que se aprestó a morir. Por instinto utilizó el cuchillo.

Quedó mal herido, pero mató a su rival: era menos vigoroso, pero el arma heredada de su padre lo hacía superior.

Días y noches Kala estuvo a su lado, ahuyentando a las moscas; dándole de comer; trayéndole agua en el hocico. Apenas pudo, Tarzán regresó a la cabaña. “Su atención fue pronto cautivada por los libros, que parecían ejercer una extraña y poderosa influencia sobre él, de tal modo que difícilmente podía prestar atención a ninguna otra cosa, dada la atracción del maravilloso acertijo que su finalidad le presentaba”.

Éstas fueron la segunda y tercera de cuatro o cinco partes. Seguimos la próxima semana.

*Doctor honoris causa por El Colegio de Morelos. Catedrático en la UNAM. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.