loader image

 

DEPORTE Y PODER

 

Recién inició la fiesta mundial de los Juegos Olímpicos (JO) 2024, en París. Como sabemos, su origen tuvo lugar en el monte Olimpo, lugar sagrado de una península del sur de Grecia, en el 776 a.C, y se realizaron cada cuatro años, hasta el año 393 d.C. Se cree que el motivo de su creación fue la celebración de la victoria de Zeus (máxima deidad griega) sobre Cronos, el dios del tiempo. Esta competencia deportiva era también expresión de la cultura griega la cual otorgaba gran importancia a tener un cuerpo sano y a alimentar el espíritu competitivo.

Pasaron siglos, y en el año 1894, el francés Pierre de Coubertin organizó un Congreso en la ciudad de París, con la representación de los países de Bélgica, Gran Bretaña, Grecia, Irlanda, Italia, Rusia, España, Suecia y Estados Unidos, de donde salió el acuerdo de revivir los JO, pero ahora con alcance internacional. Ahí se acordó crear los llamados JO modernos, cuya primera edición fue en 1896, en la ciudad de Atenas, en Grecia, en honor y reconocimiento a su lugar de origen. Cuatro años después, respetando la tradición de los juegos olímpicos antiguos, en el año 1900 la competencia se llevó a París, ciudad en la que se volvieron a celebrar en el año 1924, y cien años después, en este 2024, vuelve a ser la ciudad sede por tercera ocasión.

En su etapa moderna, los JO están dirigidos por el Comité Olímpico Internacional (COI). En su primera edición de 1896, solo se incluyeron nueve deportes, y a lo largo se de los años, se ha incrementado y eliminado muchos deportes; los que han sido recurrentes desde el inicio son el atletismo, ciclismo, esgrima, gimnasia y natación. Para este año, habrá competencia en 32 deportes diferentes, con la participación de más de 11,000 atletas.

De acuerdo a la Carta Olímpica, “El objetivo del Olimpismo es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del hombre, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana”. Destacan tres conceptos centrales de la definición: desarrollo armónico, sociedad pacífica, y dignidad humana. Se asume que estos grandes propósitos sociales se pueden lograr, a escala mundial, a través del deporte; pero no a cualquier forma de deporte, sino a través del deporte de competencia entre personas y naciones.

Desde luego que los JO, en sus modalidades de verano e invierno que celebran cada cuatro años no han podido alcanzar los grandes propósitos formulados en la Carta Olímpica. Hay quien cree, sin embargo, que de algo han servido para canalizar de forma civilizada el impulso natural de los seres humanos de dominar las vidas y los territorios de los demás, pulsión más que probada por el pasado y el presente de la humanidad. Por otra parte, también han servido para confrontar la idea de que existen razas superiores, como quedó demostrado en los JO de Berlín, en 1936, con el triunfo de Jesse Owens de ascendencia africana que, contra lo esperado y deseado por gente de pensamiento racista, ganó cuatro medallas de oro.

Sin embargo, no todo es tan bello y desinteresado en las narrativas de la paz y armonía universal proclamadas hasta el cansancio por organismos internacionales públicos o privados.

Dos cosas habría que destacar, entre muchas, de los JO: el tema de la competencia, y el de los competidores. ¿Por qué el impulso de competir entre los humanos? Se diría que la competencia no es otra cosa que una expresión del deseo de poder sobre los demás. Quien gana una competencia deportiva, individual o grupal, experimenta una sensación de superioridad, amén de otros motivos que pueden sumarse a ese instintivo deseo. En efecto, mucha gente compite para ganar todo tipo de premios materiales, pero también satisfactores de índole inmaterial como el prestigio, el agradecimiento, o la autoestima.

En cuanto a los competidores, un sentido natural de justicia señala que la competencia en buena lid se celebra entre personas que tienen las mismas posibilidades de ganar, para lo cual se debe igualar condiciones previas y posteriores a la competencia. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a ver que los medalleros olímpicos siempre están lidereados, y por mucho, por países que tienen un mayor nivel de vida material.

Aunque no se busque, o quizá sí, la reiterada y aceptada superioridad deportiva de determinados países sobre otros se extiende también a los ámbitos económicos, políticos y culturales. La diversidad de atuendos que suelen aparecer en los desfiles de inauguración o clausura se pueden ubicar en la dimensión folclórica de los países, pero no en el lenguaje de su alma profunda y su visión de vida, ni opacan las desigualdades estructurales en las relaciones internacionales.

Por más que en los JO aparezcan deportistas extraordinarios de países de bajo nivel de desarrollo material a quienes aplaudimos y con quienes compartimos su rato de alegría, el hecho general sigue siendo el mismo. Las marcas y los récords en los diversos deportes se les otorgan a las personas y no a los países que representan, aunque las medallas se ligan primordialmente a países. La verdad es que en los JO la competencia es inequitativa, y siempre favorece a los países de más poder en el mundo.

Los JO, como muchas otras instituciones y organizaciones creadas en el siglo 20, reforzaron la hegemonía de unos países sobre otros, principalmente después de la segunda guerra mundial. Esta situación ya está siendo cuestionada, y todo indica que vendrán tiempos nuevos en donde las relaciones entre personas y naciones podrían redefinirse más en términos de colaboración, que de mera competencia, negocio y espectáculo.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.