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Yo no nací de vientre alguno, a mí me soñó mi madre, en una noche de huracanes y sirenas, una noche dónde el mundo comenzó a desdibujarse. Recordé este verso, entre semana, mientras pensaba sobre qué escribir para este martes, y encontré que mañana 31 de julio será el día mundial de la obstetricia.

Hace algunos años mi abuela materna Lydia me contó, que las mujeres parían acostadas por mero capricho de los hombres, no había otra razón (insistía ella) que justificara la obligación de las mujeres durante siglos a parir en la postura más incómoda, dolorosa e indefensa posible, mi abuela me contaba, que cuando estaba embarazada de su segundo hijo, sentía como la cadera se le partía en dos para abrir canal y el niño naciera mucho más rápido y sin complicación, me aseguraba que sus mejores partos fueron en casa, en cambio – ir al hospital a parir, era una pesadilla, te insultan, te maltratan, se burlan, cómo si tener un hijo fuera un acto de vergüenza, o fuera de la ley- mi abuela parió a su primer hijo hace 85 años, y créame, las mujeres siguen pariendo, con violencia obstétrica de parte del personal de salud.

¿Pero, a qué “radiante” hombre se le ocurrió que las mujeres debían parir acostadas?

Le decían el Rey Sol y; mire que, viendo sus retratos, el señor no tenía por ningún lado algo de luminosidad, se llamaba Luis XIV se dice que era un Rey apasionado a las ceremonias y protocolos, día y noche, despiertas o dormidas, todas las personas de su corte debían usar en todo momento rigurosa etiqueta. La decisión de dictar que las mujeres debían parir acostadas fue un reflejo de su deseo de controlar y estandarizar todos los aspectos de la vida en la corte, aunque según el American Journal of Public Healt se dice que Rey sol tenía un fetiche con el dolor de las mujeres en el parto, asistió a los veintidós partos de su esposa, no por amor, sino, (según la leyenda) por un impulso pervertido, Sol se sentaba en su inmenso trono, y ordenaba, cómo, cuándo y de qué manera la mujer en cuestión podía  pujar o no pujar, y claro, decretó que todas las personas capacitadas para asistir un parto fueran hombres, se le ordenó se acostara a las mujeres sobre la espalda para ralentizar el proceso, decidió imponer la posición de parto acostada como un estándar oficial. Esta decisión no solo buscaba unificar las prácticas en la corte, sino que también se enmarca en un contexto más amplio de centralización del poder y control sobre todos los aspectos de la vida cotidiana.

Ojalá dejáramos de ser tan eurocentristas y patriarcalizados, tan dispuestas y dispuestos a la patologización y pudiéramos ver lo otro, la herencia llena de ritualidad y conocimiento ancestral que hemos tenido en nuestras manos, esa genealogía de conocer lo “oculto” por ejemplo; para la mujeres nahuas el embarazo contaba con una red apoyo, y la partera era un elemento fundamental, según algunas historiadoras el momento del parto era visto como un estado de transición radical. La mujer se convertía en una “guerrera”. A partir de este momento, adoptaría un nuevo estatus social. Sin embargo, las posibilidades de morir durante el alumbramiento, eran altas. Si el parto iba mal, y si ésta moría de se volvía una mocihuaquetz que quiere decir mujer valiente.

Hemos tenido que hacer nuevos caminos, luchas, leyes, redefinir, qué es el proceso del parto, y por qué nosotras no podemos decidir, qué preferimos, si parto natural en hospital o en casa, médico o partera, natural o cesárea, quiénes deben de participar en modelos de embarazo y parto, más amables, más humanos, algo que debe ser lleno de ternura y de cuidado, se ha vuelto en la pesadillas de las mujeres mexicanas, en circunstancias de empobrecimiento, violencia, desigualdad de género, y se le pueden ir sumando categorías que las vuelven aún más vulnerables.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) llama a tener procesos de “parto humanizado”, al hecho de tomar en cuenta, de manera explícita y directa, las opiniones, necesidades, valores, emocionales de las mujeres y sus familias en los procesos de atención del embarazo, parto y puerperio; ya sabrá hay algunos hombres (que cómo saben perfectamente qué es parir, pues opinan al respecto) gritan desde su silla reclinable y su batita blanca- ¿humanizado? Por dios ni que estos bultos de carne, fueran personas.

Ya en serio, aún hay personas que defienden que el “mejor proceso de parto” es el modelo convencional medicalizado que desestima el proceso natural de las mujeres y no toma en cuenta sus necesidades emocionales, culturales y sociales, ni mucho menos tienen una práctica médica con una mínima mirada de género. A los servicios públicos de salud, les sobra mucho juicio y les falta mucha sororidad. No olvidemos nunca que el sistema patriarcal, misógino y machista ha utilizado la sexualidad y la maternidad como un instrumento para controlar el cuerpo y el destino de las mujeres, pero afortunadamente siempre habremos mocihuaquetz para construir realidades, más amables, más sororas, menos dolorosas.

Imagen cortesía de la autora