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FARID BARQUET CLIMENT/LA JORNADA MORELOS

Para uno de sus partidos de preparación rumbo a la Copa América que recién terminó a mediados del presente mes, el entrenador argentino de la selección uruguaya de futbol, Marcelo Bielsa, incluyó en su lista de convocados a un jugador amateur, Walter Domínguez, que militaba en un club no profesional de la república oriental sudamericana: Juventud Soriano. Semejante acción del “Loco” pasa en el futbol contemporáneo por una auténtica rareza. Pero hace unos cuarenta años no lo era. O no lo era tanto. Los directores técnicos nacionales, sus auxiliares, sus visores, solían asomarse a los circuitos inferiores del futbol. Otro argentino, Miguel Marín, máxima leyenda del Cruz Azul, en su condición de entrenador de porteros del cuerpo técnico de la selección mexicana sugirió al entonces entrenador del Tricolor, Velibor “Bora” Milutinovic, que considerara a un portero de Segunda División para defender la portería mexicana en el mundial del que México habría de ser anfitrión en 1986: el morelense Pablo Larios Iwasaki, único futbolista masculino de nuestro país que se concentró con la selección de cara a una Copa del Mundo a pesar de encontrarse militando en un equipo no perteneciente —al menos nominalmente— al máximo nivel.

Oriundo de Zacatepec, Larios inició en el equipo cañero. Tuvo que competir con su coterráneo Nacho Rodríguez —quien también integró la selección mundialista del 86— para hacerse de la titularidad. Ahí, en uno de los ingenios icónicos de nuestro Estado, Marín, el “Superman” —apodo que le puso el locutor Ángel Fernández por sus vuelos espectaculares— seguramente habrá encontrado en Larios a su discípulo mexicano. Y no se equivocó al insistir en la pertinencia de su convocatoria al representativo mundialista. Larios terminó por ser el portero nacional en los cinco encuentros —sí, cinco— que la selección disputó en México 86. Es el arquero mexicano menos goleado en un mundial: recibió apenas dos en tiempo reglamentario. Uno del belga Erwin Vandenbergh, seis veces campeón goleador de la Liga de Bélgica y en 1980 ganador de la Bota de Oro al máximo anotador del año en Europa, y otro del paraguayo Julio César Romero “Romerito”, compañero de Pelé en el Cosmos de Nueva York, jugador del FC Barcelona a pedido del entrenador Johan Cruyff y compañero de Larios a finales de los años ochenta en el Puebla.

Tras su destacada actuación en el mundial Larios por fin se asentó Primera División al pasar al Cruz Azul. En su primera temporada en La Máquina llegó hasta la final por el título contra el Guadalajara, en cuyo partido de ida tuvo dos lances extraordinarios en una misma jugada, una suerte de doble atajada, primero al rechazar sobre la línea de gol una potente volea que le disparó Fernando Quirarte desde el borde del área chica, e inmediatamente después, tras un rebote en el travesaño, al manotear el remate de cabeza de Eduardo “Yayo” de la Torre a escaso metro y medio de distancia, cuando Larios parecía estar batido, yacido como estaba, de espaldas, sobre el pasto del Azteca, que pareció haberlo propulsado para que desviara nuevamente el balón por encima del larguero.

En los tres torneos que jugó con Cruz Azul no pudo salir campeón. Fue hasta su llegada al Puebla que supo lo que se siente levantar el máximo trofeo del futbol nacional. Fue en la temporada 1989-90, su primera como cancerbero de La Franja. Dirigido por Manuel Lapuente, alineó junto a una muy buena base de futbolistas mexicanos —que incluía a Roberto Ruiz Esparza, Javier “Chícharo” Hernández, José Manuel “Chepo” de la Torre, Marcelino Bernal y Arturo Cañas, entre otros— reforzada por una tríada de excelentes jugadores chilenos: Jorge “Mortero” Aravena, Edgardo Fuentes y Carlos Poblete.

En sus años de actividad profesional volver de vez en cuando a su tierra le sentaba bien a Pablo. Su compañero en la selección del 86, Luis Flores, relata que luego de un entrenamiento en Oaxtepec durante una pretemporada Larios se tiró de clavado a la albera olímpica del complejo vacacional de la localidad y recorrió a nado los cincuenta metros de ida y otros tantos de vuelta sin tomar aire, sin sacar la cabeza a la superficie. “Fue y regresó por abajo del agua, tenía una capacidad aeróbica impresionante”, dice en entrevista con La Jornada Morelos el entonces ariete de los Pumas de la UNAM. “Lucho” Flores, que luego del mundial sería contratado por el Sporting de Gijón, agrega: “[Larios] era un fuera de serie físicamente. Con lo delgado que era, tenía una potencia muy buena para ir arriba por las pelotas, cosa que le encantaba”. El también exjugador del Valencia Club de Futbol resalta el aporte de Larios a la mejor actuación mundialista en la historia de México: “A nosotros no dio mucha seguridad saber estaba bien protegida la portería de la selección mexicana”.

A mediados de los años noventa el apodado Arquero de la Selva por su origen zacatepense integró un plantel de época: el colorido y gitano Toros Neza, que practicaba un futbol en el más puro estilo de Larios, arriesgado y vistoso, liderado por Antonio “Turco” Mohamed. Una oncena divertida que solía saltar a la cancha con máscaras de luchador, a veces cubriendo sus cabezas con sombreros estrafalarios y otras con el cabello pintarrajeado.

Referente e “ídolo” de Jorge Campos —escrito así por el propio “Brody” en redes sociales con motivo de la muerte del morelense el 31 de enero de 2019— Larios comparte con el acapulqueño que ambos quedaron retratados para la posteridad como héroes literalmente caídos: Larios en Monterrey el 21 de junio de 1986 y Campos en Nueva Jersey el 5 de julio de 1994. Las imágenes que capturan la definitividad de las dos derrotas más dolorosas de México en mundiales son las de Larios y Campos tendidos sobre la grama después de estiradas infructuosas que no alcanzaron a detener sendos disparos, del alemán Pierre Littbarski y del búlgaro Iordan Letchkov, que desde los once pasos sentenciaron irremediablemente ese par de amargas eliminaciones mundialistas por las que terminó por acuñarse un concepto espectral: La Maldición de los Penaltis.

Dueño de una delgadez extrema y de una agilidad de contorsionista, Larios fue, antes que Campos, el arquetipo del portero salidor, atrevido por abandonar su arco y lucidor al atajar bajo los tres palos. Hoy, que cumpliría sesenta y cuatro años, lo recordamos.

Un jugador de fútbol

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Pablo Larios. Foto: Redes Sociales