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Baldemar Zavala Domínguez, premio nacional “El Viejo y la Mar” y también autor del libro “Relatos de Mar y Tierra”, regresó a Morelos y en un rincón de este municipio autóctono, en una vivienda modesta, bajo la sombra de un árbol y haciendo gala de la cordialidad de su verbo, concedió la entrevista para La Jornada Morelos al que dio la primicia: su segundo “bebé”, con el que promete más relatos acontecidos en la costa de Chiapas, entre ellos, del “calejo”, aquel brujo convertido en animal que puede atacar a los humanos.

Pasó dos meses con 25 días encerrado en su biblioteca, para lograr integrar el primer libro. Hasta sus nietos se quedaban a medias con sus ganas y los nudillos de sus deditos a punto de tocarle la puerta, ante la intervención de su esposa, su hijo o su hija, para que no interrumpieran. Lo repetirá, lo prometió a este medio. “Así nació este librito que me ha dado tantas satisfacciones”, comentó.

“Debo reconocer que me ha dado tantas satisfacciones. Por ahí gracias a este libro me dan el título de escritor, hmmm —hace una pequeña mueca con la expresión de consonantes y complementa— a veces no lo creía, pero me lo han dicho tantas veces que ya aprendí a que esa palabra es mía y la vamos a seguir defendiendo, vamos a seguir haciendo historia, vamos a contar las historias del pueblo”, dijo.

Se le nota cierto aire de satisfacción, de sentirse orgulloso por su “bebé”. Integró 23 historias en “Relatos de mar y tierra”, pero siendo supersticioso dice que para el segundo tiene que ser de 24 o 26 porque confiesa que los números nones le dan tantita “cosa”. Las historias han salido de sus recuerdos de la niñez, aclara, “cuando tenía once o doce años que íbamos a pescar y a veces cuando tendíamos las velas venía un viento muy fuerte. Entonces, se suspendía el acto de salir a la pesca, salíamos a tierra firme y los señores en vez de irse a su casa se quedaban ahí en unos ‘tapescos’ que son una especie de mesas enormes, donde los pescadores dejaban las tinas de pescados y los demás señores alrededor se ponían a quitar las vísceras. Ahí encima de esos ‘tapescos’ a las dos, tres o cuatro de la mañana estaban los señores platicando y yo en vez de irme a dormir a mi casa, me quedaba a escuchar las historias”.

Baldemar Zavala, es todo un mentor de la tradición mexicana, que suele vestir con camisa y pantalón formal, bien planchados y zapatos boleados, es muy atento y no pierde su aire magisterial cuando al expresarse también se apoya con sus brazos.

La entrevista se desarrolla como pocas, en un ambiente agradable, bajo la sombra de un árbol de “nim” de frondosa copa que quita lo fuerte y quemante a los rayos del sol en su pleno apogeo que penetran a la menor vacilación de las hojas y a esa hora, tres de la tarde, que todo está caliente, pero aquí, cerca del lago artificial de Xoxocotla, el “Aquasky”, estamos en un modesto oasis, porque la sombra y el aire del amplio terreno de la señora Anita Salazar, quitan el calor.

—Se le nota que le gusta la poesía, tiene un lenguaje y una escritura poética en sus relatos, ¿así es, le gusta la poesía, se inspira con ella para escribir? —Se le pregunta con más atención para no dejar escapar detalles del momento, pocos minutos de la entrevista, para dejarlo descansar luego de un largo viaje por tierra que hizo desde Chiapas.

—Claro que sí, como no quedar subyugado con los versos de Rosario Castellanos, de Neruda, de Sabines, sí, desde luego que sí me inspiro con la poesía para escribir. Me inspira Gabriel García Márquez con sus palabras, cómo entrelazó los “Cien años de Soledad”… Los poetas tienen un cristal diferente para mirar el mundo. Lo vuelven tan diferente con sus metáforas.

Cuando me atoro en la redacción de mis historias, dejo todo y busco a Neruda, Sabines, Benedetti y con sus versos le abren paso a mis narraciones.

Pero no se queda con las ganas y dice que cómo no se va a inspirar con versos como “ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise, mi voz buscaba el viento para tocar su oído/ De otro, será de otro/ Como antes de mis besos/ Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos… qué bonito, maravilloso; Benedetti el uruguayo es otro, también te recomiendo a (Eduardo) Galeano”, es más el mismo entrevistado refiere que hay quienes comparan sus escritos con detalles de Gabo y de Juan Rulfo, como en “El Pescador que no se hizo a la mar”, donde presenta “una revoltura de vivos con muertos, al estilo de Pedro Páramo” como él mismo lo detalla.

En la pequeña charla Baldemar Zavala regresa al tema de los relatos y recuerda como al escuchar las historias de sus mayores en tapescos supo de un “animal” de leyenda que en Paredón, Chiapas, le llaman “Cadejo”, un hombre que se convertía en animal, un animal enorme, como un perro negro grande o un becerro pequeño, “grandotote el animal, de fauces babeantes, de ojos brillosos y tiene un antídoto: cuando se te viene encima, hay que agarrar la atarraya y aventársela. La atarraya a entre maya y maya hacen cruz, entonces esas cruces son las que inmovilizan al animal, y lo que no me vas a creer y yo tampoco se los creía a las personas, que ahí queda (el animal atrapado), y cuando amanece ya adquirió figura de hombre. Se hablaba de un tal José, en mi pueblo, ese José vivía cerca de la casa de unos primos y con esos primos íbamos a su casa, estaba abierta, entrábamos, estaba en penumbras, levantábamos un petate y bajo ese petate estaba como una cueva, ahí vivía, me dio mucho miedo entrar, estaba muy chavito, tenía 12 o 13 años”.

Cuenta que el otro antídoto contra ese hombre-animal, es el machete con una cruz hecha de orín humano, con el arma ya orinada “le das una santa friega al animal, porque está inmovilizado por esa cuestión”, sostiene el escritor.

Recuerda que cuando eso contaban sus mayores él reía, tan solo de pensar que quien se encuentra un animal así ya no tiene orín suficiente porque le ganó antes de intentar hacer la cruz en el machete.

Otra historia fantástica de esos lugares que muestran muelles, mar, lanchas, barcos, velas, etc., es la historia de terror para niños que encerraba un gran árbol, “El Tamarindón”, el que desafortunadamente talaron para construir: “De día (ese árbol) se debía a las señoras que cerca de la escuela vendían sus frutas, paletas, nieves, empanadas, en fin, todo lo que la chamacada quiere en esos tiempos para saciar su hambre y para saciar su sed. Eso era de día, no había problema, pero entrando la noche, porque la luz eléctrica en mi pueblo la introdujeron allá por el año de 1969 o 70, cuando yo tenía 11 o 12 años y entrando la noche, ese era un árbol mágico, un árbol al que se le tenía miedo y respeto. Si mi madre me decía: ve a comprar a la tienda, si ya entró la noche: mamá, tengo miedo, yo no quiero pasar junto al tamarindongo. Porque los mayores nos decían que ahí arriba vivían unos monos, que solo de noche llegaban, ahí habitaban de noche, y están esperando a que pasaran los niños, a los adultos no, porque pesaban mucho. Que pasaba un niño y lo agarraban con sus brazos, lo enrollaban con su cola y se lo llevaban a comérselo allá arriba. Naturalmente que eso era mentira, pero ¿hazle entender esto a un niño?, es imposible”.

Tal vez el nuevo libro le lleve más tiempo, ya que con el tiempo se vuelve uno más exigente, dijo, por lo que la exigencia demanda más tiempo, “hay que darle vuelta de tuerca a la cuestión literaria… vamos a ver si nos alcanzan las fuerzas y si la memoria fue capaz de retener las cosas que sucedieron hace más de medio siglo”.

—¿Está feliz con su trabajo?

—Muy feliz, por la satisfacción que me ha dado. Fíjate que llegar a una presentación y ver una “cola” de 25 a 30 personas para comprar tu libro y luego hacen otra cola para que tú les dediques unas palabras, nomás de recordarlo, se me hace chinita la piel.

Además, informó que hubo quien le compró 100 libros, por lo que se planea un tiraje de mil libros, únicamente del primero.

—¿Dónde ha presentado su libro?

—En Tuxtla, Gutiérrez, la capital, en Chiapa de Corzo, cerquita; ya lo presenté en Tonalá, en Tapachula, en Huixtla, en Mazatán, en Tiltepec, en varios lugares y están pendientes otros lugares y otras fechas… si me invitan aquí, vengo.

Finalmente, Zavala, como le dicen sus amigos, un hombre de 66 años y como él mismo refiere, candidato natural a la pensión gubernamental, se comprometió a seguir escribiendo “y ojalá sigamos encontrando los lectores”.

Hombre sentado en una silla de madera

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El autor de “Relatos de Mar y Tierra”, anunció que prepara ya un segundo libro, tras el éxito del primero. Estuvo en Morelos. Foto: Hugo Barberi