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Agustín B. Ávila Casanueva*

Sobre el paisaje ha caído la negra nieve.

Sobre el paisaje y la semilla.

José Revueltas, “Visión del Paricutín

Sólo en un país como México los volcanes tienen acta de nacimiento. El oficio número 186 de la Presidencia Municipal de Parangaricutiro, en Michoacán, con fecha del 08 de marzo de 1943 es justamente eso, un reporte que busca “comunicar los datos precisos relacionados con el nacimiento del volcán”. El oficio describe que “En el terreno denominado ‘Cuiyútziro’ pequeña propiedad del señor Dionisio Pulido, nació a las 17:30 horas del sábado 20 de febrero del año de 1943” el volcán posteriormente conocido como Paricutín.

El presidente municipal, Felipe Amezcua, ya había enviado telegramas al entonces presidente Manuel Ávila Camacho solicitando su ayuda los días 18 y 19 de febrero sin recibir respuesta directa y considerando que no era “de justicia que por el hecho de ser un pueblo humilde e indígena no se nos tome en cuenta». El 20 de febrero, Amezcua se vuelve a enviar un telegrama al presidente: “un volcán, fuego cinco kilómetros esta población, lado sur se levanta densa columna humo obscuro. Suplicamos le mande avión con ingeniero analice situación para que caso peligro desalojar este pueblo”. Tanto Paricutín, como San Juan Parangaricutiro, tuvieron que desalojarse. La lava, marcando un avance de 25 metros por hora, alcanzó ambos pueblos. El primero completamente sepultado y del segundo la lava solamente perdonó la torre izquierda y parte del altar de la iglesia del pueblo. Por fortuna no hubo ninguna consecuencia fatal directa.

En un artículo de Verónica Oikión Solano, titulado “La euforia volcánica. El impacto del

Paricutín en la sociedad michoacana, 1943-1944”, publicado por la Universidad Michoacana, se narra que «Lo paradójico del asunto era que mientras los pobladores trataban de evacuar la zona con escaso apoyo institucional, —pues el gobierno del estado sólo estaba proporcionando la cantidad de cinco pesos a cada jefe de familia—, se ordenaba la reparación del camino que conducía al lugar de los acontecimientos, no para que los afectados salieran de sus comunidades en las mejores condiciones posibles, sino “para dar mayores facilidades a turistas que en número crecido llegan día a día”».

Aunque no todos los que llegaban eran turistas. El periódico El popular, decidió enviar a José Revueltas —que en ese entonces contaba con 29 años—, a realizar una crónica, que se realizó en tres entregas, y desde la primera oración marcaba el tono de lo que quería contar: “Dionisio Pulido, la única persona en el mundo que puede jactarse de ser propietario de un volcán, no es dueño de nada”. Revueltas recolectó también historias de pueblos vecinos, “En Uruapan —narraba un pasajero— a las doce del día tuvo que encenderse la luz en las calles. Era imposible ver, de tanta arena”. En Paracho “era imposible llevarse una taza de café a la boca porque en un segundo se llenaba de arena”.

Revueltas retrata también el ambiente sombrío que se vivía en los pueblos: “En Parangaricútiro los hombres, en su mayoría, andan borrachos por la calle. Borrachos de una borrachera sombría, silenciosa. Se emborrachan para poder llorar sin que se les haga burla […] El arroz, el maíz con que se les ayuda, por las autoridades, apenas es un remedio provisional. Quieren saber algo más, porque ya perdieron este año: se debió sembrar en marzo. Este año ¿y el próximo?”. Las palabras de Revueltas anunciaban eso, revueltas.

La ceniza y la arena que en ciertos lugares alcanzaban hasta medio metro de altura hicieron que los cultivos no se lograran o fueran muy poco provechosos —como sucedió con la caña de azúcar—, casi todo el ganado murió por la falta de agua y el exceso de arena en su alimento, y el gobierno insistía en una ayuda tardía y escasa. Incluso otros visitantes célebres como el Dr. Atl —vulcanólogo y artista— le insistían al gobierno y al presidente, apurar la ayuda: “El trabajo se paralizó en toda la comarca y las entradas provenientes del turismo eran cada día más escasas. El hambre se había entronizado entre los habitantes de los pueblos afectados”.

Según el artículo de Oikión, casi un año después, “De Peribán y Los Reyes unos ochocientos jornaleros agrícolas, sin recursos económicos para atender hasta las más imperiosas necesidades de su vida, como consecuencia de las fuertes pérdidas que han sufrido los industriales azucareros, se congregaron en el zócalo el 17 de febrero exigiendo ser contratados para prestar sus servicios como braceros”. Sin embargo, el Programa Bracero se encontraba en pausa, y fue hasta junio de 1944 —con el plantón aún de pie sobre el zócalo capitalino— que el gobierno mexicano logró negociar la contratación de braceros, pero “de manera exclusiva para trabajadores de la región volcánica”.

El Paricutín se mantendría activo por nueve años, once días y diez horas, para después extinguirse por completo. La mayoría de los pobladores de Paricutín y San Juan Parangaricutiro se reubicaron en Nuevo San Juan Parangaricutiro. A la fecha, y con razón de su cumpleaños, sigue atrayendo turismo, personas de la academia y escritoras y artistas que lo estudian, retratan y hablan de él. Sin duda una maravilla natural muy mexicana. Pero como vecinos de un volcán activo, no puedo evitar pensar en el desastre social —no natural— que se generará si el Popocatépetl decide hacer erupción. Sabemos que la evacuación está planeada, pero, como en el caso del Paricutín, hay mucho más detrás de la movilización inicial de personas ¿aprendimos algo en ocho décadas?

*Coordinador de la Unidad de Divulgación del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM y miembro de la Red Mexicana de Periodistas de Ciencia.

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