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No deja de ser paradójico que un estado como el nuestro, que ocupa los primeros lugares a nivel nacional de violencia de género, vaya a ser gobernado por una mujer.

Soplan nuevos vientos al estar ya definidas las candidaturas a la gubernatura de Morelos, ya sin eufemismos, de Margarita González Saravia por la alianza que encabeza Morena junto con los partidos del Trabajo, Verde Ecologista de México, Nueva Alianza y Movimiento Alternativa Social; Lucía Meza Guzmán por los partidos Acción Nacional, Revolucionario Institucional, de la Revolución Democrática, Morelos Progresa y Redes Sociales Progresistas, y Jessica Ortega, muy probable candidata de Movimiento Ciudadano. Incluso es mujer la única aspirante a encabezar una candidatura independiente a la gubernatura: la exsenadora priista, Lizbeth Hernández Licona.

Esta ola de participación política de las mujeres es un signo alentador de renovación de la política local pero, antes de que el péndulo regrese en seis años y los hombres demanden su propia reivindicación en los cargos de elección popular, los partidos políticos deberían buscar las mejores formas de mantener el equilibrio de género y que sus candidatos y candidatas se definieran siempre entre los mejores perfiles, por su arraigo y las mejores propuestas, para que la cuestión de género pase a segundo plano, pues este no decide la capacidad de liderazgo ni el compromiso social de nadie.

Como sea, debemos reconocer que nuestro país ha avanzado mucho en poco tiempo, aunque muy lentamente en un principio: después de la primera diputación obtenida por una mujer cuando Elvia Carrillo Puerto, hermana de Felipe Carrillo Puerto, fue la primera mujer en ocupar un puesto de elección popular en 1923, mucho antes de que las mujeres tuvieran el derecho constitucional de votar, hasta la elección de la primera gobernadora en México, en 1979, con la figura de Griselda Álvarez; pasaron más de cincuenta años.

En cambio, desde 2002, cuando se consagró en la ley la equidad de género -entonces “cuotas”- y pasando por la ley “Anti-Juanitas” de 2011 para evitar burlar aquellos parámetros, en nuestro país ya se está vislumbrando que sea mujer quien lo gobierne y, al parecer, sucederá lo mismo en Morelos.

Sin embargo, México llega vergonzosamente tarde a la certeza de que las mujeres pueden aportar su inteligencia, creatividad y propuestas en beneficio de toda la comunidad. Lo que nos lo había impedido hasta la fecha fue, más bien, la política del clan, la de la rancia política cupular.

Abrirse a la sociedad aceptándola tan diversa como lo es -conformada por hombres y mujeres que además pueden ser indígenas, personas con capacidades diferentes, de la diversidad sexual, trabajadores del campo y de la industria, con dinero y sin dinero, etcétera- podría ser la mejor manera de instaurar una nueva política en nuestro país para reconciliar a sus habitantes con sus gobiernos.

El próximo año México estrenará la mayor cantidad de cargos de elección popular ocupados por mujeres, pero no será por el género por el que serán evaluados, sino por su desempeño y resultados, que es lo que hay que vigilar en cualquier gobierno, no el sexo de quien lo encabece.