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Apenas la semana pasada concluyeron las campañas políticas que, como siempre desde que las hay en México, se vistieron de colores en pendones, banderolas, volantes, mantas y diversos productos promocionales que generalmente son material de un solo uso.

La basura electoral está compuesta principalmente de papel, plástico, vinil y otros materiales no biodegradables y la producción de estos implica la explotación de recursos naturales, consumo de energía y emisión de gases de efecto invernadero. Posteriormente, la distribución de estos artículos contribuye al aumento de residuos sólidos urbanos, muchos de los cuales terminan en vertederos o, peor aún, contaminando espacios naturales y cuerpos de agua.

En México, el problema de la basura electoral es particularmente grave por la cantidad de dinero que se le dedica. Según datos del Instituto Nacional Electoral (INE), se estima que durante el proceso electoral de 2018 se gastaron aproximadamente 7 mil millones de pesos en propaganda electoral. Una parte considerable de este presupuesto se destinó a la producción de materiales publicitarios, muchos de los cuales terminaron como basura de un solo uso, es decir que no sirvieron para ser reciclado o que a nadie se le ocurrió pensar en esa posibilidad.

Un informe del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) elaborado en 2020 señala que, en promedio, se generan alrededor de 2 mil 500 toneladas de residuos sólidos durante cada periodo electoral en México. Estos residuos incluyen desde volantes y folletos hasta grandes pancartas y estructuras de plástico y metal, que no siempre son reciclados.

Algunos han propuesto estrategias para reducir el impacto ambiental de la basura electoral. Por ejemplo, se han sugerido medidas como la digitalización de las campañas, la reutilización de materiales y la implementación de políticas más estrictas para la gestión de residuos. En un estudio realizado por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), se propuso que las campañas electorales fueran ejercicios más sostenibles y responsables ambientalmente en el que los partidos políticos y candidatos podrían implementar, desde un inicio, programas de reciclaje para gestionar los residuos generados durante sus campañas.

Todo esto viene a cuento por dos razones principales: tan solo la semana pasada, todos los candidatos se preocupaban por el medio ambiente, la conservación de los bosques y la limpieza del aire, del agua y de las calles, y ahora tienen la oportunidad de demostrar que lo decían en serio y, si no -y esta es la segunda razón- deberán pagar las multas a las que se harán acreedores por obligar a los ayuntamientos -como ya lo advirtió Cuernavaca- a hacerse cargo de la basura con la que tan alegremente tapizaron hasta la última barda del último caserío del estado.

Aunque hayan perdido en las urnas -y todavía más si ganaron- tienen la posibilidad de demostrar que era en serio lo que tanto pregonaban, por lo menos en materia de medio ambiente, limpieza y contaminación.