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El término “bioeconomía” no es nuevo, comenzó a ser utilizado en la década de 1990, aunque la idea de una economía basada en el uso de recursos biológicos de una manera sustentable y razonable tiene antecedentes mucho más antiguos. Se cree que el término fue acuñado por el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen, quien es conocido por sus trabajos en economía ecológica y sostenibilidad, aunque no utilizó específicamente el término «bioeconomía» en sus escritos, sus ideas influyeron en la evolución del concepto.

Desde 1971 Georgescu-Roegen destacó la importancia de incorporar en la misma ecuación los límites ecológicos y la sostenibilidad en los modelos económicos, que es un elemento que pierde de vista el capitalismo salvaje al que estamos acostumbrados, aquél que devasta -ilegal o legalmente- sin preocuparse por el futuro más que en forma de las ganancias a corto plazo.

El uso más formal y moderno del término comenzó a consolidarse en la década de 2000, especialmente en la Unión Europea, que adoptó estrategias y políticas para promover la bioeconomía como un componente clave de su agenda de sostenibilidad y desarrollo económico. La Comisión Europea ha sido una de las principales impulsoras del concepto, con la publicación de la «Estrategia de Bioeconomía» en 2012, que marcó un hito importante en la promoción de este enfoque en la política y la economía para las naciones europeas.

En pocas palabras, la bioeconomía se refiere al uso sostenible de recursos biológicos renovables para la producción de alimentos, productos industriales y energía. Incluye actividades como la agricultura, la silvicultura, la pesca, y la producción de biomateriales y bioenergía. Su potencial para las naciones en desarrollo radica en varias áreas como el desarrollo económico al permitir diversificar la economía y encontrar alternativas sustentables en lo que ya se produce.

Desde luego que un esquema económico que busque la conservación y el mejor aprovechamiento de los recursos existentes también tiene un impacto en la seguridad alimentaria, el desarrollo de la economía local, el empleo y, por supuesto, la ecología. Más allá de un concepto, es una nueva forma de desarrollar el potencial económico de comunidades y naciones, y mantenerlo a largo plazo.

Por eso resulta tan atractiva la iniciativa que la Secretaría de Economía puso en marcha con y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, la Estrategia Sectorial de Bioeconomía para México, que pretende aprovechar los desechos de cultivos para transformar y adaptar los sistemas agroalimentarios al cambio climático y, al mismo tiempo, fortalecer la seguridad alimentaria.

De acuerdo a datos de la propia Secretaría, según la cadena productiva, el desperdicio en la producción de alimentos que llegan a una central de abasto en nuestro país va del 30 al 70 por ciento.

Aunque la bioeconomía tenga un potencial enorme y su aplicación suene lógica dados los estragos que hemos hecho a la naturaleza, la necesidad de alimentar a cada vez un mayor número de personas y la urgencia que tenemos de mantener nuestros recursos naturales al mismo tiempo que los explotamos, es una nueva forma de hacer las cosas y su operación no podría realizarse de la noche a la mañana, y menos cuando va a contrapelo de la producción rapaz que se emplea habitualmente.

Pero por alguna parte habría que empezar, y una iniciativa como la Estrategia Sectorial de Bioeconomía para México tiene un gran potencial no solo para México, sino también para nuestro estado.