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Hace unas semanas António Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), decretó el fin de la era del calentamiento global y anunció dramáticamente que ya estábamos instalados en el periodo de ebullición mundial. «El cambio climático está aquí. Es aterrador. Y esto es solo el principio. La era del calentamiento global ha terminado, ahora es el momento de la era de la ebullición global», afirmó.

“Para grandes partes de América del Norte, Asia, África y Europa, es un verano cruel. Para todo el planeta, es un desastre. Y para los científicos, es inequívoco: los humanos tienen la culpa. Todo esto es totalmente consistente con las predicciones y advertencias repetidas. La única sorpresa es la velocidad del cambio”, subrayó el secretario general.

En julio, el Servicio de Cambio Climático Copernicus y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmaron que, a nivel mundial, ese mes fue en promedio el más caliente desde que se llevan registros. Los científicos estiman que los niveles de calentamiento alcanzados durante las primeras tres semanas de julio no tienen precedentes en 120 mil años.

Por el calentamiento global se derriten los casquetes polares y el clima se torna imprevisible, lo que pone en peligro la sobrevivencia de especies enteras de animales y hasta la cadena productiva humana. Sin ir muy lejos, y tan solo como ejemplo, este año los campesinos de Morelos tuvieron que retrasar su siembra porque las lluvias también tardaron en llegar y el sol hubiera matado cualquier retoño.

Lo peor es que desde hace décadas la humanidad sabe que se gestaba una crisis gracias a sus emisiones de dióxido de carbono (por el uso de combustibles fósiles), de metano (por la descomposición de materia orgánica en vertederos y la extracción de petróleo y gas natural), de óxido nitroso (liberado en procesos agrícolas como la aplicación de fertilizantes y la gestión de estiércol, así como en la quema de combustibles fósiles y la quema de biomasa).

Además, la deforestación, los cambios de uso de la tierra (notablemente por la expansión de tierras agrícolas y áreas urbanas), las actividades industriales, la descuidada gestión de uso de energía y la agricultura intensiva (con su excesivo uso de fertilizantes), también tienen mucho que ver. El único factor que influye en el calentamiento global que no tiene su origen en la raza humana son los ciclos solares, cuyas notables variaciones han coincidido con la crisis climática que se vive en el planeta Tierra.

La naturaleza ha sido una madre amorosa para el hombre: le ha permitido desarrollarse, evolucionar y prosperar, pero está a punto de ir por el cinturón para castigar a sus hijos descarriados que en menos de dos siglos han generado más contaminación atmosférica de la que había producido la humanidad desde que vivía en las cavernas.

Ahora, en un estudio realizado por el Instituto de Decisiones Ambientales de ETH Zúrich en 748 ciudades y comunidades a nivel mundial, se concluye que las olas de calor serán cada vez más severas y que se incrementarán las muertes asociadas a ellas.

El daño está hecho. Ahora lo que se debe hacer es trabajar para no empeorarlo. Como dice Guterres, la era de la ebullición global no debe inspirar desesperación sino acción: «podemos detener lo peor, pero para ello debemos convertir un año de calor abrasador en un año de ambición abrasadora y acelerar ya la acción climática», y -podríamos añadir- eso solo se logrará a partir de acciones locales y regionales.