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La confianza es difícil de conquistar y fácil de perder

El repicar de las campanas ayer, en Ocotepec, convocó en la madrugada a cientos de vecinos incluso de poblados cercanos, alertados por la balacera que se escuchaba. Acostumbrados a la violencia que se ha asentado en nuestro estado, querían intentar ayudar, por lo menos, bloqueando el paso de algún delincuente. Para eso sirven las campanas de las iglesias: es una eficiente alarma vecinal.

Muchos que veían a lo lejos las torretas de vehículos oficiales habrán pensado que la situación ya había sido atendida por las fuerzas del orden y su sorpresa debe haber sido grande cuando se enteraron de que la Guardia Nacional, la institución en la que se han depositado las esperanzas de los morelenses para controlar la violencia, en esta ocasión, era protagonista de la trifulca que originó el enojo vecinal.

De acuerdo con los testigos, varios elementos de la Guardia Nacional decidieron registrar a jóvenes por el simple hecho de trasladarse en motocicletas, pero realizaron la arbitraria revisión con derroche de amenazas y violencia que escaló a la agresión física contra un grupo de jóvenes que muchos de los vecinos conocían; por eso las protestas no se hicieron esperar. Los efectivos de la Guardia habrían tensado más el ambiente cortando cartucho y realizando disparos al aire, por lo que acudieron a su ayuda aún más elementos, al mismo tiempo que el grupo vecinal también se engrosaba.

Al final de cuentas, los vecinos “encapsularon” a los elementos de la Guardia a quienes terminaron por neutralizar, a pesar de los incesantes disparos y un intento de fuga que terminaron con diversos daños a vehículos estacionados en la zona. Finalmente tuvo que acudir el propio jefe de la 24ª Zona Militar, Antonio Ramírez Escobedo, quien reconoció que algunos elementos se encontraban ebrios y se comprometió a pagar los daños.

Además, el bochornoso incidente ya dejó el primer saldo: ahora la Guardia Nacional tendrá que pedir permiso antes de aventurarse en el pueblo indígena de Ocotepec. Lo peor es que ambos bandos tardarán en recobrar la noción de que el enemigo es un tercer actor que no acudió a la gresca dominical.

Sucede con diversas corporaciones: la gente suele ver con recelo cuando se le aproxima un policía. No obstante, en su mayoría, guardan una alta estima y respeto por las fuerzas armadas. El Ejército y la Marina gozan de mucha mayor confianza entre la población que cualquier dependencia de gobierno, y arbitrariedades como la de ayer erosionan esa deferencia que es uno de los pocos reductos para la tranquilidad -por lo menos mental- de gran parte de la población de un estado, como Morelos, convulso por la inseguridad.

Ayer se lastimaron muchas más cosas que motocicletas o ventanas de casas y vehículos, hubo más heridos que los vecinos lastimados por las esquirlas de la metralla que rebotaban en las fachadas de las casas. La Guardia Nacional también se alejó algunos pasos de sus aliados naturales. Y esto lo debería entender el alto mando.

Por su parte, los vecinos deberán hacerse a la idea de que situaciones como las del domingo deben ser consideradas como eventos excepcionales, y que quizá sea excesivo pensar que toda la Guardia Nacional tiene “mala copa”.