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Resulta paradójico que ayer se haya celebrado una de las más importantes gestas de la historia nacional en uno de los municipios que habitualmente son de más inseguros para sus habitantes en nuestro estado.

Hace doscientos doce años se rompió el Sitio de Cuautla, en donde, desde el mes de febrero de 1812 permanecieron las fuerzas de la independencia leales a la causa y soportando, conto da la población, el cerco de los realistas y venciéndolos al final, con lo que se demostró, en pocas palabras, que sí se podía y que la corona española no era invencible.

Más de dos siglos después, en aquella ciudad se vive un nuevo sitio protagonizado por la delincuencia organizada que, desde hace bastante rato, rebasó a las autoridades con o sin presencia de la Guardia Nacional.

Hoy en Cuautla -aquel bastión de la Independencia nacional- se vive con temor e incertidumbre, cierran los negocios y hasta el comercio informal debe pagar derecho de piso a los criminales que no se tientan en protagonizar tiroteos y asesinatos a plena luz del día y en lugares públicos, que atentan además con la prosperidad alcanzada por los morelenses que trabajan incansablemente desde muchas generaciones atrás.

Hace más de doscientos años la resistencia de las fuerzas revolucionarias, su disciplina y su estrategia, asombraron a propios y a extraños y, desde luego, preocupó a las fuerzas realistas que se dieron cuenta de que, al final de cuentas, y a pesar de su poderío militar y sus recursos, podrían perder la guerra y toda la Colonia.

Quizá se requiera una nueva estrategia para recuperar a Cuautla -y a Huitzilac o varios municipios más- de los invasores que tanto daño le han causado al estado empobreciéndolo, cerrándole vías de prosperidad a sus habitantes y ahuyentando capitales y turismo.

Pero hoy hace falta lo que a los héroes centenarios les sobraba: amor por la nueva patria, organización y disciplina -y, desde luego, un general del tamaño de José María Morelos y Pavón, aunque quizás ya no se necesite tanto a un mesías.

Por lo pronto, Cuautla atestiguó los desfiles militares -hasta hubo aviones-, policías, paramédicos, defensas rurales y prácticamente representantes de todos los sectores que, como cada año, recordaron con orgullo la epopeya de los valientes de antaño y, con tanto elemento suelto por las calles, quizá la ciudad estuvo a salvo por un día; habría que ver qué tal pasó la noche, cuando todo mundo regresó a sus cuarteles.