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En 2011 viajé a Cuautla desde Jiutepec, la ciudad en la que yo vivía en ese entonces y que es aún más fea que la tres veces heroica Cuautla y a la que me siento unido, quizá porque su paisaje humano (usando otra frase de Agustín) es magnífico. La razón de mi travesía era para asistir a un homenaje que le realizaría a José Agustín, uno de mis escritores favoritos de la juventud, la IX Expo Mujer. Pocas veces me había sentido tan emocionado de conocer a un escritor. En esos años, era lo más cercano a estar cerca de un rockstar de las letras. Y es que en verdad nada de lo que yo había leído hasta entonces se equiparaba a la obra de José Agustín. No sólo eran sus temas, su humor, su actitud anti solemne, sino la profundidad de emociones que su obra alcanzaba a dilucidar en torno a la juventud. El homenaje fue absolutamente divertido y enriquecedor. Estuvo plagado de anécdotas escandalosas, muestras de afecto y amistad y al final José Agustín firmó mi ejemplar de Ciudades desiertas. Lo que más recuerdo de aquella tarde fue la sencillez con la que habló Agustín. Su honestidad, construida a través del uso de palabras sencillas, me cautivó.

Davo Valdés de la Campa