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En el año 1824 fue estrenada en Viena la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven, han transcurrido 200 años de la creación de esta obra de arte universal, no hace falta decir que fue un genio de la música, pero pocos saben que para su tiempo fue una obra revolucionaria en el arte, en cuya manifestación musical expresó su condición de un ser humano atormentado por su salud física, pero también entendió lo insulso y frívolo del poder, así como de los privilegios en que vivía la realeza.

La Novena Sinfonía, a decir de los expertos conocedores de su obra, “sintetiza su credo personal, la grandeza no está en la cuna, sino en el esfuerzo y en la bondad; el orden social no debe basarse en el privilegio de unos, sino en la fraternidad de todos”.

Sí hoy viviera Beethoven en México haría retumbar todos los instrumentos con acordes musicales, para expresar su malestar, no de una realeza monárquica refinada y con buen gusto para el arte, sino de una clase política ambiciosa con ínfulas de nobleza y lacayos de un cuasi emperador.

Cuentan que una vez que caminaba Beethoven con Goethe en los alrededores de Viena vieron venir al séquito de la familia real que se acercaba. Goethe hizo una reverencia y Beethoven permaneció de pie calándose el sombrero hasta los ojos, la emperatriz saludó a Beethoven y el archiduque Rodolfo, hermano de la emperatriz, se quitó el sombrero. Goethe permaneció inclinado. Beethoven demostró que son los príncipes los que deben inclinarse ante los grandes, no al revés.