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La gema del Pacifico, nuestro Acapulco, ha sido devastado nuevamente por la fuerza de la naturaleza y por la insolencia humana. El 7 de octubre de 1997 y el 24 de octubre de 2023 son dos fechas que los acapulqueños y todos los mexicanos no olvidaremos.

La primera por Paulina, un huracán Categoría 4 en la escala de Saffir-Simpson, que mide la velocidad de los vientos, que tuvo lluvias torrenciales y vientos de 215 km/h y dejo un saldo de 230 personas muertas oficialmente. La segunda por Otis, un meteoro de Categoría 5 con vientos de 270 km/h, con menos lluvias y un ojo del huracán más pequeño por el breve tiempo de su formación, que dejó un saldo hasta el momento de 46 muertos y 58 desaparecidos.

Ambos huracanes tienen en común que tomaron desprevenida a la población y al turismo del puerto más famoso de Mexico. Tristemente también tienen en común que “pudieron” tomarse medidas preventivas para aminorar sus efectos e insolentemente no se hicieron porque sigue sin haber un sistema de protección civil efectivo.

Acapulco tiene un gran peso histórico por su pasado indígena, fue centro del comercio mundial y después se convirtió en paraíso turístico, primero internacional y actualmente nacional.

El pasado indígena de Acapulco entre tlapanecos, nahuas, mixtecos y amuzgos le da sentido cultural a la región por sus arraigadas costumbres. El Galeón Manila-Acapulco, también conocida como la Nao de China, convirtió a Acapulco como punto de comercio entre México y el mundo. También esa fue la primera ruta de comercio mundial de la historia en el siglo XVI que se extendía desde Europa hasta América, pasando por la región Asia-Pacifico. De puerto de pesca, ya en el siglo XX se convirtió en punto de referencia del turismo mundial donde las playas de las bahías, la vida nocturna y la experiencia cultural se volvieron comunes. Con la visión del entonces presidente Miguel Alemán, a mediados del siglo pasado, Acapulco pasó de la tradición a la modernidad. En las últimas décadas se transformó de un destino turístico internacional a uno principalmente nacional, sobre todo de la gente de la Ciudad de México.

Pero Acapulco es también, para la gente de la capital del país, el lugar donde conocimos el mar; donde nos escapamos con amigos en nuestra juventud; nuestras primeras fiestas; nuestras primeras aventuras. Ya de adultos nuestros hijos aprendieron a nadar ahí, practicaron deportes acuáticos, pescaron, Acapulco para miles de capitalinos se convirtió en un centro de convivencia familiar. Los recuerdos de Acapulco son múltiples, hoy casi de carácter nostálgico.

Al tiempo que muchos capitalinos volvimos a Acapulco nuestro segundo hogar, vimos también como contrastantemente la seguridad pública se desmoronaba ante los ojos de todos. Como las organizaciones delictivas tomaron el puerto poco a poco, primero la vida nocturna hasta controlar, más tarde, los populosos barrios. Un turismo clase mediero que hacía contraste con la pobreza. Los bajos salarios, el subempleo y el deterioro de la ciudad ante la complacencia gubernamental con una corrupción institucionalizada. Colonias y barrios llenos de pobreza contrastan con Acapulco Diamante, el nuevo Acapulco que se convertía en una versión tropicalizada de Miami. Lustros de ver cómo Acapulco se caía pero atestiguar como se volvía a levantar. Año Nuevo y Acapulco para reventar otra vez, los conciertos masivos, el abierto de tenis, la Semana Santa, la posibilidad de un boom inmobiliario, así estábamos cuando nos golpeó Otis.

En los primeros días después de Otis, hay una gran diferencia que quiero resaltar en comparación con los tiempos de Paulina: los acapulqueños fueron una comunidad resiliente y los mexicanos fuimos un país solidario. Los vecinos se ayudaron unos a otros compartiendo recursos y dando la cara a la adversidad juntos. Mientras que el país con ese espíritu de colaboración legendario fue crucial para el proceso de recuperación. Con Otis, nos dimos cuenta de que el tejido social estaba roto. Los actos de rapiña, justificados o no, nos demostraron que hemos cambiado. Que ni México, ni Acapulco somos los mismos. Y mientras los desesperados acapulqueños saqueaban los comercios ante la lenta reacción gubernamental sobre todo estatal y municipal, hay que destacar la labor de la CFE, los mexicanos nos creíamos las fake news. Un audio se hizo viral y nos previno a todos de que NO ayudáramos porque el mal gobierno no lo permitiría. El daño de las redes sociales a un país solidario como el nuestro se estaba gestando. Esa es la gran diferencia, la resiliencia acapulqueña y la solidaridad nacional entre Paulina y Otis.

Está claro que como Paulina, Otis dejo daños incalculables. Fueron por lo menos 10 años lo que tardo el puerto en recuperarse del daño a la infraestructura que impacto a la economía local que depende del turismo. Será una tarea monumental recobrar la confianza turística, se necesita del gobierno mexicano, de la iniciativa privada, de la ayuda internacional pero sobre todo de la sociedad solidaria. Otra vez, esta lección debe hacer que nos preparemos para los desastres, que tengamos un sistema de alerta oportuna y planes de evacuación adecuados. La gran oportunidad de construir vivienda popular digna nos la dio Otis. Ojalá el plan no abarque solo la infraestructura de la ciudad, sino sobre todo un lugar digno para vivir para la gente, se lo merecen. No más un Acapulco de contrastes.

En tiempos de adversidad se pone a prueba nuestro carácter. Los relatos de mis amigos que vivieron esas horas terribles coinciden: “pensé que moríamos”; “la peor noche de mi vida”; “horas que se hicieron eternas”; “nunca el viento me había dado más miedo que los temblores”;

“solo le pedía a Dios que mis hijos no, uno como quiera ya vivió”. Los desastres ponen en claro nuestros valores, desafían nuestra fe y revelan quienes somos realmente. Si estamos arraigados en nuestras creencias, podremos resistir. Si no, seremos arrastrados por nuestras propias filosofías humanas e interpretaciones estrechas. Por eso pregunto: ¿seguiremos siendo los mexicanos solidarios? ¿seguirá siendo la solidaridad nuestra manera de reaccionar a la adversidad? ¿seguirán siendo las y los acapulqueños residentes? ¿o también su sistema comunitario de valores ya cambio?

Nuestro Acapulco, si, el Acapulco es de todos los mexicanos, debe reconstruirse y recuperarse a la brevedad. Acapulco debe unir a Mexico otra vez y convertirse en un símbolo de esperanza para todos. Si en los primeros días sacó lo peor de nosotros, qué tal si en los siguientes saca lo mejor. Soy de esos optimistas que creen que esta adversidad volverá a demostrar que los acapulqueños son resilientes y que los mexicanos somos solidarios. Es hora de que nos acordemos de Acapulco, y actuemos como diría el poeta veracruzano cantándole a la diva y amor de su vida: Acuérdate de Acapulco… México: Acuérdate de Acapulco.