loader image

Marina Abramović está presente

Davo Valdés de la Campa

Una de las artistas que más ha pensado, desarrollado y cuestionado el papel de los espectadores en el arte es la serbia Marina Abramović. En 2013, se estrenó el documental dirigido por Matthew Akers, The Artist is Present, sobre la trayectoria de Abramović, específicamente sobre la retrospectiva homónima que el MoMa le dedicó en 2010. El título del documental hace referencia a una de las obras más icónicas de Abramović, que lleva el mismo nombre: «The Artist is Present» (El Artista está presente).

En la obra «The Artist is Present», Marina Abramović se sentó en una silla en el centro de una sala vacía del MoMA durante un total de 736 horas y 30 minutos, durante tres meses. Durante ese tiempo, los visitantes del museo tenían la oportunidad de sentarse enfrente de ella, mirándola a los ojos, sin decir ni hacer nada en particular, simplemente compartiendo el espacio y la presencia del otro.

En ese sentido creo que el título hace alusión a que ella está en mente y cuerpo presente para indagar y experimentar en carne propia lo que los espectadores le devuelven al enfrentarse a su performance.

A través de sus performances, Marina Abramović ha explorado temas como la presencia, la vulnerabilidad, la relación entre el artista y el público, y los límites físicos y emocionales del cuerpo humano. «The Artist is Present» representa una síntesis de muchos de estos conceptos, ya que el título no solo se refiere a la presencia física de la artista en la sala del museo, sino también a la idea de que el arte y el artista están verdaderamente presentes en el momento de la interacción con el público.

En una de las escenas del documental, la «abuela de la performance», revela uno de los ejes que conforman gran parte de la génesis de su trabajo: «Creo demasiado en el poder de la performance. No quiero convencer a la gente, quiero que ellos mismos lo experimenten y que se convenzan por sí solos».

Desde principios de la década de 1970, Abramović ha explorado los límites percibidos del cuerpo y la mente, y ha desarrollado la compleja relación entre el artista y el público a través de actuaciones que la desafían a sí misma y, en muchos casos, a los participantes emocional, intelectual y físicamente. Desde sus primeros performances entendió que su obra no tenía que ser producida en un estudio, o incluso tomar una forma concreta. “Entendí que… podía hacer arte con todo… y lo más importante [cosa] es el concepto”, relata. “Y este fue el comienzo de mi arte escénico. Y la primera vez que puse mi cuerpo frente a [una] audiencia, entendí: este es mi medio.”

En el transcurso de casi tres meses, durante ocho horas al día, se encontró con la mirada de 1000 extraños y conocidos, muchos de los cuales se conmovieron hasta las lágrimas. La silla siempre estaba ocupada y había filas continuas de personas esperando para sentarse en ella. «Fue [una] completa sorpresa… esta enorme necesidad de los humanos de tener contacto».

Pero esa no es la única ocasión en la que Abramović ha indagado en la frontera entre espectadores y artistas. Su pieza Ritmo 0, de 1974, es otro ejemplo, en esta adoptó un rol pasivo para probar los límites de la relación entre ella y el público. Para ello colocó sobre una mesa 72 objetos, como tijeras, un cuchillo, un látigo, una pistola y una bala, que la audiencia podía usar como quisiera durante seis horas para manipular su cuerpo y sus acciones. Al principio, los espectadores fueron pacíficos y tímidos, pero gradualmente comenzaron a ser más violentos. La artista relata que lo aprendido de esta experiencia fue que: «Si se deja la decisión al público, te pueden matar. Me sentí realmente violada: me cortaron la ropa, me clavaron espinas de rosas en el estómago, una persona me apuntó con el arma en la cabeza y otra se la quitó. Se creó una atmósfera agresiva. Después de exactamente seis horas, como estaba planeado, me puse de pie y empecé a caminar hacia el público. Todo el mundo salió corriendo, escapando de una confrontación real».

Como pretexto narrativo de Akers, el documental del 2010 sigue la preparación de la presentación performática más extensa realizada por Abramović hasta la fecha y ofrece una visión contundente sobre el rol de los espectadores y la responsabilidad bilateral que se establece cuando observamos arte. «Ustedes se preguntan, ¿cuál es mi propósito de artista de performance al poner en escena ciertas dificultades y poner en escena el miedo, el miedo primordial del dolor, de la muerte? Decirle al público: yo soy tu espejo, si puedo hacer esto en mi vida, lo puedes hacer en la tuya».

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *