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América

 

“América […] ¿Qué se esconde detrás de esa palabra?

[…] Sólo he visto América desde las ventanas de mi vagón.”

Vladimir Maiakovski

Si pudiera tomar un autobús hasta el Puerto de Veracruz, beber en el desgastado malecón (yo recuerdo que fui de niño y me pareció espléndido) una nostálgica taza de café; y si se me permitiera subir a La Bestia, pero en lugar de tener como destino la frontera norte, virar hacia el sur y atravesar la frontera con Guatemala en una balsa improvisada con cámaras de llantas, bolsas de plástico, madera hinchada. Si en algún punto tuviera que usar una vieja bicicleta para recorrer carreteras solitarias y después atravesar a pie lodazales, pueblos selváticos.

Si pudiera visitar el lugar más pequeño y honrar a las víctimas mortales de las guerrillas y seguir andando o montado en una camioneta de carga de plátanos, de una compañía gringa, y compartir aguardiente o café caliente con hombres y mujeres de Nicaragua, El Salvador u Honduras, si eso estuviera en mis posibilidades, seguiría el viaje hasta Panamá, lo haría todo clandestino, mano negra ilegal, amparado por el silencio y la solidaridad de los hermanos y las madrecitas. Ahí podría zarpar hacia el Caribe o aventurarme a Cuba o continuar descendiendo por Colombia, cada vez más cerca de la Amazonía, vadeando las aldeas controladas por los narcos.

Ahí la disyuntiva crece como el mismo continente, inmenso, que se extiende hasta el fin del mundo en Tierra de Fuego. Podría perderme para siempre en la selva del Brasil y conocer el origen de la vida o conocer sus favelas o la triste y estruendosa música de su carnaval. También podría adentrarme en la provincia profunda de Chile, en su desierto, El Desierto de Atacama áurico perdiéndose en el aire diría Zurita; o intentaría hallar Santa María o Macondo o Comala.

Me gustaría mascar coca en las montañas de Bolivia y llegar hasta la Montaña Arcoíris del Perú. Incluso buscaría como loco la casa de Mujica en Uruguay para escucharlo y recriminarle y agradecerle y escupirle; o haría un vídeo ridículo de extranjero perdido en Montevideo para salir en Tiranos Temblad. O manejaría hasta Venezuela, para ver con mis propios ojos el delta del río Orinoco. Llegaría hasta la Casa Desaparecida que canta Fito Paez: “entre rosas y Sarmiento, Don Segundo y Martín Ferro/ La barbarie y los modales europeos / El país de los inventos, Maradona, /Los misterios del lenguaje metafísico del gran resentimiento”, la Argentina.

Porque esa es la América que no conozco, la que no alcanzo con mi cuerpo… todavía. Sólo sé de la Argentina ensimismada, la Dominicana ecléctica de Rita Indiana, el Ecuador desplumado, desigual y descarnado de Ampuero, la Cuba ex soviética, briaga y cochinona de Pedro Juan Gutiérrez que es la misma Cuba de Reinaldo Arenas y Leonardo Padura. O el Brasil inclasificable de Clarice Lispector, Caetano Veloso, Haroldo de Campos. Fernando Meirelles y la Ciudad de Dios.

La América de Julio Jara, Mercedes Sosa, Inti-Illimani que es la misma, de cierta forma que la América de Andrea Echeverri, el Tercer Cine, Gioconda Belli, Anita Tijoux, Cerati, la dinastía Spinetta, Juanes, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Mafalda, José Agustín, Gloria Trevi, el Chavo del 8, Rodrigo Plá, Iñárritu, Toñita la Negra, Tongolele, Plastilina Mosh y la América de las guerrillas y las dictaduras.

Si pudiera la recorrería completa, la pampa con los gauchos en gallardos caballos, la selva del Abrazo de la serpiente en LSD, la Tijuana postapocalíptica del Muerto, la Medellín tan conmovedora de Vallejo y aún más, la ciudad fantasma de Caicedo, de quien, decía mi maestra de Literatura, había tomado mi look de cabello largo y gafas huecas. Abarcaría todo con mis ojos y mis oídos y ¡con mi paladar! Comería todo. Lo devoraría. Me emborracharía en todos los puertos y bailaría todas las canciones: el reggaetón, la bachata, el merengue, la cumbia, la salsa, los corridos tumbados, el son, la batucada, la música banda, el vallenato. Cantaría de todo. Pero no puedo o no me atrevo. Sólo he contemplado América desde el vagón de mi imaginación.

Desde un tren ensamblado de libros, películas y canciones, atrapado en una crisis económica que asola todo el continente, en medio de una guerra o una serie de guerras civiles permanentes. Esa es la América que he recorrido y que me inspira.