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Las revueltas de la barranca

(Segunda parte)

 

Cuernavaca es como una flor impredecible y silvestre que devora todo. Los edificios se quedan abandonados y se convierten en ruinas. En menos de un día las arañas tejen sus telarañas en las patas de las sillas y las avispas se apoderan de las esquinas para moldear su ruidosos panales. Las golondrinas aprovechan las lámparas y los sockets de los focos. Cada resquicio y grieta con tierra es una maceta potencial. Después de las lluvias, todas las ruinas se convierten en pequeñas selvas. En los charcos proliferan los mosquitos y las enfermedades y hay tanto verdor que apesta. A pesar de la violencia, las plazas proliferan ofreciendo la ilusión de progreso, construidas con materiales efímeros: lámina, tablaroca, hormigón, sus estructuras calientan con un calor quieto y desesperante. También se multiplican los escombros, los terrenos baldíos, las albercas con agua estancada y la hojarasca. La ciudad florece de forma artificial y el tiempo barre los cimientos de todo lo que hubo antes. Lo que en el pasado se construyó con la idea de que durara por siempre ha sucumbido al paso de las Eras y nada de lo que se construye hoy en día sobrevivirá más de un siglo porque lo efímero se ha convertido en desechable. De cierta forma nos aferramos a vivir aquí, bajo circunstancias hostiles y desesperadas. Lo hacemos inspirados por el horror de la naturaleza. Detrás de la miseria crece un árbol frutal y una palmera siempre lo escolta cerca o lejos, como una guardiana silenciosa. Los árboles florecen invariablemente cada primavera y la suciedad y la destrucción se mitigan porque Cuernavaca se convierte en un jardín hermoso digno de todos nuestros cantos. Ella germina y nos devuelve la esperanza de regeneración. Nosotros mismos regamos el jardín bajo el anhelo de recuperar el paraíso. Las flores nos están conquistando. Están reclamando lo que siempre fue suyo con absoluta paciencia y silencio quirúrgico. Los nenúfares crecen en los pantanos de las barrancas más sucias y sobrepobladas, la hierba cuelga de los edificios desocupados e incluso sobre los cables de luz crecen plantas misteriosas. En los rincones de cualquier espacio la vegetación se filtra y escupe brotes y tallos. Las raíces se extienden debajo del concreto y crecen y se expanden y un día no habrá nada más que flores, campos inmensos de flores burlándose de nuestra estupidez. Flores encima del infierno.