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Las revueltas de la barranca

(Quinta parte)

 

En el prólogo del documental Donna Haraway: Story Telling for Earthly Survival, la siempre risueña filósofa, Donna Haraway, autora del “Manifiesto Cyborg”, relata un encuentro que ella califica de inquietante, con sus alumnos de la Universidad de Princeton. “Era un hermoso día de primavera […] había muchos estudiantes, recostados en su carísimo césped verde, sonriendo. Y yo los miré y me dije ‘hay algo extraño en esta escena’. Pensé que había habido una invasión alienígena. Todos estaban muy guapos y en forma. Pero lo que más me sorprendió fue que todos tenían los dientes muy rectos. Enderezados, de hecho. Parecía que todos habían ido al ortodoncista”. Haraway clama que ese día se interesó por la historia de la ortodoncia profesional. La pregunta que la inquietaba era: ¿En qué momento un ortodoncista sabe cuándo parar? Es decir, cómo se determina cuál es la mordida correcta. Fue así como se encontró con un artículo sobre el tema escrito por Loring Brace, un antropólogo interesado en las mismas cuestiones. Lo que Brace sostiene en ese texto es que a finales del siglo XIX se construyó la idea racial y radical del ángulo correcto de la mandíbula humana. Y lo que descubrió fue que la población modelo que se utilizó de base para establecer dicho ángulo nunca ha existido en el planeta Tierra, salvo en esculturas. Esto quiere decir que el estándar que se utilizó para el ángulo correcto de la mandíbula, la mordida perfecta, proviene de las esculturas de los dioses griegos.

Si pudiéramos hojear un anuario de las actrices y actores de las películas más populares, probablemente nos encontraríamos con rostros muy similares a lo que Haraway relata. Rostros bellos, esculturalmente bellos: hombres y mujeres con una hermosura extraterrestre, olímpica y cruel. Por supuesto culturalmente el fenotipo de ese tipo de rostros se ha instituido como el ideal de belleza. Y existe por lo tanto, un aspiracionismo imposible frente al dominio de esas caras imposibles y divinas. No digo nada nuevo cuando digo que la belleza domina los medios de comunicación, el cine de Hollywood y la publicidad. Para Martín Mora-Martínez en su texto “Cyborgs y mujeres artificiales: apuntes sobre género y cultura”: la publicidad que nos rodea crea modelos de belleza realmente posthumanos, es decir, más allá de lo humanamente posible, a base de efectos especiales y sistemas digitales. Las modelos de Playboy, por ejemplo, son una asombrosa combinación entre cirugía y programas informáticos capaces de retocar hasta el más mínimo detalle de cada imagen. Según Stuart Ewen, teórico sobre los medios de comunicación y la cultura del consumidor:

Cuando las imágenes fijas y fotogénicas, en los anuncios o en las revistas, se convierten en el modelo que la gente sigue para diseñarse a sí misma, se llega a una alienación extrema. Uno se siente, por definición, cada vez peor con su propio cuerpo.

A pesar de lo inquietante y espeluznante que resulta pensar que la belleza es esto, nuestras representaciones de lo diferente son usualmente lo que referimos como monstruos.

Palindromes es una película estadounidense que revierte esta lógica. En la trama seguimos a Aviva Victor, una niña de 12 años que está obsesionada con ser mamá. Ante la negativa de sus padres decide escapar de casa e intenta por todos los medios conseguir su objetivo. En la película, Aviva es personificada por distintos actores y actrices: dos mujeres adultas, cuatro chicas de 13 a 14 años, un chico de 12 y una niña de 6 años. Al responder sobre por qué decidió que diferentes personas retrataran a un mismo personaje Solondz ha respondido de distintas formas:

Lo curioso es cómo el sexo, la raza, la edad, desempeñan un papel tan limitado a la hora de hacer que un personaje sea simpático o no. Quizás por eso un personaje de este tipo es uno que puede caer bien a todo tipo de gente. […] Así que pensé qué pasaría si seleccionaba a diferentes tipos de gente para un solo personaje, un personaje con el que todos pudieran simpatizar. Las diferencias no importaban. Aviva siempre es la misma. Traté de enfatizar su fragilidad y vulnerabilidad. Hay pelirrojas, negras, latinas, jóvenes y hasta Jennifer Jason-Leigh, que tiene más de 40, haciendo el personaje. Es como si Aviva hubiese vivido toda su vida y sólo tiene 13 años. El adolescente promedio está expuesto diariamente por lo menos a 3,000 anuncios sobre su imagen en diferentes medios de comunicación, es evidente que los adolescentes están recibiendo demasiadas veces un mismo mensaje acerca del estereotipo de imagen corporal deseado.

Otra película que transgrede lo que se concibe como belleza es Gummo de Harmony Korine, sobre la que el cineasta expresó:

Todos los personajes en mi película son bellos, incluso aquellos que puedo encontrar desagradables. No veo de una sola manera a ninguna persona, no creo que las cosas sean tan fáciles y tan simples como se dicen o se muestran en la mayoría de las películas. Para mí, no fue difícil mostrar la complejidad de estos personajes, la de una niña con síndrome de Down que demuestra su belleza de manera tan obvia y trascendente.

Habría que dejar de negar la existencia de rostros que no son bellos, rostros que constituyen la verdadera diferencia. Rostros que aceptan sus protuberancias, sus cicatrices, sus deformidades. Porque como la misma Haraway lo advertía: “—[en] nuestra era, un tiempo mítico—, todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo; en unas palabras, somos cyborgs. Y yo prefiero ser un cyborg que una diosa”.