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Davo Valdés de la Campa

 

En el prólogo del documental Story Telling for Earthly Survival, la siempre risueña filósofa, Donna Haraway, autora del Manifiesto Cyborg, relata un encuentro que ella califica de inquietante, con sus alumnos de la Universidad de Princeton. “Era un hermoso día de primavera […] había muchos estudiantes, recostados en su carísimo césped verde, sonriendo. Y yo los miré y me dije ‘hay algo extraño en esta escena’. Pensé que había habido una invasión alienígena. Todos estaban muy guapos y en forma. Pero lo que más me sorprendió fue que todos tenían los dientes muy rectos. Enderezados, de hecho. Parecía que todos habían ido al ortodoncista”. Haraway clama que ese día se interesó por la historia de la ortodoncia profesional. La pregunta que le interesaba era: ¿En qué momento un ortodoncista sabe cuándo parar? Es decir, cómo se determina cuál es la mordida correcta, la sonrisa ideal. Fue así que se encontró con un artículo sobre el tema escrito por Loring Brace, un antropólogo interesado en las mismas cuestiones. Lo que Brace sostiene en ese texto es que a finales del siglo XIX se construyó la idea racial y radical del ángulo correcto de la mandíbula humana. Y lo que descubrió fue que la población modelo que se utilizó de base para establecer dicho ángulo nunca ha existido en el planeta Tierra, salvo en esculturas. Esto quiere decir que el estándar que se utilizó para el ángulo correcto de la mandíbula, la mordida perfecta, proviene de las esculturas de los dioses griegos. 

 

Si pudiéramos hojear un anuario de las actrices y actores de las películas más populares de Hollywood, probablemente nos encontraríamos con rostros muy similares a lo que Haraway relata. Rostros bellos, esculturalmente bellos: hombres y mujeres con una hermosura extraterrestre, olímpica y cruel. Por supuesto, culturalmente el fenotipo de ese tipo de rostros se ha instituido como el ideal de belleza. Y existe por lo tanto, un aspiracionismo imposible frente al dominio de esas caras imposibles y divinas. No digo nada nuevo cuando digo que la belleza domina los medios de comunicación, el cine de Hollywood y la publicidad. Para Martín Mora-Martínez en su texto “Cyborgs y mujeres artificiales: apuntes sobre género y cultura”: la publicidad que nos rodea crea modelos de belleza realmente posthumanos, es decir, más allá de lo humanamente posible, a base de efectos especiales y sistemas digitales. Las modelos de Playboy, por ejemplo, son una asombrosa combinación entre cirugía y programas informáticos capaces de retocar hasta el más mínimo detalle de cada imagen. Según Stuart Ewen, teórico sobre los medios de comunicación y la cultura del consumidor:

 

Cuando las imágenes fijas y fotogénicas, en los anuncios o en las revistas, se convierten en el modelo que la gente sigue para diseñarse a sí misma, se llega a una alienación extrema. Uno se siente, por definición, cada vez peor con su propio cuerpo. […] Las manos de los cirujanos son guiadas por un canon facial compuesto por detalles digitalizados de cuadros famosos. Esta cara compuesta tiene la frente de la Gioconda, los ojos de la Psique de Gérôme, la nariz de una Diana de la escuela de Fontainebleau, la boca de la Europa de Boucher y la barbilla de la Venus de Botticelli.

 

Que la belleza domine los medios de comunicación genera distintos problemas. Uno de ellos, el de un aspiracionismo cruento que antes se trabajaba a base de cirugías plásticas, dietas y ejercicio, pero que ahora, genera estándares imposibles con las modificaciones digitales que se logran con softwares como Photoshop o filtros de redes sociales. Recordemos por ejemplo, el caso del póster promocional de Capitán América: el soldado de invierno (2014) en el que la actriz Scarlett Johanson, que interpreta al personaje de la Viuda Negra, aparece con un delgadez inhumana que la hace resaltar sus curvas, pero dando la impresión de que no tiene costillas. Es decir, con proporciones que no corresponden al cuerpo de una mujer. Este, por supuesto, no es el primer caso en el que una actriz es modificada en un retoque post-fotográfico. 

​Otro problema tiene que ver con la representación y la diversidad de rostros. En los medios de comunicación no existe una diversidad real, ni una representación de cuerpos, razas o rostros con imperfecciones (como analizaremos en la siguiente entrega). Existe otra manera de pensar la belleza. Recuerdo por ejemplo, la obra de Harmony Korine Gummo (1997) que aborda temas trascendentes sobre la corporalidad y la representación de lo bello. No sólo es un filme experimental que busca retratar la pobreza o la miseria como falsamente se ha catalogado, sino que es una película que habla sobre la diferencia, la experiencia de los otros (los marginados, los llamados no bellos) y sus complejidades existenciales: sus personajes transitan de la ternura al sadismo, de la crueldad a la gracia sublime. Al respecto el mismo Korine dijo: 

 

Todos los personajes en mi película son bellos, incluso aquellos que puedo encontrar desagradables. No veo de una sola manera a ninguna persona, no creo que las cosas sean tan fáciles y tan simples como se dicen o se muestran en la mayoría de las películas. Para mí, no fue difícil mostrar la complejidad de estos personajes, la de una niña con síndrome de Down que demuestra su belleza de manera tan obvia y trascendente.

 

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