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(Primera parte)

 

El 19 de mayo de 1924, la cellista Beatrice Harrison fue parte de una de las primeras transmisiones al aire libre de la BBC. Desde su jardín, en Oxted, en el condado de Surrey, transmitió un programa de radio en el que tocaba el violonchelo. Pero no estaba sola, a la par de su instrumento, se escucha el canto de ruiseñores que atraídos por la melodía entablaron un dueto interespecie.

Harrison se dio cuenta de que los pájaros participaban por primera vez una tarde de verano mientras practicaba con su violonchelo en el jardín. Mientras tocaba, escuchó la respuesta de un ruiseñor y luego hizo eco de las notas del violonchelo. Esta dinámica se repitió noche tras noche y Harrison convenció a la BBC de que debería transmitirse. Los ingenieros llevaron a cabo una prueba exitosa y la noche siguiente tuvo lugar la transmisión en vivo. Harrison tocó y los ruiseñores se unieron. La reacción del público fue tal que el experimento se repitió el mes siguiente y luego cada primavera durante los siguientes 12 años.

El vínculo entre aves y música probablemente se remonta al inicio de la música. Quizá fueron los pájaros quienes nos enseñaron por primera vez la posibilidad y el valor del canto. En un artículo de 2005 titulado «Why Birdsong is Sometimes Like Music», Luis Felipe Baptista y Robin A. Keister argumentan que la forma en que los pájaros usan variaciones de ritmo, relaciones de tono musical y combinaciones de notas puede parecerse a la música. Yo diría que en realidad la música se parece a lo que hacen las aves.

En Birdsong and the Origins of Music musicólogos como Matthew Head y Suzannah Clark consideran que el canto de los pájaros ha tenido una gran influencia en el desarrollo de la música. Por su parte, Peter J.B.Slater en “Birdsong Repertoires:Their Origins and Use” señala que “una característica crucial que los pájaros cantores tienen en común con los humanos es que el aprendizaje juega un papel importante en su desarrollo vocal”. Esto es muy parecido a lo que propone David Byrne en su libro How Music Works, al asegurar que los pájaros como los humanos hemos cambiado la manera de cantar y componer, según los contextos para los que está pensada la música. Según Byrne:

El aspecto flexible de la creatividad no está limitado a músicos y compositores (o artistas de cualquier otro medio). También se extiende al mundo natural. David Attenborough y otros afirman que el reclamo de los pájaros ha evolucionado para adaptarse al entorno.

Se ha documentado que, por ejemplo, los pájaros que viven en el suelo de los bosques desarrollaron sonidos más graves que no rebotan o se distorsionan por el terreno, lo que sin duda sucedería con sonidos agudos. Otro ejemplo interesante lo encontramos en el gorrión sabanero común, cuyo canto es silbante, capaz de cruzar grandes distancias acordes a las particularidades del terreno. El canto de las aves se adapta al contexto, de la misma forma que la música, al menos en Occidente, se adaptó a los espacios en los que se tocaba. La música africana, primordialmente percusiva es ideal para el entorno en donde se toca, los instrumentos no necesitan amplificación y como se interpreta al aire libre el ritmo no se confunde, como lo haría por ejemplo en una catedral gótica debido a sus muros y techos altos. En estos espacios el tiempo de reverberación es muy largo, por eso la música que se compuso para estos edificios tiene estructura modal, a menudo con notas muy largas.

La multiplicidad de aves en el mundo abre un abanico inmenso de cantos. Cada paisaje tiene un ave con un canto particular y de hecho, la bióloga Eyal Shy, de la Universidad Estatal de Wayne, dice que el canto de los pájaros varía incluso dentro de la misma especie. El ejemplo que utiliza es el tono del canto de la tángara rojinegra migratoria, que es diferente en el este de Estados Unidos, donde los bosques son más frondosos, que en el oeste. Otro ejemplo que aporta David Byrne es la situación de los pájaros en la ruidosa ciudad de San Francisco, en donde, “a lo largo de cuarenta años, los pájaros […] han ido elevando el tono de su canto para ser oídos por encima del cada vez mayor ruido del tráfico”.

Pero regresando a África, donde la música tuvo su origen y no sólo en términos rítmicos y percusivos, sino en términos de cómo el canto de las aves, la melodía y la religión, convergieron, resulta particularmente interesante el texto del profesor de música Imani Sanga “Kumpolo: Aesthetic Appreciation and Cultural Appropriation of Bird Sounds in Tanzania”, en el que compara la estética de los sonidos de las palomas de cuello anillado y los cálaos terrestres africanos con los cantos del pueblo Wawanji de la región de Iringa en las tierras altas del sur de Tanzania. Sanga observó que “los Wawanji componían melodías imitando los sonidos de estos pájaros”. El ensayo sostiene que culturalmente se atribuyó un valor estético a los sonidos naturales de los pájaros y que las letras de las melodías y los cuentos sobre los pájaros, su valor religioso o ritual, referían a experiencias humanas como la alegría y la esperanza.