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Por Raúl Silva 1

Yo tenía cinco años cuando conocí a mi padre. Nos recuerdo viajando por la carretera federal a Cuernavaca en su “pichirilo”, un volkswagen cremita modelo 63. Asomado por la ventanilla, la sensación del viento refrescando mi rostro quedó grabada en mi memoria como una de las primeras manifestaciones de libertad. Los olores del bosque, el motor casi silencioso del bochito, la serenidad en el rostro de ese hombre joven y la vida que comenzaba a unirnos, guiaban este viaje iniciático, cuyo fin era firmar el contrato de la casa donde viviríamos. Yo tenía ya una familia: mi madre y mis dos hermanas, Lourdes y Julia, pero no tenía un padre. 2

No encuentro en mi memoria cuando fue que comencé a ver y sentir a mi padre como mi padre. Todo se fue dando de manera natural, porque en el ser de ese hombre que se enamoró de una mujer y la aceptó con sus tres hijos latía un corazón de inmensa bondad. Claro, mi madre era una mujer hermosa, cuyo carácter fuerte y al mismo tiempo generoso sedujo al joven ingeniero civil, graduado en el Politécnico. 3

La nueva familia migró de la ciudad de México a Cuernavaca en 1963. Mi padre trabajaba en la Secretaría de Salubridad y Asistencia y una de sus principales labores era supervisar los balnearios de Morelos, lo cual fue una maravilla para la familia, porque todos los fines de semana los pasábamos nadando y gozando de una región cuya naturaleza y clima benévolos eran caricias para nuestro ser. Esto debió durar seis años, más o menos, porque a mi padre lo despidieron en un acto de inmensa injusticia. En esos años de trabajo para Salubridad se hizo amigo de un hombre que muy pronto se convirtió en su hermano, el doctor Jorge Gánem. En mi familia, la hermandad no necesariamente
tiene que ver con los lazos sanguíneos. 4

Pero como no hay mal que por bien no venga, la década de los setentas comenzó para mi padre con una labor que se convertiría en la esencia de su vida. Obtuvo una plaza como maestro de matemáticas en la secundaria no. 1, Froylán Parroquín García. A partir de entonces, su profesión de ingeniero civil fue siendo relegada y su entrega a la docencia fue construyendo una vida que marcó la formación de muchas generaciones de estudiantes en Morelos. Las historias alrededor de lo que hizo como maestro son infinitas. Yo me recuerdo caminando a su lado por lugares públicos, muchas veces, y ser testigo de cómo siempre se acercaba alguien para saludarlo y agradecerle sus enseñanzas. Fue también profesor en la Preparatoria no. 1. 5

Su método de enseñanza estaba basado en crear una comunicación afable y de profunda empatía con sus estudiantes, antes de llegar al pizarrón. El sentido del humor lo hizo un maestro muy singular, porque a pesar de ser un docente de matemáticas nunca estableció una relación de temor o amenaza. No es improbable que existan quienes tuvieron una vivencia opuesta a la que aquí describo, pero nunca fui testigo ni llegó a mis oídos alguna historia que lo situara como villano de la docencia. 6

Mi padre nació en Uruapan, Michoacán, el 25 de diciembre de 1934. Este 2022, el 11 de diciembre, comenzó su viaje a la eternidad, y ya no alcanzó a cumplir sus 88 años. Su padre fue el doctor Jesus Silva Caro y su madre la maestra Amalia Villalpando. Entre sus recuerdos más queridos guardaba esos momentos en que acompañaba a mi abuelo por los caminos de Michoacan, montados en burros para ir a atender emergencias de salud. Siempre al pendiente de saber estar en el mundo de lo profundamente humano.

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