loader image

Andrés Uribe Carvajal 

Cuando tenía 9 años mi hermano me enseñó a jugar ajedrez, un día se sentó conmigo en la sala de la casa, sacó un tablero de madera con piezas talladas a mano y me enseñó.

Me dijo: Lo primero que hacer es elegir quién saca, es decir quien mueve la primera pieza, para eso se sortea, elige una mano, y me mostró sus dos puños cerrados de frente a mí, en cada una había un peón de color diferente, yo elegí la derecha, al abrirla se asomó un peón blanco o más bien color madera, como era de esperarse la pieza blanca tenía la primera ofensiva (hasta en ese juego había privilegio).

Por una buena temporada jugamos cada tarde por lo menos una partida. Yo iba mejorando con los días, pero aún no lograba derrotarlo, aunque cada nueva partida aprendía nuevos movimientos y estrategias, cada día me volvía más fuerte. Una tarde cualquiera por fin pude vencerlo, lo vi a los ojos y le dije: jaque-mate lo cual quiere decir que había arrinconado a su rey, y no tenía escapatoria ni defensa posible que lo salvara. Recuerdo que él se molestó muchísimo, aventó el tablero por el aire y algunas piezas de madera dieron a estrellarse con el suelo apostillándose. Quizá pensó: ¿Cómo es posible que un crio me haya vencido?

Mientras mi yo de 9 años se agachaba a recoger las piezas apostilladas se decía a sí mismo con orgullo: “bien, ya hasaprendido a jugar ajedrez”. Era una habilidad que pocos de mis compañeros en la escuela tenían y que yo guardaba en secreto, poco a poco me di cuenta de que aprender otras cosas que no favorecían a la esfera popular, me realizaban de manera secreta. Era acceder a un mundo diferente, uno más especial, el mío. Más tarde aprendí un instrumento de manera autodidacta, y mis tardes de ajedrez pasaron a ser tardes musicales escuchando trova y descifrando esa manera imposible de tocar la guitarra, esa manera hermosa de gente que inventa acordes sin saber que los está inventando. Era otro secreto mío, pocos de mis compañeros de la escuela resonaban a ello. Entendí que para acceder a ese mundo al «otro» el que no era el popular había que hacer un esfuerzo, y con suerte encontrar una especie de gurús que alumbraran el sendero, yo tenía a mi hermano y algunos amigos. Una lucecita me parpadeaba. 

Lo más fácil era jugar football y tararear las canciones de moda, lo difícil era buscarse a uno mismo en el manantial de las otras vidas, salir de la especie del laberinto en el que nos han envuelto, salir de una vida que no es la nuestra y que no es la mandada; una vida que es una organización que necesita esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesita esclavos, y así hasta el final. Salirse de esta cadena terrible, desencadenarse, a riesgo de la soledad, a riesgo de la falta de comprensión. 

Cada mañana y antes de meterme a la ducha me tomo unos minutos para elegir lo que va a sonar, cada canción es una invitación que provoca pensamientos, que estimula recuerdos, energía, alimento para el alma. No concibo poner una de esas playlist de moda, sin saber el nombre del artista, de esas que van por género… y que borran todo esfuerzo o cara del autor, no, para mí es un ritual importante… es mi manera de iniciar el día, de estirar los brazos, de abrir las alas. 

¿Cómo puede ser que en la infinidad de información en internet, de música, de pensamiento la mayoría de la gente consuma lo mismo? Y no lo digo por azar, como bien escribe mi amigo Eric, sólo basta con ver la música de fondo en las historias de Instagram. Si peso pluma es número uno en México no es porque sea el gusto de todos, es porque hay una merma de pensamiento libre, y eso me rompe los vidrios, porque es más fácil perderse en el mar de la mediocridad, bien decía Ana Ailbol “El cuerpo se acostumbra a todo. Al frío, al calor y a lo templado. A lo bueno, a lo malo, y a lo mediocre. Ahí está el peligro. Vivir dormida y no darte cuenta de dónde estás. Que cuando despiertes sea tarde” 

No digo que esté mal jugarse en lo popular, y en realidad ni el ajedrez, ni tocar un instrumento o hacer yoga están fuera de ello, son sumamente populares, pero vaya que estimulan otras vidas, es tan simple como tomarte unos minutos antes de meterte a la regadera. 

Es como si nunca has visto el mar, hasta que un día alguien te arrastra de la mano y te dice: acompáñame, juntos atraviesan una colina y lo encuentran ahí, rugiendo y escuchas una voz, es la voz del mar que es como un grito grande y fuerte, que te dice que la vida es inmensa.

¿Puedes comprenderlo? Inmensa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *