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Francisco Moreno

 

Es probable que descubriéramos el mundo y sus intrincados fenómenos a través de una involuntaria experimentación, y que vivíamos una azarosa ruta empírica. Los errores, además de retarnos a mejorar el procedimiento, nos revelaban otros resultados fortuitos, Gracias a la práctica y prueba constante logramos determinar la cocción precisa, conservar la comida, reconocer el agua contaminada, la luz controlada, la siembra con cosechas favorables. Y ya en casa cuidamos las semillas, la piel de los animales nos dio cobijo y el fuego calor, bebíamos agua pura. Fue la naturaleza misma la que nos enseñó a sobrevivir. 

​En los prolegómenos de nuestra civilización el orden lo dictaba la subsistencia, la prioridad era la manada, la seguridad y la alimentación. Pero en los momentos de calma nuestro espíritu dejó en libertad sus impulsos y descubrimos que las flores eran bellas, la sangre tintura, el carbón tiza, las vasijas sonido, la ceremonia danza, y una voz narraba a los otros sus aventuras frente a la hoguera, la oralidad tuvo su altar y la palabra su grafismo.

​Este entramado silvestre fue una mezcla de la cual nació la ciencia, el arte, la literatura y la filosofía, la infinita concepción de cultura que nos permea a diario. 

​No creo que valga la pena disertar qué fue primero, reconocer su origen primigenio vasta. Hoy sabemos que el arte usa herramientas de la ciencia para obtener sus creaciones, y la ciencia posee una estética especial y un saber preciso, bello. La razón se acrecienta al comprobar especulaciones, y nuestras emociones se regocijan cuando pintamos los muros de nuestra casa, entonces el hábitat se torna cálido, disfrutable. Usamos ambas experiencias para construir un hogar, y por ello lo cuidamos.

​Cristina Martínez-Garza es una mujer dedicada a la ciencia, la investigación y la docencia, su labor es tan valiosa como la de muchas mujeres en México; sin embargo, por el perfil de su trabajo quizá sean pocos los que la conocen, y eso en este mundo donde la virtualidad encumbra las torpezas y la violencia, las banalidades y los protagonismos insulsos es lamentable. Ella enfoca su conocimiento en la restauración de los trópicos, y bajo esta línea ha explorado dos procesos de preservación ecológica. El primero en la selva estacional de la Sierra de Huautla, en Morelos; y el otro en la selva húmeda de Los Tuxtlas, en Veracruz. Cristina Martínez es bióloga y desarrolla su trabajo de campo en la Reserva de la Biósfera Sierra de Huautla (REBIOSH) al sur de nuestro estado. Ésta es “una reserva de biodiversidad de gran relevancia para la conservación del trópico estacional de México”. Existe un catálogo que clasifica cada uno de los elementos de esta reserva, entre ellos las semillas. Ella es una mujer que entrega su energía y tiempo a una actividad sustantiva de la vida natural y silvestre, esa que habitamos todos.

​Por su parte Yunuen Díaz multiplica su quehacer profesional como artista visual, escritora y gestora de proyectos feministas. Cuando ella conoció y observó los diminutos elementos que conforman este acervo descubrió su belleza, y con una mirada complementaria a la de Cristina también intuyó la relevancia de estas pequeñas semillas. 

​Es seguro que las preguntas que terminan en proyectos inundaron su mente, ¿cómo mostrar a la comunidad estas semillas y despertar el interés en ellas?, ¿de qué manera podría exhibir mediante recursos visuales y físicos sus peculiaridades y estética?, los cuestionamientos la llevaron a reconfigurar su valía y diseñar una muestra que alentara las respuestas.

​Esta mancuerna de mujeres recreó la esencia del arte y la ciencia para lograr una singular exposición: “Semillas al vuelo. Futuros enraizados” es una exhibición de 36 semillas recolectadas en dicha reserva. Para lograr esta tarea elevaron su altitud y encapsularon en gotas y frascos de cristal cada una, pero como el tamaño no ayudaba a obtener una adecuada presentación, colgaron con hilos invisibles en la sala principal de la Galería Víctor Manuel Contreras de la torre Universitaria (UAEM) sendos marcos de madera en los cuales las semillas flotaban en su centro. El resultado es agradable visualmente, lúdico y claro.

​Yunuen y Cristina complementaron esta exposición con imágenes fotográficas de las semillas y sus flores, arbustos, aves y pasajes de campo que nos describen el contexto. En un rincón de una de las salas hay una instalación de residuos de campo, en otras plantas diseminadas en el centro. No cabe duda de que la sencillez de la exposición es proporcional a su grandeza, pues como dice el texto de sala, las semillas son “una herencia, un tesoro, un legado y una promesa de futuro. La memoria genética de cada semilla conserva el pasado y a la vez anuncia el porvenir.”

​Y nada mejor para cerrar estas reflexiones que las palabras de ellas: “En este momento de crisis ecológica, cuidar y recolectar semillas es un ejercicio de esperanza activa, un proyecto amoroso y una declaración de principios”.

 

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