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Vivía en una calle relativamente tranquila de un poblado de Cuernavaca, de esos que aún se rigen por usos y costumbres. Por esa calle no pasa mucho tráfico, los perros callejeros son amigables y los pájaros cantan cada mañana parados en las ramas de los ocotales y otros árboles que salpican y rodean la colonia. Los vecinos generalmente también son tranquilos, pasan y te saludan amablemente para después, cada uno, continuar con sus actividades del día. Los vecinos son amables hasta que les pides que no tiren sus bolsas de basura en la calle o que recojan las heces que sus perros dejan en la banqueta. Entonces esas personas amables se transforman en “Hulks”, verdaderos monstros llenos de ira que gritan, insultan y te dicen que no te metas con ellos porque no sabes a lo que te arriesgas.

⎯Si no le gusta que la basura esté en la calle, recójala usted⎯ dicen enfurecidos salpicándote la cara con saliva.

⎯Pero yo no tengo por qué recoger la basura que usted deja frente a mi casa. Por favor, no la deje aquí. Espere a que llegue el camión de la basura para tirarla.

⎯No tengo tiempo para esperar el camión de la basura. ¿Qué no ve que trabajo? ¿Qué no sabe que llevo a mis niños a la escuela?

⎯Pero no deje esas llantas, o ese espejo roto, o ese sillón viejo, o esa televisión descompuesta, ni su gato muerto. El camión de la basura no se lleva esos objetos.

⎯Ese no es mi problema. Ultimadamente… ¿usted qué anda buscando? Quiere que le rompan la madre, ¿verdad? Le voy a decir a mi esposo.

⎯No señora. Sólo quiero que no deje su basura frente a mi casa. La basura que usted deja en la calle provoca moscas, ratas, cucarachas, malos olores y enfermedades que entran directo a las casas de todos los que vivimos alrededor. Además, los perros callejeros rompen las bolsas y esparcen la basura por toda la calle. Para que yo pueda entrar a mi casa tengo que atravesar el basurero que usted dejó.

⎯Uy, pus si no le gusta, cómprese su propia calle privada y cámbiese para allá.

⎯Por favor, no deje su basura aquí.

⎯¡Chingue a su madre!

Durante años tuve discusiones como esta (o peores) con muchos vecinos, hombres y mujeres, que creen que tienen el derecho humano (o divino) de tirar su basura en donde sea y a la hora que sea sin importarles perjudicar a los demás e incluso a ellos mismos, pues las plagas y enfermedades que emanan de la basura se esparcen a toda la cuadra. Gente en autos de lujo, en carros modestos, en carcachas desvencijadas o caminando, llegaban a la esquina donde está mi casa a dejar su basura porque, por alguna razón, decidieron inaugurar un basurero en esa esquina y porque no hay ninguna consecuencia. Denunciarlos ante las autoridades no tiene ningún efecto porque la policía no entra a los pueblos regidos por usos y costumbres. Al final me di cuenta de que era una batalla perdida en la que mi integridad y la de mi familia estaban en riesgo sólo por pedirle a los vecinos que no tiraran frente a mi casa su basura. No me compré mi propia calle privada, simplemente me mudé a otra colonia donde la mayoría de los vecinos son más conscientes respecto a la disposición de residuos. Pero ese lugar hermoso lleno de árboles, con aire fresco, perros amigables y pájaros que cantan cada mañana, ese lugar junto al bosque en el que hace casi 30 años decidí construir mi casa, poco a poco los nuevos vecinos lo convirtieron en un basurero como tantos otros lugares de la ciudad.

Según datos de la Secretaría de Desarrollo Sustentable de Morelos, en Cuernavaca se generan diariamente 500 toneladas de basura. El 30 por ciento de estos desperdicios (150 toneladas diarias) terminan en calles, coladeras y barrancas. Esto es un desastre ecológico y urbano que debe detenerse. Las barrancas han formado, por siglos, el paso natural del agua en esta ladera del bosque sobre la que se construyó una ciudad (“Cuernavaca” significa en náhuatl “al lado del bosque”). El buen clima de Cuernavaca se debe, en gran medida, a sus barrancas llenas de vegetación y de agua ya que el fondo de las barrancas está a una temperatura menor que la superficie, lo cual provoca la convección (circulación) de aire por toda la ciudad. Si taponeamos las barrancas con 150 toneladas de basura al día, lo único que podemos esperar son catástrofes como oleadas de mucho calor seguidas por fuertes lluvias e inundaciones. Pero estas catástrofes en realidad no son “catástrofes”, sino las consecuencias de una muerte anunciada por nuestro propio proceder.

Gobiernos van y gobiernos vienen, pero a ningún gobierno le ha interesado realmente proteger las cañadas de Cuernavaca, ni sus bosques ni el medio ambiente urbano. La basura está por todos lados. No existe en Morelos un proyecto global de reciclaje de basura, siendo que en la actualidad tales proyectos ya existen en otros países e incluso en otros estados de México (como Yucatán). No hay que inventar el hilo negro, sólo hay que hacer valer la ley e implementar programas eficientes de separación de residuos. Los ciudadanos que queremos vivir en una ciudad limpia no podemos hacer mucho por evitar este desastre ecológico y urbano que nos afecta a todos porque si lo intentamos, no faltan los “Hulks” que nos quieren partir la madre. Es el Gobierno del Estado el que tiene los medios, la obligación y la responsabilidad de evitar que exista tanta basura inundando calles, coladeras y cañadas. ¿Por qué no lo han hecho? Tal vez porque el Estado también le tiene miedo al “Hulk”, ese monstruo que cree tener pleno derecho de tirar bolsas de basura en la calle, quemar bosques y contaminar irreversiblemente cañadas y lugares ecológicos como el Salto de San Antón.

Recientemente, platicando con un buen amigo, le dije que este verano había sido el más caluroso de mi vida. Mi amigo me contestó: “velo de manera optimista, este ha sido el verano más fresco del resto de tu vida”. El clima se va a poner peor y a nadie parece importarle.

Imagen: The Tyee