loader image

 

En un capullo con crisálida

 

En una carta del 22 de junio de 1897, Freud le escribe a Fliess en el apartado de la rúbrica: «…me siento estúpido y me encomiendo a tu indulgencia. Creo estar en un capullo de crisálida y dios sabe qué bicho habrá de hacer eclosión». Era un periodo difícil para Freud, al cual bautizó como un periodo de «parálisis intelectual»: «yo abro todas las puertas de los sentidos y no capto absolutamente nada».

Aunque fue un periodo que le duró poco (hubo abundantes escritos), se enmarca en un periodo muy peculiar del quehacer de Freud, conocido como, y por él así nombrado: selbstanalyse, término que tradicionalmente se ha traducido como autoanálisis, pero que, siguiendo la invitación de Sergio Campbell, prefiero adscribir más a la lectura foucaultiana que posibilita traducir selb no sólo como auto sino también como el sí mismo. Ya que, como señala muy bien Sergio: «para Foucault el psicoanálisis debiera incluirse en la tradición de las disciplinas que apuntan al cuidado de sí».

El selbstanalyse (análisis de sí) fue un periodo que ocupó a Freud entre la muerte de su padre y la publicación de «La Interpretación de los sueños». Apenas dos meses después se sentirse en un capullo de crisálida, el 14 de agosto, Freud le escribirá a Fliess: «El principal paciente que me ocupa soy yo mismo. […] Este análisis es más difícil que cualquier otro. Es también el que me paraliza la fuerza psíquica para representar y comunicar lo obtenido hasta ahora. Pero creo que se ha de hacer y constituye una pieza clave intermedia ne­cesaria en mis trabajos».

Estas ideas —el selbstanalyse, y lo difícil que resulta hacer un análisis de sí— han rondado mi mente últimamente. Ayer cumplí 32 años, y, al igual que Freud, me siento en un capullo de crisálida. Llegué al psicoanálisis cuando tenía 20, y desde entonces el psicoanálisis me ha transformado de formas que jamás habría sospechado.

No fue sino hasta que la práctica me puso de cara a la dificulta que es hacer clínica, que me di cuenta la enorme pertinencia de la segunda regla fundamental del psicoanálisis propuesta por Ferenczi: «quien deseé analizar a los demás debe primero ser él mismo analizado». Quiero decir: ya antes me analizaba, pero no fue sino hasta que decidí practicar el psicoanálisis que entendí el invento de Lacan: el analista como producto de un psicoanálisis. Nótese la diferencia entre Ferenczi (y que me disculpen si estoy deliberadamente sacándolo de contexto) y Lacan: para Ferenczi, someterse a un análisis viene a ser algo así como un requisito por si alguien quiere practicar el psicoanálisis, mientras que, para Lacan, el psicoanalista será el resultado ineludible de haber hecho un psicoanálisis. No es lo mismo. Para uno es un requerimiento, y para otro, es el resultado inevitable de hacer un selbstanalyse.

Esto es importante para todo aquél que deseé, en algún momento, practicar el psicoanálisis. Quien no hace un análisis de sí corre el riesgo de quedar atrapado en las trampas fantasmáticas, yoicas, y narcisistas (es por eso que abundan las historias de imposturas éticas y malas prácticas, en las que psicoanalistas, y adeptos y seguidores del poder psi, por ejemplo, se acuestan con, o terminan casándose con sus pacientes, entre otras cosas).

Analizarse es retirarse de los ideales y exigencias yoicas y narcisistas. Es renunciar a ideas e imágenes preconcebidas que teníamos de nosotros mismos. Y sí, «este análisis —el selbstanalyse— es más difícil que cualquier otro». Quise escribir sobre esto a mis recién estrenados 32 años a modo de brindis de cumpleaños, pues yo también, al igual que Freud, «creo estar en un capullo de crisálida y dios sabe qué animal ha de salir de él».

*Licenciado en Psicología por la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Contacto: freudconcafe@gmail.com