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Por Cafeólogo®


En la mesa de mis abuelas nunca faltaron las memelas ni las tortillas. En casa de mi madre el pan dulce es religión. Y en la mano de las tres, en el desayuno, en la sobremesa, en la merienda, mientras fregaban las ollas o sacaban las compras del mercado, siempre hubo una taza de café… y una tortilla, una galleta o un pan.
Nunca entendí qué era primero, ¿preparar un café de olla para comer un caballito o un turulete, o preparar una enfrijoladas para beber otro café? No importaba, sigue sin importar, hoy mi madre no me perdona si no le llevo su café, mi abuela no me dejó nunca tomar el café solo, me servía al menos unas galletas para acompañar. He visto que en el resto del mundo la cuestión no es muy diferente. Especialmente quedó en mi memoria cómo en Etiopía se bebe el café con palomitas de maíz ligeramente azucaradas.
Me gusta pero no me basta la palabra maridaje para describir la compañía entre el café y el pan, entre el café y el maíz. Sed y hambre, quizá son los conceptos que están al fondo y en la superficie de este encuentro entre semillas. Al final ahí está el detalle, bebemos y comemos las semillas, porque el café, el trigo y el maíz son semillas. Con diálogos misteriosos ellas se comunican entre sí, con un poco de agua nos dan todo lo que necesitamos: un café, una tortilla, un pan.
La mesa es una cuando hay café, y otra cuando no lo hay. La sobremesa se lleva de una manera cuando hay una taza de café para cada comensal. La mesa, la cocina, el fogón, las ollas, el molino, la estufa, la leña, la cafetera, el colador, la taza… uno se imagina una cocina o un bodegón donde el café da el acento con sus cosas, utensilios, colores y texturas.
En Latinoamérica nos sentimos muy orgullosos de nuestro café y de nuestros panes. Pero ambos llegaron de Europa, o más bien, por instrucción de los monarcas europeos que reinaban allá y acá. Nuestro: el maíz. Apropiados: el café y el trigo. No crece ni una mata de café en toda Europa -con excepción de la isla de Mallorca, donde hay incluso una finca-. El café, de origen, no es europeo, es africano. Al amar el café amamos Europa y también, quizá sin caberlo y sobre todo, amamos África.

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