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El pasado 20 de junio las campanas de todos los templos y parroquias católicas en México sonaron durante un minuto en conmemoración del primer aniversario del asesinato de los padres jesuitas Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, quienes fueron asesinados en la Parroquia de San Francisco Xavier, en Cerocahui, Chihuahua, al intentar proteger a una persona, Pedro Palma, quien buscó refugio en aquella iglesia de la Sierra Tarahumara.

El domingo se celebró una misa especial, también en los más de siete mil templos católicos (entre iglesias, parroquias,catedrales y basílicas) y se invitó a los fieles a acudir con las fotografías de sus amigos, familiares o conocidos, víctimas de la violencia y de la desaparición forzada en nuestro país.

Tal vez en algunas zonas de las grandes ciudades el tañidode las campanas en la hora pico del tráfico -a las tres de la tarde se citó el repique- haya pasado desapercibido, pero no así en otros lugares y mucho menos a nivel nacional, porque el gesto fue poderoso.

No es cualquier cosa el tañer de las campanas en los templos. Estos instrumentos guardan un gran simbolismo en muchas religiones y las campanas católicas sirven, entre otras cosas, para notificar una advertencia o duelo, y para invocar la protección divina.

En la muy conflictiva actualidad de nuestro país y de nuestro estado, marcada por la violencia, la impunidad y la pérdida de identidad, necesitamos recordar a nuestros ausentes, debemos reconocer las injusticias y nuestra vulnerabilidad, y debemos también exigir que la comunidad y los gobernantes hagan algo al respecto. De ahí la fuerza de este repique masivo y el mensaje que hace llegar a las personas indicadas.

Los jesuitas muertos en la Sierra, los ambientalistas y periodistas masacrados en sus trabajos y en sus hogares, muertes notables, no son más importantes que los de cualquier vecino o vecina que cae víctima de la violencia en cualquier calle, aunque sus decesos no aparezcan en los diarios.

La impunidad y la falta de confianza en las autoridades que ésta fomenta tampoco es cosa menor, pues va minando la principal razón por la que el hombre decidió vivir en comunidad: la seguridad de las personas, las familias y de su hacienda.

La aplicación discrecional de las leyes, la creación de normas a modo, la corrupción que permite que los criminales prosperen en libertad, han pasado de ser casos anecdóticos a los generadores de un problema nacional y a ser parte de las razones por las que, incluso, se ha llegado a considerar a México como un Estado fallido.

He ahí el repique, he ahí sus razones y ninguna obedece a cuestiones de credo o fe religiosa, sino a una realidad inocultable que lacera a los mexicanos, que se ha agudizado en estados como el nuestro y que afecta a todos, independientemente de sus creencias personales.

Es un repique de duelo y en nosotros está cambiarlo por uno de esperanza y de alegría, que también para eso sirven las campanas.

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