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Nota de la autora: queridos lectores, quiero anunciar que mis recomendaciones literarias publicadas hasta ahora quincenalmente se convertirán en colaboraciones eventuales. Nos vemos en alguno de mis libros.

“A un muchachito de ocho años le tocó morir en el patio, estaba tirado sobre su lado izquierdo, abiertos los brazos, su cara de perfil sobre la tierra, sus piernas flexionadas parecían estar dando un paso: el primer paso de hombre que dio”.

Nellie tiene diez años. Nellie observa los muertos. Los cuenta uno por uno. Guarda sus nombres sin intención de recordarlos, pero los conserva para siempre. Algunos no tienen eco en su corazón más allá del miedo y la incertidumbre de una infancia agujerada con pólvora. Ante otros observa la sangre coagulada alrededor del cadáver, la recoge, la coloca en los bolsillos del pantalón del muerto, para que no lo entierren sin su sangre.

¿Cómo fue para ti, niña, llenarte los ojos con fusilados? Recolectar las balas de los cadáveres y llevarlas en la memoria para un día derramar su plomo sobre el papel.

“—Me matan a mi hermano—, estaba descompuesta, desesperada, lastimaban los filos de su silueta negra, pero sus trenzas eran bonitas y parecían más resignadas que ella”.

Años después de terminada la Revolución Mexicana, Nellie Campobello* publica Cartucho*, sus memorias sobre la guerra. Un libro parecido a atravesar una galería con retratos color sepia de los muertos que trajinaron su infancia.

Relatos autobiográficos que no se centran en la propia Nellie, porque en realidad se trata de la biografía del norte del país durante el enfrentamiento entre Villistas y Carrancistas.

El libro recopila pequeños relatos, no sobre las grandes batallas ni las ideologías del momento, sino sobre lo que ocurrió en la periferia, donde las madres masticaban su insomnio esperando que sus hijos regresaran de la batalla o rogando que nadie se robara a sus hijas de catorce años.

Chispazos del recuerdo, sobre el hombre que fue torturado en público y amarrado a las vías de un tren porque los soldados no quisieron gastar ni una bala en su muerte, o sobre el perro al que todos en la calle amaban porque se llamaba Pancho Villa, y que fue asesinado con una bala en la cabeza por ese mismo motivo.

Estos relatos no están atravesados por un hilo conductor, es como leer ladrillos sueltos olvidados en la arena, parecen piedras aisladas pero, si decides juntarlos, puedes construir una gran pared, en la que se encuentra un mural explícito sobre la pérdida, las cicatrices que la guerra escribió en el inconsciente colectivo y la normalización de la violencia que, igual que ahora, se convirtió en herramienta para sobrevivir.

“Entristecida por no haber podido ver los fusilamientos. Los muertos y la sangre eran alimento necesario para mí, mi espíritu de niña se agrandaba y mis ojos se abrían inmensos, no quería perder detalle de nada”.

La Revolución Mexicana a través de los ojos de una niña es un mundo nuevo, su mirada es selectiva para recordar las posiciones de los cadáveres y sus apodos, pero no los nombres en los grandes discursos. Olvida los datos que un adulto consideraría importantes durante la ejecución de líderes militares renombrados, pero recuerda los diferentes tipos de sangre; la sangre oscura de los que mueren enojados, la hemorragia introvertida de los que fallecen con miedo, las venas heladas del que se pudre en soledad.

Entre los brillantes rostros de los muertos, resalta también la determinación de los vivos: “los ojos de mamá, hechos grandes de revolución, no lloraban, se habían endurecido recargados en el cañón de un rifle”.

En varias ocasiones recuerda los ojos de Pancho Villa, además del cariño y el respeto que la gente sintió hacia el caudillo, pero también el temor ante su ira explosiva.

“Los ojos de Villa tenían imán, se quedaba todo el mundo con los ojos de él clavados en el estómago”.

Nellie me parece una maestra del relato, la poesía se oculta detrás de cada ráfaga en su libro, el primer renglón de varios textos se une con la línea final. Sus ojos de niña nos permiten mirar estos caóticos escenarios con la normalidad cotidiana de quien no espera más del mundo, mientras compartimos con ella el sombro hacia los detalles pequeños. Todo es misterio a su alrededor, excepto la muerte.

“Se hizo mi amigo porque un día nuestras sonrisas fueron iguales”.

*Cartucho

143 pp. Gobierno del Estado de Chihuahua, 2012

Nellie Campobello (Durango, México, 1900)

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Foto: recuperada del INEHRM