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De los universitarios escolarizados como piadosos colonizadores

 

A Jean Robert

Ser poseedor de un automóvil y de un título universitario son dos de los rasgos característicos de todo universitario progresista, que se precie de estar bien enrolado en la vorágine del mercado capitalista mundial. El automóvil y el título son signos inequívocos de estar correctamente enganchados en la acumulación primaria de capital curricular, a falta del otro. Hace no tanto tiempo el título nobiliario y el caballo cumplían ese rol.

Obtener un buen empleo en las pirámides trepadoras, públicas o privadas, es el siguiente paso en la eficaz cadena que nos incorpora a la clase del asalariado universitario. El homo mediocris habilis. Personaje que se describe a sí mismo como el gran trepador infatigable.

Experto en simulación de saberes para lograr ascender. ¡Una nueva especie en la evolución darwiniana! Especializados en acumular capital curricular para garantizar su condición de consumidor compulsivo e insaciable. Un esclavo satisfecho, con grilletes digitales tersos y acolchonaditos. Pero eso sí, sólo por cuarenta horas a la semana, año sabático y weekend. (Ventajas típicamente progresistas). Finalmente, un súbdito convencido y feliz de ejercer “con toda la libertad liberal posible” su amena servidumbre voluntaria.

Tener un coche con chofer es lo natural para estos hábiles universitarios que ejercen una jefatura, dan clases en prestigiosos posgrados, presentan ponencias en congresos internacionales, pertenecen al Sistema Nacional de Investigadores que no investigan, pero que son amamantados por la ubre del dinero público.

Su ocupación principal consiste en llenar formularios y cumplir los trámites estatutarios para subir al siguiente nivel. A cambio, reciben un “buen salario” y sustantivos premios y estímulos. Esta nueva especie de hábiles trepadores, que pagan el precio de la fama y ejercen la autoridad, no sólo sobre la multitud de ignorantes, sino lo que es más curioso, la ejercen también sobre sus propios y sumisos colegas de escuela, instituto o centro de “investigación científica”.

La habilidad trepadora se convierte, como por ensalmo, en prestigiosa virtud en la sociedad del espectáculo. Allí lo importante no es la obra y lo que dice y aporta, sino el personaje representado por el autor y el número de citas acumuladas en el citation index.

La representación se impone por sobre la realidad. La simulación por sobre la capacidad de servir al otro. Las apariencias y la fama privan por encima del ser en el mundo, para lograr un mundo habitable.

Todos somos iguales ante la ley, es una “conquista” aceptada en la cultura política progresista de los universitarios. Pero unos somos más iguales que otros, dice de manera velada, la conciencia vergonzante de algunos al detentar el poder.

Tener un título y una cédula como patente de corso, nos da derecho a nadar y enseñar a nadar, ¡sin haber pasado nunca por el agua! Pero eso sí, respaldados por un doctorado en natación, Magna cum laude al haber logrado, como notable hazaña, nunca poner los pies en el agua.

La educación universitaria representa entonces, un mecanismo de asignación de privilegios bajo el piadoso disfraz de la igualdad de oportunidades. Pero los universitarios privilegiados nos incomodamos ante esta condición de privilegio, por un resquemor derivado de nuestro afán igualitario y progresista. Si un título confiere privilegios, suponemos, es porque dichos privilegios son justamente generalizables. Según esta consigna progresista, todos podemos llegar a tener un auto y un título ¡si nos esforzamos lo suficiente! La contradicción es evidente, pues suponer que todos pueden pertenecer a la minoría privilegiada es absurdo. Resulta por definición un sinsentido.

La tarea de los universitarios progres consiste en ayudar a convertir a los pobres indígenas marginados, “que no saben lo que quieren ser en la vida”, en lo que nosotros, los universitarios titulados, ¡sí sabemos lo que deben ser! Esto es, transformarlos en sujetos de crédito bancario a cambio de créditos académicos derivados de una prolongada trata escolarizada. También proponerles que ingieran una dieta artificial, desde luego “bien balanceada”. Sumir sus narices en una pantalla para estar conectados con el mercado global GAMMA: Google, Apple, Meta, Microsoft, Amazon. Que aprendan a ser curados con medicinas de patente del Big Pharma y usar agua potable para desechar la caca. Enseñarles a obedecer viviendo en “viviendas de interés social”, donde llegan a dormir todas las noches al lado de sus apreciados automóviles. Resumiendo: convertir a los pobres en usuarios de internet, teléfono celular y tarjeta de crédito. ¡Esta es la misión histórica de la tribu de los universitarios! Dicha tarea es lograr que los pobres dejen de ser pobres y se conviertan a nuestra imagen y semejanza en: ¡universitarios progresistas y compulsivos consumidores!

*www.jeanrobert.org.mx